Oír
hablar del cólera nos puede parecer extemporáneo pero, todavía
hoy, es una enfermedad que azota periódicamente a los países
subdesarrollados. En el siglo XIX España padeció numerosos brotes
epidémicos de cólera-morbo, una enfermedad a la que difícilmente
se podía hacer frente con los limitados medios sanitarios de la
época. Durante toda la centuria, la población asistió,
prácticamente impotente, a las periódicas epidemias de cólera que
se declararon en 1834, en 1855 y, el último pero no menos
importante, en 1885. Hay constancia documental de que estas epidemias
afectaron seriamente a los vecinos de Morata causando numerosos
muertos entre ellos.
El
cólera de 1834 en Morata y el doctor Seoane
Este
primer brote de cólera epidémico, que afectó a todo el territorio
nacional, ya había sido detectado en 1833 en la ciudad de Vigo. En
el verano de ese año, Andalucía fue la región más afectada y tras
una tregua invernal, la enfermedad llegó a la provincia de Madrid en
el verano de 1834. En los primeros días del mes de julio -en medio
de una complicada situación política provocada por la crisis
dinástica, que enfrentaba a los partidarios de Isabel II con los de
su tío el Infante D. Carlos en la primera de las guerras carlistas-
se manifestaron los primeros casos en la capital. Pese al intento de
restar importancia a la aparición de la enfermedad, la epidemia
comenzó a manifestarse, al mismo tiempo que unos rumores falsos
responsabilizaban a los frailes de haber envenenado las aguas de
Madrid. La manipulación y la mentira provocaron, el 17 de julio, el
asalto a algunos conventos y la matanza de frailes.
Es
justo el día 17 de julio cuando aparecen las primeras referencias a
la enfermedad en Morata. El
Eco del Comercio
publicaba el día 21 una pequeña nota en la que daba cuenta de los
casos de cólera declarados en algunas poblaciones de la provincia de
Madrid. Según el diario, entre los días 16 y 18 de julio, en
Arganda ya se contabilizaban 171 enfermos y 9 fallecidos; en Morata,
74 enfermos y 6 fallecidos y en Vallecas, 34 enfermos y 10
fallecidos.
Estos
primeros fallecimientos en Morata no serían, desgraciadamente, los
últimos que provocaría el cólera en la epidemia de 1834. En esos
años, el censo de Morata, aunque las distintas fuentes difieren en
las cifras, se situaba entre los 495 vecinos registrados en 1825 y
los 673 que se contabilizaban en 1836, es decir, una cifra de
habitantes entre 2.000 y 2.500. En la alcaldía estaba Gregorio
Catalina Becerril, que debía hacer frente a una grave emergencia
sanitaria con los escasos medios de esos años: recordemos que la
asistencia médica estaba a cargo en las pequeñas poblaciones como
Morata de uno o dos médicos, un barbero cirujano y los hospitales de
caridad que, en el caso de Morata, atendían, con escasos medios, a
los pobres de la villa y a los pobres transeúntes (Hospital de
Vallejo y hospital de Antonio López). Son de imaginar las
dificultades que esta escasez de medios significaban para las
autoridades civiles y sanitarias de Morata y la situación de miedo y
pánico entre la población. Sin embargo, por motivos que la
documentación de la época consultada no nos permiten aclarar,
Morata contó en aquellos trágicos meses de julio y agosto de 1834
con la asistencia sanitaria de uno de los mejores especialistas
españoles, sino el mejor, en el tratamiento del cólera: el doctor
Mateo Seoane.
Publicación del doctor Seoane con indicaciones para combatir el cólera (1934)
Este
médico, radical en sus ideas avanzadas, había participado en los
movimientos liberales de la década de los año 20 del siglo XIX y
en los años anteriores a la epidemia de 1834 se encontraba exiliado
en Londres. Unos meses antes, cuando aún permanecía en la capital
del Reino Unido, Seoane ya había sido requerido, a través del
embajador y por indicación del conde de Alcudia, para que asesorase
a las autoridades sanitarias españolas en el tratamiento del cólera
que ya se había manifestado en algunas localidades costeras. Con
esta petición, el doctor Seoane trabajó en numerosos informes sobre
el tratamiento y las medidas para combatir a la enfermedad que se
remitieron a España antes de que el especialista viajara a Madrid,
donde se encontraba cuando se manifestaron los primeros casos de la
epidemia.
Con
la aparición de estos primeros casos en la entonces villa de
Vallecas, Seoane, a instancias del conde de Altamira y marques de
Morata, José María de Moscoso, fue enviado a esta población donde
se estableció un cordón sanitario –medida de la que no era muy
partidario el especialista en la epidemia-. Al parecer, el médico
únicamente puso como condición para aceptar el encargo de las
autoridades que si tengo la
desgracia y gloria de perecer, espero que el Gobierno mirará por mi
familia para que no sea una completa víctima de mi desprendimiento.
En
Vallecas Mateo Seoane hizo frente a distintos infundios y rumores que
indicaban que, junto con el boticario del pueblo,
damos buenas medicinas a los ricos y malas a los pobres.
Enfrentado también al militar responsable del cordón sanitario
Seoane se desplazó a Morata en una fecha próxima a la aparición de
los primeros enfermos en la villa.
En
una biografía sobre el médico, publicada en 1849, se indica que el
gobierno dio al Sr. Seoane la comisión de que pasara a los pueblos
de aquel valle [del Jarama y el Tajuña], donde reinaba el mayor
desorden, dándole las más amplias facultades para tomar cuantas
medidas creyese convenientes a fin de establecer en ellos un servicio
regular sanitario.
(Desconocemos si la influencia del conde de Altamira tuvo algo que
ver en la decisión de enviar a Mateo Seoane a Morata y Vallecas o
si, por el contrario, esta comisión se realizó al entender las
autoridades que estos pueblos eran los más afectados por la epidemia
y, por tanto, los que más ayuda especializada necesitaban).
Aunque
las autoridades civiles y sanitarias ya habían emitido un decreto de
ámbito nacional para que se constituyeran las juntas locales de
sanidad que estaban presididas por el alcalde de cada municipio y
compuesta por un jefe militar, un eclesiástico, un concejal, un
procurador síndico, un vocal de la junta de comercio o un
comerciante, un hacendado y uno o más facultativos del arte de
curar, -asi se realizó en el cercano ueblo de chinchón también muy
afectado por la epidemia- es de suponer que al llegar a Morata el
doctor Seoane se haría con el control de la situación y tomaría
las decisiones que le dictaran sus investigaciones y conocimiento de
la enfermedad y los mejores tratamientos para enfrentarse a ella.
Durante
su estancia en Morata se confirmaron sus temores previos y resultó
infectado por el cólera. Sobre el contagio del médico, el alcalde
de Morata informaba al gobernador de la provincia de Madrid. De sus
palabras, se deduce que en el pueblo no había otro médico encargado
de atender a los enfermos:
Le
acabo de ver, y después de muchísimos vómitos como si se hubiese
ya muerto; y lo peor es que no hay facultativo ninguno que le vea, y
solo el mismo, cuando vuelve en sí, se hace dar medicinas por el
barbero que he puesto a su lado para que le cuide.
Aunque
el cólera no le afectó tan gravemente como para provocarle la
muerte, Mateo Seoane salió con graves secuelas de la enfermedad. Fue
trasladado desde Morata a Vallecas y desde esta villa,
definitivamente a Madrid. Una parálisis fue la consecuencia de su
implicación con los vecinos de Morata y de la comarca. El gobierno,
atendió a una de las condiciones que había puesto el doctor Seoane
antes de ser enviado como comisionado Vallecas y a Morata y le
concedió una pensión para recompensar sus esfuerzos en la lucha
contra el cólera:
El
gobernador civil de esa provincia hizo presente a S. M. la Reina
gobernadora los extraordinarios servicios prestados por el profesor
de medicina doctor D. Mateo Seoane en beneficio de varios pueblos de
aquella en los cuales se padeció el cólera; servicios tanto más
recomendables, cuanto que habiendo volcado este facultativo a la
primera indicación del gobierno a asistir a los enfermos en
Vallecas, Morata y otras poblaciones, y contraído en su comisión
dicha enfermedad, estando a las puertas de la muerte, ninguna
recompensa, ni aún ayuda de costa se le ha dado, llegando su
desprendimiento hasta el punto de no haberla tampoco solicitado.
Fuentes
y bibliografía
- La epidemia de cólera de 1834 en Madrid. Asistencia y represión a las clases populares-Vidal Galache, Florentina. Espacio, Tiempo y Forma, Serie V, Historia Contemporánea, n.° 2, 1989, págs. 271-279. Madrid, 1989.
- Biografía del Excmo. Sr. Mateo Seoane, por el doctor en Medicina Don Manuel Albistur. Escenas contemporáneas. Revista biográfica, y necrológica, científica, literaria y artística. Imprenta de Luis Beltrán. Madrid, 1862. Segunda edición.
- La epidemia de cólera de 1834 en Madrid. Aspectos sanitarios y socioeconómicos. Puerto, F. Javier. Ministerio de Trabajo y Seguridad Social. Estudios de Historia Social. 1980, nº 15, p. 9-61. Universidad Carlos III de Madrid-Repositorio institucional e-Archivo http://e-archivo.uc3m.es. Departamento de Economía-Artículos de Revistas, 1980-
- El cólera epidémico. Consejos a los pueblos y los médicos para evitar esta enfermedad. Manuel Codorniu. Imprenta de Alejandro Gómez. Madrid, 1849.
- Instrucciones generales sobre el modo de preservarse del cólera-morbo epidémico, con indicaciones acerca de su método curativo, por el doctor Mateo Seoane. Imprenta de D. M. Calero. Madrid, 1834
- Epidemias de Cólera en Chinchón durante el siglo XIX. Panadero García, Raúl. Ayuntamiento de Chinchón. Año 2007. Premio de Historia.
- Periódicos y publicaciones citados en el texto.
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