Calle de la Soledad (Calle que va de la Iglesia a Nuestra Señora de la Soledad)
La calle de la Soledad siempre ha tenido esta denominación en el
callejero de Morata. La primera referencia documental que encontramos de ella,
en el Catastro de Ensenada, aparece ya identificada con este nombre en
referencia a la ermita de la Soledad localizada a la salida del casco urbano de
Morata en dirección a Perales de Tajuña. Hasta finales del siglo pasado
únicamente contó con casas en su fachada meridional, mientras que el resto lo
ocupaban las eras, las pozas del cáñamo, las Huertarias y el cementerio localizado frente a la ermita desde el
año 1814.
Únicamente seis casas se registraron en la primera referencia documental
que conocemos de esta calle cuando se redactó el Catastro de Ensenada. Entonces
contaba únicamente con seis casas, desde su inicio a partir de la calle de la
Cruz de Calderón y de la iglesia. El resto de su trazado estaba delimitado por
la parroquia, y el cementerio adosado a su fachada sur, la calle de la
Jabonería y la finca denominada Las
Huertarias. El tramo final hasta la Soledad estaba ocupado por eras de pan
trillar y, junto al edificio de la ermita, por las llamadas pozas de cáñamo
donde se trataban estas fibras vegetales después de su recolección.
La calle toma el nombre
de la ermita de la Soledad, un edificio religioso situado a la salida del casco
urbano que, como sucedía en todos los caminos que partían hacía los pueblos
vecinos, contaba con una ermita: la ermita del Rosario en el camino a San
Martín de la Vega, la ermita de la Magdalena en el camino a Valdelaguna y el
camino viejo a Chinchón, la ermita de la Concepción en el camino a Arganda y
Campo Real y la ermita de la Virgen de la Antigua en el camino del Toledano que
llevaba hasta Titulcia y a Chinchón.
Según la descripción que hizo a finales del siglo XIX Juan de Diego
Arribas de los edificios religiosos de Morata, situada a unos cien metros de la
población:
(…) se encuentra otra ermita,
en donde se venera a la efigie de aquella Santa Madre que con resignación vio á
su Hijo pasar los más crueles tormentos. Titúlase este santuario, entre los del
pueblo, con el nombre de ermita de los Santos Viejos, porque en ella hay unas
efigies que por Semana Santa son trasladadas a la iglesia para sacarlas en las
procesiones que en dichos días tienen lugar. Estos Santos, que son un Nazareno
y un San Juan, han sido sustituidos este año por otros nuevos, con cuyo motivo
ha sufrido también esta ermita una verdadera reforma, blanqueando todo el
interior, restaurando cuanto tenía deteriorado, arreglando la casa que contigua
a ella tiene para albergue la familia que está a su cuidado, y colocando una
campana pequeña. Por lo demás, nada de notable encierra; únicamente una
preciosa Soledad, que está muy bien tallada.
Gracias
a esta descripción conocemos que en aquellos años de finales del siglo XIX la
ermita de la Soledad, conocida también en algunas época con el nombre de ermita
de Fátima, aún contaba con alguna persona encargada de su cuidado que contaba
con una vivienda y un huerto adosado a la fachada oriental del edificio. En el
entorno de la ermita también se localizaban algunas de las trece pozas de
cáñamo se registraron en el Catastro de Ensenada.
Hasta
que se urbanizó en el entorno de la ermita de la Soledad aún se conservaron
estas pozas de cáñamo, aunque ya sin el uso que seles dio en los siglos XVII,
XVIII y XIX.
La localización de estas pozas-de entre uno y tres celemines de
superficie- siempre se situaba en las proximidades de los caces y a menor
altura para permitir su inundación con el agua en el que se maceraban las
plantas del cáñamo a partir de su recolección en el mes de agosto. El proceso
de macerado duraba alrededor de los nueve días que se necesitaban para separar
la fibra exterior de la planta de su interior. Posteriormente la fibras se
aclaraban en la misma poza antes de trasladarlas hasta los domicilios
particulares donde se elaboraban y tejían los paños en un proceso que incluía
el batido de las fibras con una maza y un nuevo aclarado y secado antes del
trabajo final de tejer los lienzos.
El trabajo de manipular
el cáñamo y elaborar los tejidos con su fibra fue una tarea habitual en
todos los pueblos de la ribera del Tajuña que, en muchos periodos históricos,
obtuvieron cierta fama por la calidad de sus trabajos.
En el centro de la imagen, el entorno de la calle de la Soledad en 1956
La calle de la Soledad, ya urbanizada, en una imagen del año 2014
El cementerio de la villa
Cuando
se redactaron los legajos del Catastro de Ensenada Morata, como la mayoría de
las villas y lugares, contaba con un cementerio adosado a la fachada sur de de
su iglesia, justo en el comienzo de la calle de la Soledad. Hasta bien entrado
el siglo XIX se mantuvo la costumbre de enterrar a los difuntos en los entornos
de las parroquias en los llamados cementerios sacramentales,: las familias más
poderosas en el interior de los templos o de las ermitas y el resto de la
población en el exterior. En Morata aún es posible apreciar en el interior de
la iglesia y de la ermita de la Soledad las lápidas de estos enterramientos
perpetuos de los miembros de las familias más pudientes económicamente que se
podían permitir mantener y financiar las capillas en las que se inhumaba a los
fallecidos. Para el resto de la población el destino final era el cementerio
situado en lo que hoy es el jardín situado al sur de la parroquia y el osario
en el que se depositaban los restos una vez pasado el tiempo.
Para el
auxilio espiritual de todos los fallecidos existía la cofradía de las Benditas Ánimas
encargada de sufragar las misas por las almas de los difuntos con el producto
de los bienes materiales que tenía en propiedad, una casa en la cale de la Cruz
de Calderón, una tierra y una alameda en Valdelaosa y distintos censos a favor.
La
construcción del nuevo cementerio
Los
cementerios sacramentales se mantuvieron en España hasta que las ideas de la
Ilustración empezaron a abogar por la necesidad de trasladarlos al exterior de
las poblaciones para evitar los problemas sanitarios provocados por su
localización intramuros de las poblaciones. Durante el reinado de Carlos III se
emitieron órdenes para prohibir los enterramientos en las iglesias que no
fueron obedecidas por los feligreses. La obligación de construir cementerios
fuera de las villas se reiteró en el efímero reinado de José I, durante la
guerra de la Independencia. En el
caso de Morata parece que fue a comienzos del siglo XIX cuando, por fin, se
clausuró el cementerio parroquial adosado a la iglesia, según una noticia publicaba
por El Universal en su edición del 24 de enero de 1814:
La circular del Sr. jefe Político, relativa a
la prohibición de enterramientos dentro de poblado , y el establecimiento de
cementerios en toda la provincia, en cumplimiento de lo mandado por el Congreso
nacional, ha producido el efecto que se deseaba en los pueblos siguientes;
Getafe, Carabaña, Pinto, Morata, Brea, Esquivias, Collado-Villalba, Alpedrete,
Pozuelo del Rey, Santos de la Humosa, Orusco, Méntrida, Carabanchel de Arriba,
Arganda del Rey, El Pardo, Fuencarral, ,
Villaviciosa, Torrejon de
Ardoz, Algete, Hortaleza, Coveña, Valdilecha, Baraxas, Torres, Daganzo de Abaxo (…).
Parece
evidente que es en esta fecha de 1814 cuando se construyó el cementerio en su
actual emplazamiento al final de la calle de la Soledad. Juan Diego Arribas
hace referencia al mismo en su crónica de Morata:
Al Este del pueblo, y en uno de los lados de la
carretera que conduce a Perales, existe el cementerio, y en medio de los
terrenos que encierran sus blancos muros descuellan los altos y verdes cipreses
que, arrogantes, se alzan en aquel lúgubre y solitario paraje. A pesar de su
austeridad, presenta desde lejos un aspecto muy diferente al que está
destinado. En el centro se encuentran sus galerías llenas de nichos, algunos
con lujo y gusto, cual lo están en Madrid, pues los morateños, sobre todo los
que pueden, son espléndidos para perpetuar la memoria de sus familias, y no
reparan en gastos para honrar sus cenizas.
En uno de sus ángulos, al Norte, hay una
pequeña capilla destinada á depósito de los que mueren de enfermedad
contagiosa. Su situación está de tal manera, que no ofrece ningún peligro a la salud pública de la localidad, mucho
más desde hace pocos años que le ampliaron con una porción de tierras contiguas
á él, por ser insuficiente las que había; hoy ya puede asegurarse que sobra
terreno, aun en el desgraciado caso de epidemia.
Su puerta, que está al Sur, tiene una magnífica
verja de madera en forma de arco, que constituye un conjunto admirable con la
blancura de las tapias.
Fuentes y
bibliografía:
· Morata de Tajuña. Crónica de la provincia de
Madrid. Arribas, Juan Diego-Imprenta de la Diputación Provincial-Madrid, 1891.
· Archivo Histórico Provincial de Toledo.
Sección Hacienda. Catastro de Ensenada. Libros maestros y respuestas generales.
Bienes de Eclesiásticos. H 408 y
H. 410.
· Periódico El universal. Madrid, 24 de enero
de 1814.
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