jueves, 29 de agosto de 2024

Usos y prácticas de la caza en Morata y su entorno (I)

Hasta el siglo XIX la nobleza y la realeza acapararon las actividades cinegéticas
El I marqués de Leganes se reservó un coto privado cuando adquirió el señorío de la villa

Cuando Diego Mexía adquirió el señorío de Morata entre las muchas condiciones de la venta se incluyó la cesión al marqués de Leganés y sus sucesores de un terreno de uso exclusivo en el que practicar la caza. Esta clausula del contrato de venta de la villa confirmaba el interés del nuevo poseedor del señorío por la caza, afición compartida con la mayoría de los miembros de la nobleza y la realeza. Su inclusión y aceptación en la escritura de venta venía también a ratificar la bonanza de los montes de Morata para la práctica cinegética. 

Desde siempre, la existencia de caza en una villa o lugar no dejaba de ser una fuente de riqueza más. Su abundancia, o escasez, resultaba muy importante para sus vecinos, siempre que estos tuvieran acceso a su disfrute, lo que no era muy habitual. De hecho, lo más común siempre fue que las clases populares tuvieran restringida la practica legal de la caza, lo que no significa necesariamente que no se llevaran a cabo estas actividades por parte de los vecinos. En Morata, en el siglo XVI, nos encontramos con una de las primeras referencias documentales a la existencia de animales de caza: 
(…) En cuanto al décimo octavo capítulo dijo que no es tierra muy fértil ni abundosa en leña (…) y que los montes que tiene son sin árboles (…) se crían libres y conejos y perdices y ánades en el dicho término y no se crían salvajinas* (…). Esta descripción de la fauna que poblaba el término de la villa de Morata, realizada en 1580 por el alcalde Diego Mexía e incluida en las Relaciones Topográficas de Felipe II, no es sino la confirmación del interés que tenía para una villa o lugar la abundancia, o no, de cualquier tipo de caza. 
La presencia de esta caza, que para la nobleza y no digamos la monarquía tenía único componente lúdico, para las clases populares suponían, caso de que se les permitiera su práctica, una fuente más de alimentación en aquellas época de escasez -casi todas, por otra parte- en que las piezas cobradas permitían acceder a una fuente más de alimentación.
No resulta extraño por tanto que cuando el I marqués de Leganés se planteó comprar el señorío de Morata incluyera entre las clausulas y condiciones del acuerdo la posibilidad de que el Concejo de la villa le cediera el uso y disfrute de dos propiedades comunales de los vecinos: el agua con el que surtir su palacio levantado frente a la iglesia morateña y un terreno destinado a satisfacer la afición por la caza de él mismo, de sus sucesores o de los visitantes que acudían a su palacio y lugar de señorío. Estas condiciones se plasmaban así en la propuesta que para la venta del señorío presentó a los vecinos Diego Mexía Felípez de Guzmán:
(…) sobre si tenían por bien y consentían se vendiese la dicha Jurisdicción, Señorío y Vasallaje y después con citación de los interesados (…) y que de ello no venía daño ni perjuicio a ninguna persona, antes utilidad y provecho con lo que procediese de la venta que se quitasen y redimiesen los dichos censos de uso referidos y se pagasen los réditos corridos de ellos y que por alcanzar y ser los vecinos menos se podría vender un poco del agua de la dicha Villa que no lo fuese de servicio y un pedazo de tierra del término de ella de lo erial y no labrantío para recreo de caza (...).
Esta propuesta previa planteada al Concejo de Morata fue aceptada, prácticamente sin oposición, por todos los vecinos de la villa e incluida en el contrato de venta finalmente aceptado por ambas partes en el que aparece reflejada la siguiente clausula relacionada con la práctica de la caza: 
(…) Y así mismo en el dicho nombre y en virtud del dicho poder damos a los dichos señores marqueses y los dichos sus sucesores todo el derecho que la dicha Villa tiene según y como le ha poseído y hoy posee un sitio que hay para poder hacer un bosque desde la Peña del Agua hasta el término de Perales y Valdelaguna, de que la dicha Villa puede disponer a su voluntad, para que los dichos señores marqueses y sus sucesores entren en su derecho y dispongan de él como de cosa suya propia.
Con calidad expresa que si la dicha fuente o el dicho sitio de la Peña del Agua para el dicho bosque o parte de ello saliere incierto a sus excelencias o sus sucesores en la forma y manera que dicha es les haya la dicha villa de dar y dé otra cosa equivalente a ello (...).
Con este último párrafo el marqués de Leganés se reservaba el derecho a cambiar el terreno destinado a la caza si, por cualquier circunstancia, el paraje situado en la denominada Peña del Agua hasta el término de Perales y Valdelaguna, no satisfacía sus expectativas cinegéticas. De hecho -cierto que no sabemos en qué momento histórico- el marqués de Leganés, o alguno de sus sucesores, hicieron uso en su favor de esta clausula y permutaron este terreno de la Peña del agua situado al sur del municipio en los montes cercanos al margen izquierdo del Tajuña por otra propiedad más cercana y localizada al norte del casco urbano que hemos conocido tradicionalmente por El Bosque, propiedad de los Altamira, herederos de los marqueses de Leganés, hasta comienzos del siglo XX. Como veremos, este paraje de El Bosque pasó así a convertirse en el coto particular de caza y lugar de recreo de los marqueses de Leganés, de los condes de Altamira y de sus visitantes. Así se describía este espacio en el Catastro de Ensenada
Un Bosque encima del lugar entre el camino de Arganda y el del Campo que es todo cerros y cabe todo el doscientas y catorce fanegas y tres celemines, y medido por orden del Consejo cuando se hizo el apeo por medidor aprobado, y tiene dicho bosque dos mil y trescientas y un pies de olivas y la mitad de ellas se labran en pedacitos [sic] y las demás no se pueden labrar por estar entre cerros y peñascos, y tiene entre estas trescientas olivas de buena calidad y seiscientas de mediana y las restantes de la más ínfima, y en dicho Bosque tiene diferentes pedazos de álamos negros y blancos, que todo entra en la dicha medida, linda por oriente y poniente dichos caminos de Arganda y del Campo, por mediodía y norte cerros. [En el margen] Alameda de buena calidad y el demás terreno de inferior. [En el margen derecho] Tierra que ocupan las alamedas del Bosque de 40 estadales siete fanegas. Los olivos corresponden a 77 fanegas. Si se arrendase sin olivos ni alamedas darían a real la fanega de las 207 fanegas y 3 celemines que ocupa.


Comunicación del conde de Floridablanca exigiendo el control del furtivismo en los pueblos de la comarca (Fuente: Archivos de la ciudad de Arganda).
Conflictos por el aprovechamiento de la caza
La decisión de acotar los terrenos rústicos del término municipal de Morata para proteger los recursos cinegéticos que pusieron en práctica los marqueses de Leganés y sus sucesores, los condes de Altamira, no dejaba de ser una práctica muy común y habitual desde hacía siglos en todo el entorno rural. Reyes y miembros de la nobleza se preocuparon de imponer su poder para disfrutar en exclusiva de estos recursos frente a unos vecinos que veían en la caza un medio, no menor, para cubrir parte de sus necesidades alimenticias. 
Muy cerca de Morata se localizaba uno de estos espacios de caza exclusivos para la monarquía: El Real Bosque y Casa de Aranjuez, lugar de caza y recreo para la monarquía de los monarcas de la Casa de Austria desde los tiempos de Carlos I y que permaneció en el patrimonio real hasta el siglo XIX, ya con los Borbones. A comienzos del siglo XIX Juan Antonio Álvarez de Quindós describía así el origen de este coto de caza real:
(…) Con efecto, desde dicho año de 1535, se dio principio a la reunión de términos que habitúan de componer este gran bosque proporcionando ensanche y dirección a la caza mayor, para que comunicándose con los montes de Toledo, hubiese más abundancia en la frescura y sombrío de estos sotos, y con la dilatación de terrenos variedad de puestos y parajes, que según los careos e inclinación de la misma caza, se pudiese asegurar mejor la diversión de SS MM y que se hiciese uno de los mayores sitios que hay para este género de ejercicio y de recreo. 
Este espacio para la diversión y recreo de reyes, que no era único ya que también se crearon otros similares en El Pardo o en El Escorial, estaba perfectamente delimitado en los textos de la época, donde podemos comprobar como el cazadero real llegaba, prácticamente, hasta el término de Morata:
(…) La extensión de lo que llegó a unirse a Aranjuez (…) de cinco leguas de largo y veinte de circunferencia, en esta forma, empezando por el oriente desde la orilla del río Tajo y raya del soto de Oreja, y por bajo de su castillo, siguiendo al mediodía a los términos de Ocaña, Hontígola,[sic] Ciruelos y Yepes, hasta las dehesas del Campillo y la Saceda, que son de esta última villa, hay cuatro leguas de largo. Siguiendo por la vega de Yepes a Villamejor, hasta Mazarabuzaque y Arroyo de Algodor al poniente, cerca de otras dos leguas. Por la parte opuesta desde la dehesa del Parral que pertenece a Colmenar hoy, por las tierras del común de Oreja al término de Bayona y río Tajuña en la confluencia de este en Jarama, y volviendo hacia abajo linde con los términos de Ciempozuelos, Seseña, Borox y fin de la dehesa de Alhóndiga, en que se corta el término de Añover. Pasado este término vuelve a continuar en Barciles, hasta lo último en Aceca, lindante con Velilla y Mocejón, sin los sitios separados, como Valdajos y las grandes dehesas de Gózquez, Santisteban, Pajares, el Piul, terrazgos todos pingües y de lo más precioso de Tajo y Jarama (…). 
A pesar de no estar comprendido en el terreno delimitado por los lugares y villas antecedentes, Morata estaba justo en el límite del Bosque Real de Aranjuez no sólo por la cercanía de Titulcia sino también por su proximidad al soto de Pajares también incluido en el territorio del citado Bosque Real y limítrofe también con el término morateño. De hecho, aunque Morata y otras villas vecinas como Chinchón, Perales y Arganda estaban fuera del territorio delimitado en el texto precedente, esto no impedía que sus vecinos, en ocasiones, accedieran furtivamente al terreno del Real Bosque de Aranjuez. El conde de Floridablanca, en 1789, amenazó a quien usara de estas prácticas y así se lo comunico a todas las villas del contorno, según una comunicación de la que tenemos noticia por la que se conserva en el archivo de Arganda:
Hallándose el rey informado del desorden de los vecinos y cazadores de los pueblos de la circunferencia de estos reales bosques entrándose a cazar en ellos en cuadrillas y llegando su osadía a tanto que toman los caballos de (…) de S.M. Para conducir la caza me manda prevenir a Ud. hagan publicar por bando que aunque S.M. desea proporcionar los medios de evitar los daños que ocasionan, vera con disgusto que dichos vecinos y cazadores se tomen esta autoridad y los hará castigar severamente si no esperan su Real Resolución, persiguiendo Ud. a los que contraviniesen. Lo aviso a Uv. dé orden de S.M. para su cumplimiento, dando cuenta por mi mano de lo que ejecutaren.
(…) Aranjuez, 28 de enero de 1789. El conde de Floridablanca. 
(Archivo de la ciudad de Arganda del Rey. 01/02/1789. Orden del conde de Floridablanca para que los vecinos de Arganda respeten las ordenanzas de caza).
Alejandro Peris, en un artículo publicado en el número 428 de la revista Folklore, ya se refería a las penas a las que se enfrentaban estos cazadores furtivos que iban desde el destierro a elevadas sanciones económicas. Los alcaldes, como demuestra la comunicación del conde de Floridablanca debían implicarse en la persecución de estos delitos y, caso de no hacerlo, se exponían a multas de hasta 10.0000 maravedíes si se mostraban laxos contra el furtivismo, muy frecuente en los pueblos de la comarca que lindaban con el Bosque Real de Aranjuez. El propio marqués de Leganés, en 1635, cuando adquirió el señorío de Morata, ya señalaba que la villa era comarca belicosa y de muchos caçadores.
Cacerías reales fuera de los términos del Bosque Real de Aranjuez
La afición de los monarcas por la caza les llevó, en ocasiones, a sobrepasar el amplio espacio de los Bosques Reales, entre ellos el de Aranjuez. En el archivo de Chinchón se conservan algunos documentos que demuestran como, en tiempos de Carlos IV, los términos de Morata y de Chinchón eran utilizados en época estival para la caza de la codorniz. En uno de estos documentos, del año 1789, se comunicaba a los vecinos la prohibición de regar las tierras para favorecer la caza de la codorniz y un años más tarde, en 1890, el Ayuntamiento de Morata se ponía en contacto con el de Chinchón por medio de una carta para organizar conjuntamente la cacería de codornices de S.M. en el castillo de Eza.
En otro documento de finales del siglo XVIII, en este caso conservado en el archivo de Arganda, también se recoge la presencia real en Morata y pueblos del entorno. Concretamente, en 1890 un oficio fechado en Arganda recoge la necesidad de reclutar a varias personas para que procedan a arreglar el camino a Morata con motivo de un viaje de Carlos IV, monarca reinante en esos años, a sus reales diversiones:
En la villa de Arganda del Rey en diez días del mes de julio de mil setecientos noventa y dos, el sr. Manuel de Riaza Martín, alcalde ordinario y juez ante mí el infrascripto escribano dijo:
Que con motivo de tener que suministrar varias personas de esta villa para componer el camino que sigue a Morata para que el paso se halle en la mejor disposición para el paso de S. M. a sus reales diversiones, pero como en las listas formadas de los (...) que debían concurrir se hallaba comprendido Antonio Ramírez, de estado soltero el cual no quiso concurrir por cuya desobediencia le mando (…) se presentase en la Real Cárcel en esta villa para purgar su exceso en la cual ha permanecido hasta hoy día de la fecha a quien mandó (…) que en lo sucesivo sea más obediente a los mandados de la Justicia (…). El escribano, doy fe.
Manuel Riaza.
(Archivo de la Ciudad de Arganda del Rey. 10/07/1792 Expediente judicial para que se arregle el camino que va Morata y se encuentre en la mejor disposición para el paso del rey).
Con el cambio de siglo y el paso del XVIII al XIX las clases populares tuvieron más fácil su acceso a la práctica de la caza. Eso no significa que no siguieran planteándose problemas, en ocasiones muy graves y relacionados con el tradicional furtivismo, y también restricciones por parte de las autoridades, tal como veremos la próxima semana con la conclusión de esta entrega sobre la caza en Morata y su comarca.
*Salvajina, así se denominaba en el siglo XVI a los animales no domésticos o salvajes.
Fuentes y bibliografía:
Archivo Provincial de Toledo H-410 y H 408.
Historia de la villa de Morata de Tajuña. Torre Briceño, Jesús Antonio. Ayuntamiento de
Morata de Tajuña, 1999.
Descripción histórica del Real Bosque y Casa de Aranjuez. Álvarez de Quindós y Baena, Juan Antonio. Imprenta Real. Madrid, 1804.
Archivo de la ciudad de Arganda del Rey. 25/08/1823. Orden de Manuel José de Urbizu a la villa para que se vigile que nadie sale a cazar con escopeta sin su permiso.
Archivo de la ciudad de Arganda del Rey. 01/02/1789. Orden del conde de Floridablanca para que los vecinos de Arganda respeten las ordenanzas de caza.
Archivo de la Ciudad de Arganda del Rey. 10/07/1792 Expediente judicial para que se arregle el camino que va Morata y se encuentre en la mejor disposición para el paso del rey.
El furtivismo en los cotos reales. Peris Barrio, Alejandro. Publicado en el año 2017 la Revista de Folklore número 428.









 

jueves, 22 de agosto de 2024

Harpado llaman al toro, los vaqueros de Jarama, conocidos entre los otros, por la fiereza y la casta.

En 1649 dos toros escapados de una ganadería ribereña fueron sacrificados entre Perales y Morata

Junio de 1649. Una manada de toros que pastaba en las riberas del Jarama, soto de El Piul, se avienta y sale en estampida. Son en total diecisiete reses de las que nueve pronto son localizadas en La Poveda y devueltas a sus pastos. De las ocho restantes, al menos dos de ellas aparecen en la vega del Tajuña entre Morata y Perales. La ocasión no fue desaprovechada. Los toros son abatidos y despiezados. Un documento de la época recoge la denuncia del mayoral que cuidaba los toros y la declaración de los testigos que cuentan los detalles del suceso.



La ribera del Jarama contó desde siempre con fama de ser lugar de cría de toros fieros y bragados. Varios reyes, desde Carlos I hasta Fernando VII, criaron sus toros en ese entorno situado entre Madrid, capital de la corona española, y el Real Sitio de Aranjuez. En ambos lugares eran habituales las corridas de toros y qué mejor que aprovechar los pastos ribereños para favorecer su cría. Ignoramos si las reses que protagonizaron el suceso que recogemos en el blog estaban destinadas en exclusiva a esa lidia o, como también era habitual, se trataba de ejemplares criados para el consumo de carne que, eventualmente, podrían lidiarse y correrse en algún pueblo cercano del entorno comarcano.

En cualquier caso, una manada de toros, nada menos que diez y siete, abandonó los tranquilos sotos ribereños y dos de los ejemplares aparecieron entre las villas de Morata y Perales de Tajuña, en el paraje delimitado por los molinos de El Congosto y de El Taray y los terrenos de la dehesa. Lo que sucedió a partir de entonces lo cuentan los testigos del caso, y así lo recogemos, en su declaración en junio de 1649 ante el alcalde Arganda:

(…) Diego Hornero, vecino de esta villa de Arganda y mayoral de Julio Rosales, vecino de Madrid, de los toros que el susodicho tiene (…) en el soto del Piul, ribera de Jarama, en la forma que más a mi derecho convenga, pareció ante vos y me querello criminalmente de Diego Páez y Almazán, vecino de la villa de Morata, y de Pedro Vara, vecino de Perales, y de Julio de Santander, molinero del molino del Congosto que está en el río de Tajuña en término de Perales, y ansí mesmo [sic] me querello de los demás que fuesen culpados en el delito de que me querello que contando el caso pasó así:

Que a trece días del mes de junio más o menos estando los dichos toros pastando en el dicho soto como he dicho se aventaron como lo suelen hacer y salieron huyendo y aventados del dicho soto diez y siete toros de los que yo guardaba. Y habiendo echado [de menos] los salí a buscar por la comarca y de ellos hallé y recogí nueve toros que halle juntos en el soto de La Poveda, jurisdicción de Vilches y los ocho restantes vinieron a parar junto al río Tajuña que llaman el Litigio, término de Alcalá, entre Perales y Morata, y estando en aquel paraje a veinte y dos del dicho mes de junio de este presente año, día más o menos, vinieron los dichos Diego Páez de Almazán, Pedro Vara y el dicho molinero y mataron los dichos ocho toros y se los llevaron muertos hechos cuartos y para haberlos de matar a escopetazos, como de hecho los mataron, trajeron bueyes de arada y se los echaron encima para cubrirlos y mejor matarlos, los cuales estimo en más de cinco mil reales en que pido sean condenados los susodichos y en las demás penas que conforme a derecho han incurrido y para averiguación de esta verdad (…) pido mande examinar y examine los testigos que por mi parte fuesen presentados y hecho con su autoridad (…) me mande entregar los autos que sobre ello se causasen para pedir mi Justicia allí y adonde de derecho deba y sobre todo protesto las costas que se causasen y juro en forma no dar esta querella (…) porque Justicia y para ello esta 

[Firmado] Diego Hornero

El legajo que trata sobre este suceso, conservado en el Archivo de la Ciudad de Arganda, recoge a continuación las declaraciones de los testigos presentados por el denunciante y, en primer lugar, la declaración de Joseph de Mexorada, vecino de Arganda:

(…) a vueltas del día de San Juan de junio de este dicho presente año (…) estando este testigo en el dicho molino entró en el un mozo delgado, de buena estatura, quebrado el color, de edad de veinte y cinco años poco más o menos, que no sabe cómo se llama y de dónde es vecino y dijo a el molinero que se llama Juan, que es un hombre de media estatura y moreno y no sabe el sobrenombre, hagamos unas balas para matar al toro que está en la vega y derritieron plomo y con una turquesa* hicieron como una docena de balas y las tomaron y con un arcabuz que traía al hombro salieron y fueron a la vega de Tajuña abajo donde había un toro cerca del dicho molino y el dicho mozo le tiró un arcabuzazo al toro y no le pudo matar y luego volvió a cargar el arcabuz y le tiró otro arcabuzazo y con él le mató y luego se llegó el dicho mozo y molinero y otras personas que allí había que eran vecinos de la villa de Morata y degollaron y abrieron al dicho toro y le quitaron vientre y cabeza y lo cargaron en un pollino y le llevaron al molino del Taray, término de la dicha villa de Morata, en la ribera de Tajuña, y ahora se acuerda que el dicho mozo susso referido que tiró y mató el dicho toro se llamaba Joaquín y el dicho toro era castaño mediano y no se acuerda qué hierro ni señas tenía ni cuyo era más de que ha oído decir que era del ganado que guardaba el dicho Diego Hornero y que a todo es sobre dicho sea vio y estuvo presente este testigo y Miguel de Pablo, el mozo vecino de esta villa que había ido a moler a dicho molino (…).

Y ansí mismo el dicho día vio muerto a otro toro negro a la entrada de la casa que está enfrente del dicho molino del Taray que es término de la villa de Morata y vi allí llegó a poco rato un mozo alto de buena (…) que no conoce ni sabe su nombre más de haber oído decir que era vecino de Morata el cual traía una carabina y dijo cómo había muerto a dicho toro negro que estaba muerto en la dicha dehesa y que le había tirado dos carabinazos y cuando lo dijo estaban presentes los dichos molinero y Joaquín y dichos vecinos de Morata y que cuando el dicho Joaquín mató al dicho toro bermejo castaño llevó (…) bueyes de labor que estaban labrando en la dicha vega para poderse entrar a tirar mejor y también oyó decir que los habían llevado cuando finado el toro negro que estaba en la dehesa y esto es lo que sabe y la verdad, so cargo de su juramento en que se reafirmó y ratificó y no firmó porque dijo no saber y que es de edad de quince años, poco más o menos.

Firma del dicho alcalde.

Tras este testimonio otro vecino de Arganda, Matías Higuero, ratificó, más o menos, lo sucedido:

(…) dijo que lo que sabe es que el día que fue (…) veinte y dos de junio de este mes y año estando este testigo en el molino del Congosto ribera de Tajuña, término de la villa de Perales y en compañía de Pablo Ibáñez, Miguel de Pablo el mozo y (…) vecinos de esta villa que habían ido a moler una carga de trigo entró en el dicho molino Joaquín Ruiz, vecino de la villa de Morata y dijo a Juan Santander, molinero de dicho molino, que quería hacer unas balas para matar dos toros que andaban por allí y luego el dicho molinero le dio un pedazo de plomo y con una turquesa que llevaba el dicho Joaquín Ruiz hizo hasta quince balas con las cuales y un arcabuz salió el dicho Joaquín y el molinero con él y de hacía poco rato volvió al dicho molino un criado de dicho molinero y llevó un pollino, una soga y un hacha (…) para llevar el toro que habían muerto al molino del Taray, que decía le había muerto otros (...) allí cerca Agustín Mexías, vecino de dicha villa de Morata, pero este testigo no sabe cuyos son los dichos toros mas de haber oído decir después que eran del ganado que guardaba Diego Hornero y que tenían la señal de Ciudad Real.

Y el día siguiente vino a esta villa el criado del dicho molinero a buscar sal que dijo la quería para salar la parte de los toros que le había tocado a su amo y así se lo dijo en su casa a este testigo el dicho criado, y esto es lo que sabe el y la verdad so cargo de su juramento en que se afirmó y ratificó y que es de edad de cuarenta años poco más o menos y firmó (…) del dicho alcalde. 

(…).

Alonso de Miguel, otro vecino de Arganda, ratificó también lo sucedido y añadió algunos detalles: 

(...) habiendo ido este testigo por a vueltas del día de San Juan de junio de este presente año a moler una carga de trigo al molino del Congosto en la ribera de Tajuña, donde vio a unos hombres que sabe eran vecinos de la villa de Morata pero no conoce ni sabe quiénes son ni cómo se llaman, los cuales estaban haciendo una fritura de asadura que le pareció a este testigo era como de res mayor y así mesmo [sic] vio que estaban asando dos criadillas que no puede decir de qué eran pero que a su parecer eran mayores que de carnero y viniéndose a esta villa y llegado a ella refirió a Matías Higuero, vecino de ella, lo que había visto, el cual le dijo que no me espanto porque ayer mataron allí dos toros en la vega (…).

Un cuarto y último testigo, Miguel de Pablo, también vecino de Arganda, ratificó con su testimonio la fabricación de las balas de plomo y cómo pudo ver el momento en que abatieron a uno de los toros y también cómo apareció en ese escenario otro vecino de Morata autor de la muerte de otro toro que había localizado en la dehesa:

(…) Juan de Mexorada, vecino de esta villa, fue a moler dos cargas de trigo al molino del Congosto, ribera de Tajuña, término de la villa de Perales, y cómo entre las dos y tres horas de la tarde, poco más o menos, entró en el dicho molino Joaquín Ruiz, vecino de la villa de Morata, con un arcabuz en la mano y con él Joan de Santander, molinero de dicho molino, y dijeron hagamos unas balas para matar aquel toro, y el dicho molinero sacó un pedazo de plomo

y con una turquesa que llevaba el dicho Joaquín Ruiz hicieron una docena de balas y luego salieron y fueron bajo del dicho molino donde estaba un toro castaño (…) a la orilla del río de Tajuña le tiró un arcabuzazo el dicho Joaquín Ruiz y no cayó, y luego le volvió a tirar otro arcabuzazo con que comenzó el toro a caerse y luego le tiró otro arcabuzazo el dicho fulano Mexía, y luego le tiró otro arcabuzazo un mozo francés que decía era curado del dicho fulano Mexía, y al punto que cayó el toro fueron a él y el dicho francés le abrió y le quitó el vientre y la cabeza y le cargaron en un pollino del dicho molinero y le llevaron al molino del Taray.

Y luego este testigo alcanzó a ver otro toro negro que el dicho fulano Mexía decía había muerto junto a la dehesa de Perales (…).

Todos estos testimonios recogidos por el alcalde de Arganda a petición del mayoral de los toros abatidos, se trascribieron en un legajo que también firmó, para dar fe de la validez de las declaraciones, el escribano de Arganda Joseph Gordo. El legajo fue entregado al denunciante para ser presentado ante la Justicia y que se procediera contra los acusados de acabar con la vida de los dos toros jarameños:

En la villa de Arganda a veinte y cuatro días del mes de junio de mil y seiscientos y cuarenta y nueve años ante (...) Gregorio del Castillo, alcalde ordinario en ella pareció el dicho Diego Hornero y dijo que por ahora no tenía más testigos que presentar en esta información, pidió a su (…) mande se le entregue la hecha para la presentar donde convenga a su derecho. Y visto por (…) dicho alcalde mandó se le entregue un traslado de esta información signada y en forma que haga el efecto que hubiere lugar en derecho y a todo dijo que interponía e interpuso su autoridad y decreto judicial cuando ha lugar en derecho y la firmó siendo testigos roque González, Felix Gil Sanz y Joan Santero, vecinos y estantes en esta villa.

Gregorio del Castillo

Joseph Gordo [Escribano].

Legajo que recoge las actuaciones judiciales del caso (Fuente: Archivo de la Ciudad de Arganda"

La acreditada fama de los toros criados en las riberas del Jarama

Esta rocambolesca historia, de la que lamentablemente desconocemos el final y su recorrido procesal en otras instancias judiciales de la época, nos lleva a recordar la evolución de las fiestas de toros, desde sus comienzos en la baja edad media hasta su posterior evolución que dio lugar al espectáculo reglado que hoy son las corridas de toros. 

De esta evolución forma parte esencial los animales lidiados. Ramón Barga Bensusán expone en su trabajo Evolución histórica del toro de lidia cómo estas reses utilizadas en estos primeros lances de toros no eran sino ejemplares criados para labores de trabajo y/o consumo de su carne de los que se escogían aquellos que mostraban signos de indocilidad, rebeldía y bravura para ser manejado en las condiciones normales. De esta elección estaban encargados, como hemos de ver más adelante, los carniceros como prácticos en el conocimiento de esta clase de reses. 

Es muy posible que los toros sacrificados en la vega del Tajuña, muy a su pesar protagonistas de la historia que relatamos hoy en el blog, pertenecieran a este tipo de ganado. De ellos sólo conocemos que pastaban en el soto de El Piul y que pertenecían a la ganadería de un tal Julio Rosales, vecino de Madrid, e insistimos que no es descartable que en alguna ocasión pudieran haber ser corridos en improvisados lances taurinos por su especial fiereza. 

Ramón Barga incide también en que para seleccionar a los toros de estos espectáculos las Juntas vecinales de festejos encomendaban a estos carniceros la elección de las reses que habrían ser objeto de espectáculo en las distintas localidades y estos elegían los más apropiados para ello. Este autor también cita que en muchas ocasiones estas reses que destacaban por su fiereza eran conocidas por el lugar de su nacimiento:

(…) A propósito del conocimiento de las reses por el lugar geográfico de su nacimiento hemos de citar la fama que tuvieron los nacidos en las riberas del Jarama a los que se atribuían sus condiciones de bravos a las aguas de este río y a la fuerza nutritiva de sus pastos, sin duda, pensamos nosotros, ricos en leguminosas

Para apuntalar esta fama de los toros jarameños Ramón Barga rememora el Romancero de Gazul (1595) en el que un autor anónimo describe a estos toros:

Harpado llaman al toro

los vaqueros de Jarama 

conocidos entre los otros

por la fiereza y la casta.

En este tiempo la suerte

a la postrera le llama

porque sale un toro bravo

famoso entre la manada.

No de la orilla del Betis

ni Genil, ni Guadiana

fue nacido en la ribera

del celebrado Jarama.

Miguel de Cervantes, en la segunda parte de Don Quijote de la Mancha, también cita a estos toros del Jarama:

Llegó el tropel de los lanceros, y uno de ellos que venía más delante a grandes voces comenzó a decir a don Quijote:

¡Apártate, hombre del diablo, del camino, que te harán pedazos estos toros!

¡Ea, canalla —respondió don Quijote—, para mí no hay toros que valgan, aunque sean de los más bravos que cría Jarama en sus riberas! Confesad, malandrines, así, a carga cerrada, que es verdad lo que yo aquí he publicado; si no, conmigo sois en batalla. No tuvo lugar de responder el vaquero, ni don Quijote lo tuvo de desviarse aunque quisiera (…).

Lope de Vega también recogió en su Gatomaquia la celebrada bravura de estos toros:

(…) Aquí Marramaquiz, desatinado

cual suele acometer el jarameño

toro feroz, de media luna armado, 

al caballero con airado ceño (…).

Ya en el siglo XVIII, Nicolas Fernández de Moratín evoca a esta casta de toros bravos que tantas veces han sido lidiados y corridos por los pueblos de la comarca:

No en la vega del Jarama

pacieron la verde grama

nunca animales tan fieros

junto al puente que se llama

por sus peces de viveros

como los que el vulgo vi

ser lidiados aquél día 

y en la fiesta que gozó

la popular alegría 

muchas heridas costó (…).


*turquesa: molde a modo de tenaza que servía para hacer balas de plomo.


Fuentes y bibliografía:

  • Archivo de la Ciudad de Arganda. 23/07/1649 Expediente judicial de Diego Hornero contra Diego Páez y Almazán, Pedro Vara y Juan Santander por haber matado ocho toros que se escaparon de su finca. 

  • Evolución histórica de toro de lidia. Barga Bensusán, Ramón. Publicado en la obra La Fiesta Nacional de toros. Recopilación de las Obras Ganadoras del premio literario-taurino Doctor Zúmel. Años 1989 a 1993. Tomo I. Madrid. 

  • El «Romancero de Gazul». Año 1595, anónimo, de «Los toros en la poesía castellana» de José María de Cossío.

  • Don Quijote de la Mancha. Cervantes Saavedra, Miguel de. Tomo II. Establecimiento tipográfico de D. F. de P. Mellado. Madrid, 1856.

  • La gatomaquía, Lope de Vega, Félix. Administración de El Cascabel. Madrid, 1867.

  • Fiesta de toros en Madrid. Fernandez de Moratín, Nicolás. Publicado en Antología de la literatura española. Primer grado, siglos XVIII y XIX. Instituto de España, 1938.






jueves, 15 de agosto de 2024

El abastecimiento obligado del ejército francés en la Guerra de la Independencia
El Ayuntamiento de Morata pidió en 1811 la devolución de la cebada requisada en la villa

En plena guerra de la Independencia el Ayuntamiento y Justicia de Morata reclamaron a Arganda la devolución de 50 fanegas de cebada que habían sido entregadas para el suministro de las tropas francesas acantonadas en dicha villa. Estos suministros, obligatorios, no dejaban de provocar disputas en una época de guerra y de carencias para toda la población. De ahí la protesta realizada por el Concejo de Morata ante Pedro de Mora Lomas*, consejero de Estado y prefecto de la provincia de Madrid para solicitar la devolución del cereal.


En 1811 la alcaldía de la villa de Morata la ocupaban Francisco Moreno y Juan Antonio Yangües. Como máximos responsables del gobierno de la villa, en diciembre de 1811 reclamaron, ante Pedro de Lomas, máxima autoridad civil de la provincia de Madrid, que la comandancia militar de Arganda había exigido a la villa la entrega de 50 fanegas de cebada para el abastecimiento de la caballería. Estas entregas estaban reguladas por el ejército invasor que obligaba a las autoridades municipales a abastecer a la tropa de víveres y comida y también de grano -cebada y paja- para la caballería. 

En un periodo de guerra, que ya se extendía por más de tres años, y de malas cosechas encadenadas, la requisa de un producto fundamental, como el trigo o la cebada, significaba un enorme esfuerzo para las villas obligadas a aprovisionar al ejército francés. Los ayuntamientos estaban obligados a detraer estos víveres de la alimentación de su propia población y afrontar un gasto incrementado por la elevada inflación de los productos agrícolas. Esta inflación provocó subidas inasumibles: la cebada, por ejemplo se cotizaba, según el Diario de Madrid del 12 de septiembre de 1812, entre 57 y 68 reales la fanega pero estos precios, registrados en el mercado del la plaza de la Cebada de Madrid, podían llegar a superar fácilmente los 120 reales y cifras superiores cuando se acudía a otros proveedores.

En medio de esta situación de crisis social y en plena guerra, la comandancia argandeña solicitó al Ayuntamiento de Morata, en octubre de 1811, que aportara 50 fanegas de cebada. Los responsables del Concejo de Morata atendieron a esta petición pero, al mismo tiempo, acudieron a Pedro de Mora y Lomas, consejero de Estado y prefecto provincial, para reclamar la devolución de una partida de cereal que, en su opinión, no les correspondía aportar. 

La reclamación fue atendida pocas semanas después y Pedro de Mora pidió a la Justicia de Arganda la restitución a la villa de Morata del grano incorrectamente requisado. En una carta, con fecha de 20 de diciembre, así se lo comunicaba:

(…) La Justicia y el Ayuntamiento de Morata me ha representado que en 27 de de octubre último se le exigieron por el señor comandante de esta plaza cincuenta fanegas de cebada, como lo acredita el oficio original y recibo que me ha presentado, no siendo este pueblo de los señalados al auxilio de esa comandancia y como tal exento de su contribución.

En esta inteligencia, prevengo a ustedes reintegren a Morata dichas cincuenta fanegas de cebada, ya sea en especie o en dinero, repartiéndolas entre los pueblos que en dicho mes auxiliaban a esa comandancia. Dios guarde a Ud. muchos años

Madrid, 20 de diciembre de 1811.

El Consejero de Estado prefecto de la provincia.

Pedro de Mora y Lomas.

A la Justicia de la villa de Arganda.

Orden del prefecto de la provincia de Madrid ordenando la devolución de las 50 fanegas de cebada (Fuente: Archivo de Arganda)

Reclamaciones y control por los suministros al ejército francés

La reclamación del Ayuntamiento de Morata por estas requisa obligatoria no fue la única de la que existe constancia en la comarca. Las dificultad para afrontar estos suministros impuestos a los ayuntamientos provocaron protestas de varias de las villas afectadas. Solo unos meses antes de la protesta de Morata, el mismo prefecto provincial había emitido una orden, en septiembre de 1811, para pedir a Arganda que se abstuviera de solicitar víveres a la villa de Chinchón. 

Unos meses antes, en junio de 1810, Pedro de Mora también remitió una orden a la villa argandeña para que se abstuviera de molestar y solicitar suministros a la villa de Perales de Tajuña porque esta villa ya ayuda a Leganés con víveres y suministros.

Por otra parte, el control administrativo de estos suministros, que podían dar lugar a prácticas contrarias a la legislación que los posibilitaba, obligaba a las autoridades a fiscalizar los víveres que cada municipio aportaba para el suministro de las tropas así como la cantidad de dichos suministros. Unos meses antes de que se reclamaran a Morata las 50 fanegas de cebada, el propio prefecto de la provincia de Madrid había solicitado a la Justicia de Arganda que le facilitara las cantidades que habían aportado las villas de Morata, Perales de Tajuña y Vallecas para el mantenimiento de las columnas militares que atravesaban sus términos municipales. En una circular remitida a Arganda por Pedro de Lomas, se les urgía a facilitar esta información a la más posible brevedad:

Orden del excmo. señor prefecto en que se manda se remitan los estados mensuales de suministros conforme está prevenido en circular de 10 de septiembre de 1810.

En vista de lo que Uds. me exponen sobre la imposibilidad de seguir suministrando a las columnas móviles que transitan por ese pueblo y los de Morata, Perales y Vallecas, por el gran número de raciones a que asciende este servicio prevengo a Vd., remita a esta prefectura los estados mensuales según les está mandado por la circular del 10 de septiembre de 1810, expresando a qué columnas móviles han hecho estos suministros y la cantidad de raciones que cada uno ha consumido.

Dios guarde a Vd. muchos años.

Madrid, 22 de junio de 1811.

El consejero de Estado prefecto provincial.

Pedro de Mora y Lomas.

A pesar de este control, no consta que la orden de Pedro de Mora a la villa de Arganda para que devolviera a la villa de Morata las 50 fanegas indebidamente requisadas fuera cumplida tal como había ordenado el prefecto de la provincia de Madrid. El alcalde de Arganda, Julián Yangües, contestó a Pedro de Mora dándole cuenta de la situación:

Excmo. Sr.:

En contestación a la orden que V.E. se ha servido comunicarnos con fecha 20 de diciembre por la que nos manda entreguemos a la Justicia y Ayuntamiento de Morata cincuenta fanegas de cebada que de orden del Sr. comandante de esta plaza entregaron en 27 de octubre debemos manifestar que el dicho grano lo conserva este señor comandante en un almacén separado de reserva, del que tiene las llaves en su poder. Con este motivo pasamos en 11 del corriente en que recibimos la orden de V.E. oficio a dicho señor comandante con su inserción para que a su vista, se sirviese disponer su entrega a la villa de Morata. De palabra nos ha manifestado que la cebada la conserva para una urgencia (…) y que en virtud de lo exigido por órdenes del Excmo. Sr. general Gobernador no la entregará si no de mando del mismo. Lo que comunico a noticia de V.E. para que en su vista se digne disponer lo que tenga por conveniente.

Dios guarde a Vd. muchos años.

Arganda , 18 de enero de 1812

Excmo. Señor

Julián Yangües

Esta respuesta deja en el aire cómo se resolvió el asunto ante la respuesta del comandante militar de Arganda que, como señala el alcalde argandeño, se remitió a su superior militar, el general-gobernador de Madrid, antes de acatar la orden de la autoridad civil. En cualquier caso, el militar mantenía el control de la cebada en litigio y que, según se aseguraba en la comunicación, la conservaba para una urgencia.



*Pedro de Mora y Lomas, el autor de esta misiva a la Justicia y Ayuntamiento de Arganda, era un experimentado alto cargo administrativo. Corregidor de Madrid desde el 11 de octubre de 1804, cuando se produjo la invasión francesa tomó partido por el rey impuesto por Napoleón, su hermano José I. Formó parte del Consejo de Estado del rey y el 31 de agosto de 1809 fue nombrado intendente de Madrid y prefecto de la provincia. Cuando finalizó la guerra se vio obligado a abandonar el país y exiliarse en Francia.


Fuentes y bibliografía:


  • Archivo de Arganda. (EX) 20/12/1811 - 18/01/1812 Orden de Pedro de Mora y Lomas, prefecto de la provincia de Madrid, a la villa de Arganda para que devuelva 50 fanegas de cebada a la villa de Morata 

  • Archivo de Arganda (EX) 30/09/1811 – 30/09/1811.Orden de Pedro de Mora y Lomas, prefecto de la provincia de Madrid, a la villa de Arganda para que deje de solicitar víveres a Chinchón, puesto que será Colmenar de Oreja la encargada de la ayuda.

  • Archivo de Arganda (EX) 29/06/1811-13/7/1811 Orden de Pedro de Mora y Lomas, prefecto de la provincia de Madrid, a la villa de Arganda para que remitan los estados mensuales de suministros conforme está previsto en la circular de 10 de septiembre de 1810.

  • Archivo de Arganda (EX) 06/2/1810-06/03/1810 Orden de Pedro de Mora y Lomas, prefecto de la provincia de Madrid, para que la villa de Arganda no moleste solicitando ayuda a Perales de Tajuña, porque esta villa ya ayuda a Leganés con víveres y suministros.

  • Historia de la villa de Morata de Tajuña. Torre Briceño, Jesús Antonio. Ayuntamiento de Morata de Tajuña, 1999.

  • Periódicos y publicaciones citados en el texto.







 

jueves, 8 de agosto de 2024

La importancia de los archivos en los estudios históricos

La Casa de Altamira sufrió en la Guerra de la Independencia el robo de parte del archivo 

Cincuenta años después, se malvendió el archivo al peso y la biblioteca familiar 

La consulta en los archivos es una herramienta imprescindible cuando se trata de abordar una investigación histórica. Lamentablemente, este trabajo de investigación se encuentra con dificultades que, a veces, se convierten en insalvables. La desaparición o la pérdida de documentos históricos, por los más variados y diversos motivos, es una situación que se repite más veces de las que serían deseables. En la entrega de hoy del blog vemos dos ejemplos de algunas de estas situaciones de pérdida de documentación histórica que afectan, en ambos ocasiones, a una misma familia, los condes de Altamira. La Guerra de la Independencia y el saqueo del archivo de la Casa, en un caso, y la ruina económica de la familia, en el otro, están en el origen de estas pérdidas documentales casi siempre irreversibles y que pueden afectar, por ejemplo, a la investigación la historia de Morata y de algunos pueblos de la comarca


En la primera década del siglo XIX la Guerra de la Independencia, además de una tragedia humana y social que provocó miles de muertos y pérdidas económicas en todo el país, también significó una incalculable pérdida en el patrimonio artístico y arquitectónico español. Literalmente, miles de obras de arte, pinturas, esculturas y otras manifestaciones artísticas fueron expoliadas y robadas por el ejército francés en todo el territorio nacional durante los años que duró el conflicto. Muchas de estas obras salieron de España con destino a Francia. Una mínima parte de este expolio pudo ser recuperado al acabar la guerra pero un porcentaje, no menor, jamás regresó al país y desapareció para siempre.

La Casa de Altamira, titular del señorío de la villa de Morata, fue una de las familias afectadas por estos casos de pillaje de los franceses. El claro alineamiento en contra de la invasión francesa del XI conde de Altamira, Vicente Joaquin Osorio de Moscoso, titular del condado en 1808, cuando se produjo la invasión y el comienzo de la guerra, le valió una condena a muerte, que no se materializó, y la confiscación de los bienes de la familia por orden de José I, monarca impuesto en el trono de España por su hermano Napoleón. 

El daños a los bienes artísticos propiedad de la casa de Altamira, no fue menor que el económico. Cientos de cuadros pertenecientes a la valiosa colección de pinturas, la mayoría de ellos heredados del marqués de Leganés salieron del país con destino a Francia. Desconocemos si este saqueo afectó a algunos de los cuadros que se conservaban en el palacio de los Altamira en Morata, pero a estas pérdidas de obras de arte hay que añadir el robo y la desaparición de una parte importante del archivo familiar en el que se conservaba una importante documentación relacionada en algunos casos con la villa de Morata y también con otras localidades de la comarca como Arganda o Perales de Tajuña.

Al finalizar la guerra, Vicente Joaquin Osorio de Moscoso ordenó elaborar un documento para recoger qué legajos había desaparecido o, en lenguaje de los responsables del archivo, habían sido extraídos del mismo. En el documento, fechado en junio de 1814, se utilizó el índice general del archivo para hacer la relación exacta de los documentos desaparecidos que fueron ordenados según su pertenencia a los distintos títulos nobiliarios asociados a la Casa de Altamira: Astorga, Sanlúcar, Velada, Poza, Nieva, Lodosa, Ayamonte, Sessa, Maqueda, marquesado de Elche, Altamira, Villamanrique, Almazán, Medina de las Torres, Saltes, Baena, bienes en Cataluña y, por supuesto, marquesado de Leganés. Sobre estos documentos pertenecientes a los marqueses de Leganés, como titulares del señorío de Morata y Perales de Tajuña, los responsables del archivo anotaron las siguientes pérdidas:

(…) Leganés

Legajo 1º número 1. Privilegio de Villazgo del lugar de Perales de Tajuña, dado por Felipe II a favor de dicho pueblo, en el año 1574.

Idem. Privilegio y merced de un juro de 9.410 maravedíes anuales sobre las alcabalas de la carne de la ciudad de Toledo, dado por Felipe II za favor de la Silla Arzobispal de aquella ciudad en recompensa del lugar de Perales de Tajuña, año de 1575.

Idem. Privilegio real confirmando la desmembración que se hizo a la Silla Arzobispal de Toledo del lugar de Perales de Tajuña para incorporarlo a la Corona, dado por Felipe II en el año 1576.

(…) 

Legajo 3º privilegio y merced de las alcabalas de Perales de Tajuña, dado por Felipe IV a favor de D. Diego Felípez de Guzmán, marqués de Leganés año de 1647.

(…) Legajo 4º. Cédula Real de Felipe IV confirmando a D. Diego Felípez de Guzmán, marqués de Leganés, 2.200 escudos anuales que se le estaban concedidos sobre los Países Bajos, extendiéndose esta gracia a sus descendientes por linea recta, año de 1630.

Legajo 6º. Número 1. Vínculo de las villas de Leganés, Velilla, Vaciamadrid, varios juros y otros bienes fundados con facultad real por D. Diego Felípez de Guzmán y Dña. Policena Espínola, su mujer, primeros marqueses de Leganés.

Número 2. Vínculo y agregación de varios bienes hecha a este Estado por el misma marqués de Leganés D. Diego y su mujer Dña. Policena en el año 1642.

número 3. vínculo y agregación hecha por D. Gaspar Felípez de Guzmán, segundo marqués de Leganés, a este mayorazgo de los 322.804 maravedíes que tenía anualmente sobre el primer y segundo uno por ciento de Leganés, Vaciamadrid, Velilla, Morata y Perales de Tajuña, en lugar de igual cantidad que tenía sobre la renta de millones de Madrid, año de 1664.

Número 17. Pleito criminal contra un guardia del soto del Porcal por permitir a varios vecinos de Arganda cortar leña en dicho soto. Año de 1786.

Legajo 14. número 17. Venta de los oficios de alférez y alguacil mayor, depositario general, corredor, mojonero y almotacén de la cilla de Morata, otorgada por D. Juan Palacio Leyva a favor del marqués de Leganés por precio de 33.273 reales, año de 1632.

Legajo !8. Número 11. Venta de la villa de Perales de Tajuña con su jurisdicción, señorío, penas de Cámara y sangre, mostrencos, mesteños, dos pedazos de monte y demás pertenencias otorgadas por el concejo de dicha villa en virtud de facultad Real a favor del marqués de Leganés, año de 1695. (…).

Aunque algunos de estos documentos no se dieron por perdidos definitivamente, por existir copias de los mismos en las villas afectadas, en otros casos el expolio significó su desaparición definitiva y la imposibilidad de consultarlos para futuros trabajos de investigación histórica. En esta pérdida de patrimonio documental, poca responsabilidad se le puede adjudicar a los miembros de la Casa de Altamira, perjudicados por episodios de una guerra que, dicho sea de paso, significó el empeoramiento de la ya apurada situación económica de la propia familia. 


Portada del catalogo de manuscritos de la biblioteca de los condes de Altamira

Venta del archivo Altamira y de la biblioteca familiar

Es precisamente el pésimo estado de la economía de la Casa de Altamira el origen de otra pérdida, en muchos casos irreversibles, de documentos históricos pertenecientes a la familia. Nos referimos al momento en que, tras la muerte en junio de 1864 de Vicente Pío Osorio de Moscoso, los responsables de la testamentaría del XIII conde de Altamira tomaron la decisión de vender, malvender sería quizá la palabra correcta, no solo el archivo de la Casa de Altamira, y de los títulos nobiliarios asociados a la misma, sino también la biblioteca histórica de la familia y hasta las armaduras que se conservaban en el palacio de la calle de San Bernardo en Madrid.

Este patrimonio documental y bibliográfico recogía la historia no sólo del linaje Altamira. En esos legajos se incluía también buena parte de la historia de las villas y lugares relacionados con esta familia y, en el caso de Morata, con los marqueses de Leganés, predecesores de los condes de Altamira en el señorío de la villa. Para poder hacerse una idea de la importancia de esta documentación perdida basta reseñar que se vendieron, al peso, nada menos que 1.057 @ de papel (2.155,5 kg) al precio de 8 ½ reales la arroba. Un librero de apellido Perera fue quien adquirió, en septiembre de 1869, estos legajos antiguos al peso. Con posterioridad, según se cuenta, sirvieron, en más de una ocasión para envolver productos alimenticios o, incluso, para tareas más escatológicas.

En un documento conservado, este sí, en el archivo de la Casa de Altamira se justificaba así este acto de desprecio al patrimonio documental dilapidado en tan desafortunada venta:

(…) D. Juan Salmón, administrador general de la misma procediera a la venta de las armaduras de combate, de la librería, manuscritos antiguos y papel viejo correspondientes a la referida testamentaría para con su producto atender a las obligaciones que pesan sobre ella por diferentes conceptos, habiendo tenido presente para esta determinación que tanto de unos como de otros objetos solo quedaban restos incompletos debido a que hacía muchos años habían sido ya extraídos de la Casa-Palacio, unos con autorización y otros sin ella, y no ser ya por esta razón de interés el conservarlos y mucho menos estando una gran parte de todos ellos inutilizados por la polilla o por la humedad u otras causas, especialmente desde que la invasión francesa en principios de este siglo secuestró, llevó y destrozó de estos y otros objetos, lo que tuvo por más conveniente.

Este texto reconoce el abandono que ya sufría el archivo y otros bienes de la familia Altamira y se retrotrae a la invasión del ejército francés para justificar el deterioro de este patrimonio. Como ya hemos visto, las consecuencias de la Guerra de la Independencia no eran ajenas a esta situación pero, tras la salida de las tropas francesas de España, los sucesivos condes de Altamira no dejaban de ser los máximos responsables de la situación a la que se había llegado cincuenta años después cuando en 1864 falleció Vicente Pío Osorio de Moscoso. En el documento que ya se ha citado, aparte de reseñar la venta al peso del archivo, también aparecen reflejadas otras ventas como las armaduras, adquiridas por el marqués de Vega de Armijo por 20.000 reales, y, también distintos manuscritos y la misma librería de los Altamira:

(…) En 11 de septiembre de 1869 se vendió la librería a D. (…) representante de Mister Bachelier de Florenne (…) 70.000 reales (...).

En 5 de junio de 1870, después de vistos por diferentes personas aficionadas a manuscritos antiguos, los que se le presentaron al objeto que fueron 61 legajos y una biblia fue preferido para la venta de ellos, porque ofrecía mayor cantidad, el señor conde de Valencia de D. Juan y fue la suma de 25.000 reales.

En 7 del mismo mes y año se vendió a D. Luis Madrazo una comedia de Lope de Vega y entre otros papeles la copia antigua del Tratado de Cetrería de Lope de Ayala en 4.500 reales.

En 12 de febrero siguiente se vendieron a D. Mariano Zabalburu diferentes manuscritos en 2.000 reales.

En 16 del mismo año se vendieron a D. Luis Madrazo 3 tomos de a correspondencia particular de Lope de Vega con el duque de Sessa en 5.000 reales.

En 4 de marzo se vendieron al referido Sr. conde de Valencia [de D. Juan] 18 legajos de manuscritos antiguos en 10.000 reales.

En 12 de mayo siguiente se vendieron al indicado D. Mariano Zabalburu diferentes manuscritos antiguos en 20.000 reales.

El total de las ventas reflejadas en este documento, que carece de fecha, significó para la Casa de Altamira unos ingresos de 182.458 reales, una cantidad que en poco podía aligerar las deudas que arrastraban los condes de Altamira. Por el contrario la pérdida cultural resulta difícil de cuantificar. Es cierto que los manuscritos que fueron adquiridos por el conde Valencia de D. Juan y por Mariano Zabalburu aún se conservan y pueden consultarse. No sucede lo mismo con los documentos vendidos al peso, de los que se desconoce qué legajos históricos podían incluir y a los que hay que dar, irremisiblemente por perdidos para siempre. 

El caso de la biblioteca familiar tiene unas connotaciones distintas a la documentación del archivo. Adquirida en su conjunto por una librería parisina, Bachelier de Florenne, conocemos exactamente la totalidad de las obras que se incluían en la venta gracias a la existencia de un catálogo editado para publicitar la posterior subasta en Paris de un patrimonio bibliográfico del que también se han perdido muchos de los ejemplares. Otros, salieron de España para no regresar. Por este catálogo, editado en el año en el año 1870, solo unos meses después de producirse la venta de la biblioteca, 

El tomo I del catálogo de la biblioteca de los condes de Altamira, publicado para la subasta celebrada en enero de 1870, incluye 1.085 referencias de otros tantos libros. Entre ellos se encuentran cuarenta y ocho manuscritos y libros impresos encuadernados en vitela y, además, libros de horas, de teología, liturgia, biografías de Santos Padres, de escolástica y de teología moral. También contenía la biblioteca según el catálogo obras de jurisprudencia, de ciencias, de bellas artes, estampas de la escuela italiana, libros de lingüística y retórica, de literatura francesa e italiana, obras de teatro, de filología, epistolarios y biografías. En este tomo también aparecen obras de historia, cosmología y viajes: historia universal y del las religiones, historia moderna, historia de Francia, Italia, Inglaterra, Portugal y España, de las Indias y de América, tratados de arqueología, heráldica y genealogía y, por último, recopilaciones bibliográficas. 

El 7 mayo de 1870 se celebra una segunda subasta también en París para la que se edita el II tomo del catálogo de la biblioteca. En esta ocasión el contenido de la publicación incluye los manuscritos de la casa fechados entre los siglos XI y XVI. Entre estos manuscritos aparece la correspondencia del duque de Montemar en 171 volúmenes, textos manuscritos de jurisprudencia y política, de la historia de Francia, de batallas famosas, las crónicas de los reyes D. Pedro y Enrique IV, crónicas de los reinados de Felipe IV y Felipe V, papeles del monasterio de San Lorenzo de El Escorial y mapas y planos militares. 

Por último, el 31 de mayo se inicia una tercera subasta de la biblioteca que se desarrolló durante cinco días, hasta el 4 de junio. El tomo III del catálogo, incluye las referencias de 1.508 volúmenes y 3 manuscritos. En esta última subasta se ofertaron los libros que no habían tenido salida en la subasta del mes de enero y otros que se subastaban por primera vez, muchos de ellos relativamente modernos, como el texto impreso a la muerte de Buenaventura Osorio de Moscoso y Fernández de Córdoba. También se incluía una colección encuadernada de la Gaceta de Madrid de los años 1806-1807 y 1808.

No podemos dejar de citar, para finalizar, como en la biblioteca de los condes de Altamira, y concretamente en su apartado de manuscritos, aparecen unos textos recogidos en el II tomo que tienen relación con Morata. Se trata de un denominado Memorial en que un criado del ex. Señor conde de Altamira hace suplica en verso y un texto titulado Viaje de Morata a Leganés en una mula perezosa y un mozo lerdo, redactado en verso. De estos manuscritos ninguna noticia nos ha llegado, más allá de esta referencia en el catálogo, por lo que como en otros muchos casos, pueden darse por perdidos.


Fuentes y bibliografía:

  • Inventarios de muebles, cuadros, estampaciones, joyas y diversos bienes pertenecientes a la casa de Altamira. Archivo Histórico de la Nobleza, BAENA, C291, D.1-12.

  • Catalogue de la bibliotheque de son excellence le marquis d´Ástorgue, compte d´Altamira, duc de Sessa. Tomos I, II y III. Librairie Bachelín-Deflorenne. París 1870. 






 

jueves, 1 de agosto de 2024

También hemos dicho que (…) puede traerse el Tajuña y que entre en Tajo con una mina”

En el siglo XVII se estudió el trasvase entre los dos ríos para mejorar la navegabilidad del Tajo
El proyecto pretendía utilizar embarcaciones en el Jarama y Manzanares para mejorar el abasto de la ciudad de Madrid 

Un proyecto para hacer navegable el río Tajo planteaba a mediados del siglo XVIII la posibilidad de realizar un trasvase de una parte del cauce del río Tajuña. Se trataba de un nuevo intento de hacer viable la navegación por el Tajo para favorecer el comercio y mejorar el abastecimiento de Madrid. Esta idea ya se había intentado en varias ocasiones desde el siglo XVI, cuando Felipe II intentó unir la capital de la corona castellana con Lisboa.


La navegabilidad del río Tajo, con proyectos más o menos ambiciosos, no dejó de ser una posibilidad para los reyes castellanos ya desde el siglo XV. Juan II y su hija Isabel I ya se plantearon esta idea para diversos tramos del Tajo. Fue décadas más tarde, ya en el siglo XVI, cuando Felipe II se convirtió en el monarca que más empeño puso en intentar llevar a la práctica la posibilidad de que barcos de mayor o menor calado surcaran el cauce del río más largo de la península con proyectos más o menos viables que, en algunos casos, incluían también actuaciones en afluentes del Tajo, como el Manzanares y el Jarama e incluso el propio río Tajuña.

Casi todos estos proyectos planteaban la posibilidad de que se pudiera navegar desde Madrid hasta Lisboa, salvando los obstáculos que en forma de presas, molinos o puentes, dificultaban la navegación. 

Durante el reinado de Felipe II proliferaron estos proyectos de hacer navegable el Tajo. En 1561 el arquitecto Francesco Paccioto planteó un modesto plan para construir un canal navegable entre Oreja y Toledo. En estos mismos años -como ya vimos en el blog- Juan Otazo de Guevara, residente en Morata y titular del mayorazgo familiar, trabajó activamente en un canal en el río Jarama que partía de Vaciamadrid y llegaba hasta Aranjuez. Estas obras, estaban más dirigidas a mejorar el riego, y aunque no se obviaba la navegabilidad del cauce del río afectado, no llegaban a plantear un proyecto más ambicioso que llegara hasta Lisboa y que uniera esta ciudad con Madrid, la sede elegida por el rey prudente como capital de su reino. 

Juan Bautista Antonelli, ingeniero italiano, sí que llegó a proponer a Felipe II un elaborado proyecto para hacer navegable el Tajo hasta Lisboa. Para demostrar la viabilidad de su idea hizo un viaje inicial entre la localidad portuguesa de Abrantes y la propia ciudad de Madrid en el año1581. Durante los meses siguientes Antonellí siguió desarrollando su proyecto, que contaba con los fondos aprobados por las Cortes de Castilla. Las obras realizadas con este apoyo financiero propiciaron la navegación por el Tajo en el entorno de Toledo.

El propio monarca, muy implicado en unas obras que consideraba podían favorecer no solo el comercio sino la agricultura y la industria de todo el entorno del río, e incluso de sus afluentes, no dudó en participar en 1584 en una jornada de navegación entre Vaciamadrid, el sitio real de Aranjuez y Aceca, cerca de Villaseca de la Sagra.

Sobre esta excursión naval Eugenio Llaguno y Amirola, autor de un interesante texto sobre obras hidráulicas y de todo tipo, Noticias de los arquitectos y arquitectura de España desde su restauración, se hizo eco de un documento de la época en el que se cuenta el viaje real, protagonizado por el rey y un abundante cortejo, pero dirigido por el propio arquitecto Juan Sebastián Antonelli. 

Este documento, titulado Relación del viaje que hizo Felipe II con el príncipe y sus hijas las serenísimas infantas por agua desde Vaciamadrid hasta Aranjuez y Aceca, por dirección de Juan Bautista Antonelli, cuenta cómo se fletaron dos barcas, de unos treinta y tres pies de largo y ocho de ancho, pero de escaso calado por el limitado caudal del río. El rey y la familia real ocupaban el centro de las embarcaciones mientras que la proa y la popa estaban reservadas a los remeros.

Después de probar las embarcaciones, que se habían construido aguas abajo de Vaciamadrid, el rey, su séquito real, los remeros y el propio Antonelli comenzaron la el descenso fluvial hasta San Martín de la Vega, donde se había levantado un muelle y una enramada ornamental. Tan insólito viaje había convocado en las orillas del río Jarama a los vecinos de los lugares comarcanos. 

Para amenizar la jornada sonaba la música de los criados de Sebastián de Santoyo, hacendado de la comarca con bienes en Arganda, Valdilecha y en Morata, donde era propietario de la Casa de Nevares, una construcción campestre desde la que se explotaban sus fincas rústicas en la villa. Tras pasar San Martín, el texto que relata el viaje cuenta cómo llegó la comitiva a la confluencia entre el Jarama y el Tajuña:

Fue navegando S. M. con un día claro y fresco hasta Bayona [Titulcia] donde estaba hecho otro muelle y una enramada, en la cual tenía el conde de Chinchón, cuyo son estos lugares, la merienda para sus altezas y sus damas y para los que quisieran merendar, y abordadas las barcas al muelle, merendaron, y después siguieron su viaje. Poco más bajo, entra el río Tajuña en Jarama, con cuyas aguas e ir Jarama más llano hace mejor navegación hasta entrar en Tajo (...).

Nueva propuesta de navegabilidad del río Tajo

Tal como se relataba en la crónica del viaje real desde Vaciamadrid a Aranjuez en el siglo XVI, cuando el Tajuña vertía sus aguas en el Jarama, en las proximidades de Titulcia, el incremento del cauce en este último río permitía mejorar la navegación a las embarcaciones que surcaban sus aguas.

Con el paso de los años, no sería la primera vez que las aguas del Tajuña se vieran como una opción muy válida para permitir la navegabilidad del río Jarama y también del Tajo. Así sucedería cuando, una vez abandonado por inviable el proyecto que presentó Antonelli a Felipe II, la navegabilidad del río Tajo volviera a plantearse en los años siguientes. 

En 1645, otro italiano, el matemático Luis Carducci presentó al monarca reinante, Felipe IV, un nuevo plan para hacer navegable el Tajo desde Aranjuez hasta su desembocadura en Lisboa. 

Como en anteriores ocasiones, el proyecto de Carducci, aunque se organizó una nueva jornada de navegación entre Toledo y Alcántara para demostrar la viabilidad de la idea no llegó a materializarse y habría que esperar un nuevo cambio de centuria para que apareciera una nueva propuesta de hacer navegable el Tajo. 

En este caso, el proyecto presentado a mediados del siglo XVIII, en 1753, planteaba un novedad importante respecto a los antecedentes: ahora, además de llegar hasta Lisboa navegando por el Tajo, también se planteaba que las embarcaciones pudieran surcar el río prácticamente desde su nacimiento. Es ahí, en la posibilidad de hacer navegable el Tajo desde sus primeros kilómetros, donde el río Tajuña cobraba protagonismo tal como veremos.

El proyecto fue presentado al monarca reinante, Fernando VI, por unos promotores que, a diferencia de ocasiones anteriores, no estaban encabezados por un un ingeniero o un arquitecto sino por un cargo administrativo de alto nivel: el alcalde de Casa y Corte Carlos de Simón Pontero. En la propuesta presentada ante el rey, se planteaba la preocupación por un asunto que siempre había sido considerado problemático desde que la villa se convirtiera en capital de la corona en 1561: el abastecimiento de una población en constante aumento que exigía un esfuerzo continuo para garantizar los consumos de los alimentos básicos y mejorar los sistemas de transporte, no siempre a la altura de las necesidades.

La documentación que se generó para llevar a cabo la propuesta de navegabilidad del Tajo, y algunos de sus afluentes principales, aparecen recogidas en un legajo agrupado bajo el epígrafe de Colección de los memoriales, planes y otros papeles que se dieron para reducir a navegables los ríos Tajo, Guadiela, Jarama y Manzanares por D. Carlos de Simón Pontero del Consejo de S.M. y alcalde honorario de su casa y corte, una de cuyas copias se conserva en la Fundación Lázaro Galdiano.

De este documento, y del proyecto en sí, nos interesan especialmente los aspectos del mismo que trataban sobre el río Tajuña. Resulta obvio que el objeto principal de una idea tan ambiciosa como era conseguir, después de tantos intentos inconclusos, la navegabilidad del río Tajo hasta Lisboa, rebasa el objeto del blog, por lo que nos vamos a limitar a analizar cómo podía afectar a la comarca del bajo Tajuña y a toda su cuenca las propuestas que sus autores hacían en torno al río.

Sí que resaltaremos que el proyecto del alcalde de Madrid afectaba, tal como se recoge en la documentación, no sólo al río Tajo, sino también al Guadiela, al Jarama y al Manzanares. La intención era clara: se trataba no solo de llegar a Lisboa sino de favorecer también el abasto de la capital con la rica producción agrícola de la región que atravesaba el Tajo desde su nacimiento. Como aspecto no menos importante, se trataba de garantizar el abastecimiento de carbón y madera a la capital, productos ambos imprescindibles para la población, que la ricas zonas forestales de la cuenca alta del Tajo y del Guadiela podían proporcionar sin problema, siempre que se garantizara su transporte hasta Madrid. 


Portada del Diario del viaje de reconocimiento del río tajo :Fuente: Biblioteca Real).

Reconocimiento del río Tajo y sus afluentes

Para avanzar en la realización del ambicioso proyecto era necesario reconocer el estado del río, como ya había sucedido cuando se presentaron a los monarcas otras propuestas para hacer navegable el Tajo. La novedad es que ahora este reconocimiento comenzaba prácticamente desde el nacimiento del rio en el punto de confluencia de lo que hoy son las provincias de Cuenca, Guadalajara y Teruel. Los protagonistas de este viaje de reconocimiento fueron dos ingenieros militares, José Briz y Pedro Simó. ¿Su objetivo? reconocer los obstáculos que en forma de presas, molinos, puentes o cualquier otro tipo de construcción podían dificultar la navegación por el cauce del río. 

Este viaje de inspección comenzó el 15 de julio de 1755 cuando los ingenieros responsables del reconocimiento del cauce del Tajo, y en estos primeros tramos, también del Guadiela, salieron de Madrid acompañados por los criados que les servirían en su trabajo. 

Las labores a realizar, muy complejas en ocasiones por el estado del propio cauce del río y sus riberas, no siempre contaron con las mejores condiciones meteorológicas y de transporte. Finalizaron casi cinco meses después xde iniciarse, el 5 de diciembre, lo que da una idea de la complejidad de unos trabajos que, en lo que atañe a la zona geográfica próxima al cauce del río Tajuña, se desarrollaron entre los días 30 y 31 de agosto y 1 de septiembre, cuando los ingenieros recorrieron el cauce del río Tajo en las proximidades de Trillo y también se acercaron a la localidad de Cifuentes próximo al Tajuña y, curiosamente, muy cerca del lugar donde casi 250 años despues se levantaría la presa de La Tajera.

Es en estos días cuando, según se rindica en el Diario que recogió todos sus trabajos, aparece citado el río Tajuña y en qué medida podía ser de utilidad su cauce para la viabilidad del proyecto de navegabilidad del Tajo y un aspecto clave del mismo: el caudal necesario para posibilitar la navegación. Sobre este aspecto, los ingenieros José Briz y Pedro Simó tenían que cumplir una serie de instrucciones previas y de ellas nos interesan las que se incluían en el punto nº 9 del apartado 6ª:

(…) Verán igualmente si para facilitar más el curso y abreviar la navegación se necesitan abrir algunas minas o si será este medio de introducir en Tajo los ríos que nacen a sus inmediaciones o el de Tajuña.

Se trataba de comprobar, como es evidente, si el caudal del Tajuña, que recogía sus aguas en una cuenca paralela a la del río Tajo, podía permitir ceder parte del mismo para garantizar la navegación de lunas embarcaciones que, de concretarse el proyecto, bajarían cargadas de productos agrícolas, y sobre todo, carbon, destinados a la capital del reino. 

Atendiendo a la instrucción recibida, los ingenieros se desviaron del Tajo y se acercaron hasta las proximidades del cauce del Tajuña para comprobar si existía posibilidad de realizar el trasvase de aguas de un río a otro. Así relataron su trabajo ese día 30 de agosto:

El 30 pasamos a Sotoca (…), aquella tarde fuimos a la villa de Cifuentes. A mediodía de Cifuentes se ve un cerro que divide las aguas de Tajuña y minándole se pueden traer al Tajo y aumentarle una mitad del agua sin grave perjuicio de los tránsitos de ese río hasta Bayonilla [sic]en Aranjuez, porque coge otras muchas aguas desde el sitio en que se había de hacer la mina (…).

También, como respuesta a las comprobaciones que debían realizar y sobre la posibilidad de realizar el trasvase entre los dos ríos, indicaron en el informe o relación final que redactaron al final del viaje:

(…) También hemos dicho que por Cifuentes puede traerse el Tajuña y que entre en Tajo con una mina, y hacer dos junto a Trillo para abreviar la navegación y una antes de las juntas en Bolarque y otra en Toledo para no dar con tantas presas y molinos).

Según estas notas, nada menos que la mitad del cauce se planteaba como posible trasvase desde el Tajuña al Tajo. Tras realizar el viaje de reconocimiento, os promotores redactaron una serie de proposiciones, presentadas al rey Fernando VI el 28 de septiembre de 1756, sobre las obras a realizar por una denominada Compañía de la Navegación del Tajo. Este documento que debía servir de base a las obras que permitieran la tan deseada navegabilidad del Tajo, incluía 86 artículos que determinaban los distintos tramos de las obras que debían iniciarse en el Real Sitio de El Pardo 7 y concluir en la ciudad de Lisboa. En uno de estos artículos, el 4º, se señalaba que tras lograr hacer navegables los ríos Tajo, Manzanares y Jarama se podía ampliar el proyecto al resto de afluentes:

4º (…) si la Compañía tuviese por conveniente extender la navegación a los demás ríos subalternos que entran en estos, y son los de Molina, Cuervo, Escavas, Alcantud, Río Mayor, Guadamajud, Henares, Tajuña, Tietar y otros podrá hacerlo a su arbitrio en la conformidad y bajo las condiciones que se arreglasen para con Tajo, Guadiela, Manzanares y Jarama.

Evidentemente ninguna de estas obras llegaron a realizarse. El río Tajo siguió sin ser navegable, lo que no impidió que el siglo XIX llegarán a proponerse, en un ciclo interminable, las obras necesarias para conseguir este viejo deseo nunca materializado.


Fuentes y bibliografía:

  • Noticias de los arquitectos y arquitectura de España desde su restauración. Llaguno y Amirola, Eugenio. Tomo III. Imprenta real. Madrid, 1829.

  • Felipe II y el Tajo. López Gómez, Antonio; Arroyo Illera, Fernando; Camarero Bullón, Concepción. Congreso internacional Felipe II (Universidad Autónoma de Madrid, 20-23 de abril, 1998). Madrid, Parteluz, 1998.

  • El proyecto de navegación del Tajo de Carlos de Simón Pontero (1753-1757). López Requena, Jesús. Fundación Juanelo Turriano. Madrid, 2020.

  • Colección de los memoriales, planes y otros papeles que se dieron para reducir a navegables los ríos Tajo, Guadiela, Jarama y Manzanares por D. Carlos de Simón Pontero del Consejo de S.M. Y alcalde honorario de su casa y corte. En Madrid, año 1759. (Fundación Lázaro Galdiano, Signatura: M 1-4-21 [I. 15016].

  • Memoria que tiene por objeto manifestar la posibilidad y facilidad de hacer navegable el río Tajo desde Aranjuez hasta el Atlántico. Cabanes, Francisco Javier. Imprenta de Don Miguel de Burgos. Madrid, 1829.