El Concejo se hipotecó en 24.000 ducados para dejar el señorío del arzobispado de Toledo
Desde el siglo XIV Morata, enclavado en las tierras de Segovia, había
pasado por distintas situaciones de vasallaje. Primero, Fernán Pérez
Portocarrero compró la jurisdicción de Morata, junto a Valdemoro y Pinto, por
180.000 maravedíes. Unos años después, Pedro I dona la villa a un miembro de la
familia Mendoza, Pedro González de Mendoza y, ya en los albores del siglo XV,
Enrique III emite una carta real con fecha de diciembre de 1393 por la que el
lugar de Morata pasa también por donación a la Mesa Arzobispal de Toledo. En
1574, por vez primera, el Concejo de Morata quiso que sus vecinos abandonaran
la condición de vasallos
En todos estos cambios jurídicos, los vecinos poco o nada tenían que
decir. Los reyes, utilizaban sus privilegios y usaban el status de Morata como
moneda de cambio con la nobleza y con la Iglesia. Bien por motivos económicos,
como sucedió con la venta a Pérez Portocarrero, o bien por intereses mutuos
como las donaciones a los Mendoza o al arzobispado de Toledo, Morata no pudo
influir en su situación jurisdiccional hasta bien entrado el siglo XVI. Es
entonces cuando, aprovechando que Felipe II, una vez más, tenía al borde de la
quiebra la hacienda del reino, los vecinos dieron el paso para que Morata
adquiriera la condición de villa y con ello mayor independencia municipal.
En el archivo de Simancas
(AGS-Expedientes de Hacienda-Legajo 329-Expediente 6) se conserva el expediente
de todo el proceso jurídico por el que Morata logró salir del vasallaje del
arzobispado de Toledo, eso sí, después de comprometerse a desembolsar una
importante cantidad de dinero, 24.000 ducados, que después de repercutirla en
los impuestos, habían de asumir todos los vecinos durante los años siguientes.
Desmembración del arzobispado
de Toledo
Unos años antes de iniciarse el proceso de desmembración, la Hacienda
Real pasaba por momentos de apuro, algo por otra parte habitual durante todo el
reinado de Felipe II. La deuda, alrededor de 36 millones de ducados, y las
continuas exigencias económicas de la agresiva política exterior del monarca,
obligaron al rey a buscar nuevos recursos económicos extraordinarios. Uno de
ellos fue aprovechar un breve papal de Gregorio XIII que autorizaba al rey a desmembrar villas de señorío eclesiástico –como
era el caso de Morata- y así obtener recursos con los que financiar la deuda.
En esta ocasión, las necesidades económicas del rey coincidieron con
el deseo del Concejo de Morata de obtener mayor independencia municipal y
parecía que el momento económico era el adecuado para cumplir este deseo. Pero
antes había que valorar el precio a pagar por esta nueva situación
jurisdiccional.
En la legislación emitida para llevar a cabo todo el proceso, se
fijaba un precio de 15.000 maravedíes por vecino. Este era el precio que debían
pagar bien las propias villas que desearan obtener su independencia de otros
señoríos, o bien los particulares que pretendieran convertirse en señor de
vasallos al comprar la jurisdicción de alguno de los lugares en venta. Morata,
para evitar esta posibilidad, que hubiera significado cambiar un señorío
eclesiástico por un señorío civil, optó por comprar su propia jurisdicción. Todo
este proceso, recogido en el expediente del Archivo General de Simancas, se
desarrolló en muy poco tiempo, concretamente entre el 9 de diciembre de 1574 y
el 15 de enero de 1575. En esas fechas se desplazó a Morata el juez Francisco
de Morales, enviado de la Hacienda Real para determinar las condiciones de la venta y,
especialmente, las rentas y el censo de vecinos de Morata.
Ya el día 9 de diciembre el concejo realiza un padrón de los vecinos.
Recordemos que el precio a pagar estaba directamente relacionado con el número
de vecinos de cada villa y también con las rentas que se habían producido en
los cinco años anteriores a la desmembración. Con este padrón, que encabezaba
Adán Ruano, hospitalero del hospital de la villa, se trataba de fijar el censo de
vecinos y también el número de viudas, clérigos, huérfanos y moriscos. El
motivo de esta distinción era muy claro: estos habitantes de Morata contaban
como medio vecino a la hora de valorar el precio final a pagar a la Hacienda Real.
Tres días después, el padrón se presenta al juez por los regidores de la dicha villa de Morata e
dijeron que en cumplimiento de la provisión de su majestad que les fue
notificada a ellos han hecho padrón de todos los vecinos e moradores, viudas e
menores que hay en la dicha villa, el cual padrón han hecho según de la manera
que les fue mandado, del cual padrón han presentado ante el dicho señor juez y
va escrito en 19 hojas y firmado de sus nombres y de mí, Alonso Bravo,
escribano público de esta villa y del concejo de ella.
Recibido el padrón, el juez pasó a comprobar, casa por casa, la
veracidad de su contenido el día 13 de diciembre. Acompañado de los regidores de la villa e juntamente
con ellos fue al hospital de la dicha villa donde vive Adán Ruano, que es el
primer vecino que va puesto y asentado en el padrón presentado por el Concejo.
Desde la dicha casa se comenzó a facer la declaración y comprobación en la
dicha calle y todas las casas de la dicha villa, y en cada una tomaron un
juramento preguntando a los vecinos que en la tal casa vivían e los menores e
huérfanos que tenían en estas casas …).
El documento de comprobación continúa reflejando los habitantes y
circunstancias de todas las casas de Morata con datos particulares de algunos
de estos vecinos. Por ejemplo, Pascuala de Prado, que fue casada y su marido se fue; o también los vecinos huérfanos
y, como hemos reflejado ya, los moriscos o las viudas. El acta de esta revisión
del padrón firmada por Francisco de Morales, se realizó el 16 de diciembre,
pero ya un día antes, el día 15 el concejo presenta un nuevo escrito en el que
refleja, refrendado por testigos avecindados en la villa, los vecinos que son pobres y mendicantes en una relación
que no esconde la situación de necesidad de estas familias. Así, es de nuevo
Adán Ruano el primer vecino que aparece reflejado y del que se dice que son personas pobres que no tienen ningunos
bienes muebles ni raíces (…) y su mujer anda a pedir. La relación sigue con Sebastián de
Villegas que es tan pobre que no tiene
tierras ningunas y su mujer y [sic] hijos andan mendigando y pidiendo limosnas
por las casas (…). Otros casos entre los citados por el concejo y los
testigos es el de María de Guzmán, mujer
que fue de Pedro Serrano [que] es muy pobre, que no tiene sino una casilla, e
tiene seis hijos e hijas pequeños, y se le da limosna y botica si caen malos.
Así, nada menos que hasta 126 vecinos, de un censo de 520, -alrededor
del 25 por ciento del censo-eran considerados pobres por el Concejo y, por lo
tanto, poco o nada podían aportar al pago del precio requerido para lograr la
desmembración del arzobispado de Toledo y su parte, lógicamente, recaería sobre
el resto del vecindario. Para defender ante la Corona que estos pobres debían
descontarse de la tasación final de la venta, el concejo otorgó un poder a
varios vecinos para recurrir su inclusión en el padrón, y por lo tanto reducir
el precio final que se debía abonar, pero lo cierto es que es que, aunque en la
documentación no aparece referencia alguna a esta reclamación, parece que no se
tuvo en cuenta por parte de la Hacienda Real y la valoración se mantuvo.
Una compra que hipotecó al concejo
La adquisición de la condición de villa y de la independencia que
suponía pasar a la jurisdicción real tenía un precio que ya hemos visto fue
fijado en 24.000 ducados. Naturalmente pagar esta cantidad no era fácil, como
vamos a ver, y es de suponer que muchos vecinos, aunque no hay documentación
que lo demuestre, no estarían de acuerdo con esta decisión del concejo que, no lo
olvidemos, estaba controlado por las familias más influyentes y en el que poco
tenían que decir los jornaleros o los vecinos más humildes que, sin embargo,
también se comprometían a abonar la cantidad acordada.
Para comprender que el concejo apostara por la compra hay que tener en
cuenta que en la fecha de la venta de jurisdicciones Morata, como tantos otros
pueblos del entorno de Madrid, había pasado por una época relativamente
boyante. En las propias Relaciones
Geográficas, elaboradas por Felipe II, se señala que el pueblo estaba creciendo,
gracias se dice, al cultivo del cáñamo, pero también, sin duda, a la demanda de
otros cultivos y productos como el
trigo, el vino y el aceite que
Morata podía aportar a la creciente población de Madrid. De hecho, unos años
antes el propio concejo había comprado la dehesa carnicera y, simultáneamente,
277 vecinos, habían adquirido también en propiedad las tierras baldías sacadas
al mercado por Felipe II, de nuevo con el objetivo de conseguir ingresos
extraordinarios.
El último cuarto del siglo XVI fue una época, por tanto, de relativa
pujanza y el concejo entendió que era la oportunidad de conseguir la
independencia municipal inexistente en los siglos anteriores. Sin embargo,
24.000 ducados era una cifra muy elevada que, evidentemente, el concejo no tenía
y que se consiguió con la firma de juros y censos –créditos hipotecarios
diríamos ahora- que había que pagar. En cierta forma, en esos años se vivía una
burbuja económica y los regidores consideraron que Morata tenía capacidad económica
suficiente para abordar los créditos, pero, simplemente, el tiempo demostró que
no era así.
Para hacernos una idea de la importancia de la cantidad comprometida
con la Hacienda, si la pasamos a reales y maravedíes, podremos imaginar lo que significó para los vecinos de Morata en esa época. La conversión
a moneda menor nos indica que los 24.000 ducados equivalían a 264.705 reales o,
también aproximadamente, 9 millones de maravedíes, la moneda más utilizada en
la época. Si tenemos en cuenta que el salario diario, los días que se
trabajaba, estaba fijado entre 2 y 3 reales, tenemos una imagen real de que la
cantidad comprometida fue tan importante que era inevitable que generara
problemas como así sucedió: cincuenta y ocho años después de firmar el acuerdo
de desmembración del arzobispado de Toledo, el concejo de Morata se encontraba
acuciado por el pago de los intereses y el principal de la deuda contraída. De
hecho, en una historia que contaremos con más detalles, en 1633 únicamente se
habían amortizado 400 ducados de los 24.000 comprometidos y, lógicamente, el concejo
tuvo que actuar para solucionar el problema económico que ahogaba a los vecinos
y que había llevado a Morata a la bancarrota. Y sí, la dación en pago fue el método elegido para solucionar el problema
en una demostración más de que la historia, a veces, se repite.
¡Esto es un trabajo de primer nivel!
ResponderEliminarEntonces con la dación en pago, ¿vuelve al señorío del arzobispado de Toledo?
ResponderEliminarNo, se hace con el señorío el marqués de Leganés.
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