En
la segunda entrega sobre la bibliografía de José de Hidalgo Tablada
analizamos uno de sus obras, el Tratado
del cultivo de los árboles frutales en España y modo de mejorarlo,
que fue reeditada en 1871 tras una primera edición del año 1852. El
propio autor explica que la primera edición de este libro, que contó
con el apoyo del Ministerio de Fomento de la época, incluía
litografías con las especies de frutales más emblemáticas:
(…)
se editó con numerosas láminas iluminadas, con colores naturales,
de frutos, hojas y flores de tamaño natural también.
Lamentablemente,
en la segunda edición, que se imprimió por cuenta del autor, no fue
posible incluir unas láminas que habrían encarecido notablemente el
precio de un libro que, como otros tantos del mismo autor, incluye
nociones básicas de botánica aplicadas a las especies de los
árboles frutales. El libro incluye otro apartado dedicado a explicar
generalidades sobre el clima y los terrenos más apropiados para las
distintas especies de árboles frutales -13 especies y 313 variedades
se analizan en el libro-. Hidalgo Tablada para justificar la gran
cantidad de especies y variedades que trata señala:
(…)
hemos
llegado a sumar dos mil trescientas variedades de árboles y
arbustos, con sólo veintidós géneros de frutales. ¿Y qué podemos
nosotros exponer de tan crecido número de nombres? ¿Cómo
confrontar la exactitud de las descripciones que determinan las
variedades? Conocemos algunas porque las cultivamos en nuestra
modesta propiedad [José Hidalgo tenía propiedades en Morata que
dedicada, sobre todo, al cultivo de la vis y del olivo], y hasta nos
inclinamos a creer que tenemos variedades nuevas, procedentes de
graneos hechos en 1845, pero ni esto, ni el haber tomado notas en
infinidad de huertos y jardines, tanto a las orillas del Ebro, como
del Tajo, Guadalquivir, e infinidad de sitios de que España abunda
en plantíos de frutales, nuestras notas se quedan cortas en número
de variedades útiles comparado con lo que hemos indicado.(…).
Para
la reseña de la obra, a nosotros nos interesa sobre todo aquellas
especies que el autor conocía muy bien por ser frutales que se
cultivaban en el término municipal de Morata. De hecho, estos
frutales hasta hace sólo unas décadas eran habituales en la vega
del Tajuña. Son los que hemos destacado de todo el libro.
Portadilla del libro de José de Hidalgo Tablada
Pera de San Juan
Árbol de
buen tamaño, de brotes gruesos rectos largos, fuertes y con los
poros visibles; requiere el injerto en franco. Hojas lanceoladas,
ligeramente dentadas, llanas, y sostenidas por un peciolo largo.
Yemas pequeñas y pegadas a las ramas. Flor con los pétalos casi
ovalados, llanos, estambres de color rojo vivo.
Fruto
pequeño, de forma regular: piel de color verde limón claro al lado
de la sombra, y amarillo
al del sol; muy lisa y reluciente, carne blanca, tierna.
Pera
temprana
De
esta hay dos variedades, una denominada de fruto pequeño, y otra de
grande; porque comparativamente la última es mayor tres cuartas
partes; la primera tiene poco más de un centímetro de alto y la
segunda cuatro.
La
grande presenta el fruto amarillo en el lado de la sombra y muy
colorado en la parte que le da el sol; la pequeña es amarilla toda.
En uno y otro árbol se observa gran desarrollo, si se injerta en
franco, lo cual requiere, así como el que no se sujeten a las formas
de espaldera., etc., que exigen podas repetidas. De la variedad
pequeña, tenemos una planta procedente de semilla, que, si un
arbolista de oficio la hubiese conseguido, estaría bautizada con el
nombre de la finca o del pueblo en que la hubiese obtenido, se
llamaría temprana de
Morata.
Pera
de agua.
Este
árbol se conoce con los nombres de peral de Brest y
otros, es vigoroso
particularmente injerto en franco, sus tallos se tuercen, son gruesos
acodados en sus nacimientos, la terminación recta, poros visibles,
color rojizo. Yemas gruesas, anchas por la base, separadas de las
ramas.
Hojas
grandes, dentadas, peciolo largo adherente a la rama. Flor de pétalos
ovalados. Fruto de tamaño mediano de doce a trece centímetros
algunos y de ocho otros de largo , y siete u ocho de diámetro; forma
aperada regular; pezón saliente algo abultado en la inserción del
pedúnculo, piel muy delgada, lustrosa, suave al tacto, verde claro
manchada de encarnado vivo en la parte del sol, y en la sombra de
puntos pardos, carne blanca, fina, muy jugosa, azucarado el jugo,
agrio agradable. Se pasa muy pronto.
Angélica
o pera de Roma.
Árbol
vigoroso, y que se aviene a vivir en espaldera aunque se desarrolla
mejor en forma redonda. Sus tallos son largos, de mediano grueso,
encarnados claro en la parte superior. Yemas medianas, redondas,
separadas de las ramas.
Flor bien
abierta, pétalos puntiagudos, llanos. Hojas de poco tamaño,
ovaladas hacia el peciolo, dentadas.
Fruto
de tamaño regular, muy ancho en la parte
superior y estrechando de pronto hacia el pezón que es grueso; piel
algo áspera, color verde limón; jugosa azucarado y bastante bueno.
Madura en diciembre y se prolonga hasta febrero.
Hidalgo
Tablada también
incluye en su obra los medios de conservación de la fruta en esos
años del segundo tercio del siglo XIX. En realidad, estos métodos
se mantuvieron en Morata y otros pueblos de la vega del Tajuña al
menos hasta la década de los sesenta del siglo pasado. Así lo
explicaba el autor:
Los
medios de conservación de las peras que se recogen en estío y otoño
y que por su clase u otra causa se separan del árbol para expedirlas
al mercado según están en sazón, son diferentes a los que hay que
usar con los que, maduran en el invierno. Las primeras se recogen y
colocan en sitio seco a la sombra, en cámaras, etc., pero que esté
claro y ventilado; las segundas se ponen en tales sitios por seis,
ocho o diez días para que se evapore algo la superabundancia de
jugos y después se llevan al frutero o sitio destinado al efecto,
que debe tener las condiciones indicadas.
Manzana
encarnada.
Árbol
de regular tamaño, tallos delgados, de color rojo, pubescentes.
Yemas pequeñas, salientes. Flor de pétalos estrechos y largos,
disciplinados por fuera y en algunos casos de color encarnado vivo,
por dentro igualmente. Hojas muy grandes, más largas que anchas,
dentadas.
Fruto
de forma regular, comprimido por las extremidades; pezón delgado,
piel de color encarnado vivo, al lado del sol, y mas claro por la
sombra; carne blanca, agradable; se pasa pronto de la madurez y se
vuelve pastosa insípida.
Reineta
camuesa temprana
Árbol
de mediano tamaño, fértil. Tallos delgados de color pardo claro,
encorvados, poros casi perceptibles. Yemas cortas. Flor con pétalos
matizados de encarnado claro. Hojas elípticas, grandes mas largas
que anchas, dentadas doble.
Fruto
aplastado por los dos extremos, de tamaño regular; pedúnculo
delgado, piel verrugosa, amarillo claro, con manchas pardas; carne
tierna, jugo abundante y agradable si no se pasa la época de la
madurez. Es de las mejores de la estación.
Reineta
de España
Árbol
vigoroso, se injerta en franco y se cultiva al aire libre. Fruto
prolongado de gran tamaño, de diez centímetros de alto por siete de
diámetro, casi cilíndrico; piel blanca y rosada en la parte del
sol, pubescente, cuyo carácter le hace distinguir: carne fina,
agradable acidulada dulce. Recogida en octubre antes de madurar dura
mucho, si se coge madura no tanto. Es muy buena clase.
Ciruelo
Claudio, verde
Árbol
grande, vigoroso, muy frutero. Fruto de buen tamaño, de tres y medio
centímetros de alto, por cuatro de diámetro, redondo; piel verde
amarillenta, con manchas rojizas del costado que le da el sol; fina,
adherente a la carne; ésta firme, suculenta; muy azucarada y grata
al paladar. Madura en julio y agosto.
Nogal
El
nogal no es exigente para el cultivo; en muchos sitios los hemos
visto colocados al lado de las carreteras como árboles de sombra, lo
cual si es poco a propósito con este fin, pues se sabe que produce
dolor de cabeza a los que están mucho tiempo bajo su influencia, en
cambio prueba que el árbol es poco delicado respecto del cultivo. La
cava del suelo que ocupa su copa y abonarlo, cuando es pobre, con
abonos bien fermentados, es bastante.
(…)
En el nogal como en el almendro, cuando empieza el fruto a caer del
árbol, se echa abajo el resto con varas, como no hay otro remedio
que hacerlo así, solo diremos que es de absoluta necesidad aporrear
poco las ramas, lo contrario es perjudicial para la cosecha
inmediata.
Tras
analizar las distintas especies de frutales (El autor también trata
de otros cultivos como el naranjo, el limonero o el algarrobo),
Hidalgo
Tablada realiza una profunda defensa del cultivo de los árboles
frutales por el beneficio que, en su opinión, proporciona a los
agricultores.
Por
el contenido de este texto se deduce que, ya en aquellos años, se
planteaba el debate sobre la rentabilidad de los distintos cultivos
en la vega de Morata –y también en el resto de los pueblos de la
vega baja del Tajuña-. Por aquellos años, como sucedería décadas
después con la aparición de nuevos cultivos
industriales–fundamentalmente la remolacha- y, más cercano en el
tiempo, con la llegada de maquinaría agrícola de grandes
dimensiones como las cosechadoras, se debatía sobre la rentabilidad
de los frutales que, a la vista de la situación actual, se decantó
a favor de liberar las parcelas de la vega de la mayoría de las
huertas que desde siglos atrás habían sido cultivadas por los
agricultores morateños y los de los pueblos vecinos.
Aunque
el texto resulte un tanto extenso, resulta interesante comprobar cómo
Hidalgo Tablada se posicionaba en este debate a favor de
compatibilizar los árboles frutales con otros cultivos:
V a l o r de
los productos del arbolado.
Cuando
se ve, como en el presente año hemos visto en el sitio en que
escribimos (Morata de Tajuña) arrancar plantíos enteros de arbolado
frutal de pipa y hueso, y se considera que están situados a cinco
leguas de la Corte,
de ese mercado a que concurren frutas de todos los puntos de la
Península y se venden con regular estimación; cuando se examina que
la tierra ocupada por los árboles tiene riego abundantísimo y que
la fruta es de muy buena calidad, especialmente la de pipa; se ocurre
dudar de la utilidad de nuestro trabajo sobre una materia que desde
luego aparece
aquí,
como poco o
nada
productiva, siendo esta la idea que se sustenta y defiende por los
que han dado los árboles casi de balde con el solo fin de
tener
pronto libre el suelo de plantas que vimos poner hace veinticinco
años y estaban en plena
producción. Tal anatema contra los frutales, creímos por un momento
fuese una ligereza de parte de los que administrando bienes ajenos,
habían incurrido en la debilidad de creer a la gente rústica del
país, que como lo general de su clase en España tiene aversión a
los árboles y prefieren las tierras libres de obstáculos que les
impiden con la sombra destinarlas a cultivos que requieren la
influencia directa del sol: pero habiendo visto que propietarios que
pasan por inteligentes han seguido la marcha por aquellos iniciada,
hemos creído conveniente decir algo que traiga el asunto a su
verdadero punto de vista, y demostrar hasta donde sea posible que hay
error en destruir una riqueza importante y útil, para fomentar el
modo de comprender las cosas por gente ignorante y rutinaria, como es
desgraciadamente lo general de la trabajadora del campo en España.
(…)
Iremos directamente al asunto del porqué los árboles frutales van
perdiendo la estimación en la localidad en que escribimos, y como el
motivo está en la mano el corregirlo, tal vez, consigamos contener
el descuaje iniciado, con lo que tendríamos una doble satisfacción,
pues en 1845 fuimos de los que contribuyeron a que se hicieran
plantaciones que, con pesar lo decimos, han desaparecido en el
invierno actual de 1870, por cientos de árboles.
Saben
nuestros lectores que los adelantos de la época exigen otros medios
de presentar los productos en el mercado, que cuando el atraso y
aislamiento en que vivían antiguamente los españoles, les hacia
admitir los frutos de una manera tosca, primitiva y que sólo se
buscaba poco precio de la cosa y una bondad relativa; la vista no
entraba por mucho, y los productos de los árboles frutales escasos y
mal arreglados tenían salida en la Corte
que había por necesidad
de proveerse de los pueblos limítrofes únicos que llegaban a ella,
pues los distantes les era imposible competir por ser grandes los
gastos de trasporte.
(…)
Si la fruta que se coge para que termine la madurez en el frutero, se
clasifica y guarda, como hemos dicho, en lugar de hacer montones
apilándola en un rincón donde la mitad se fermenta y pudre,
tendremos mayor precio y más número de arrobas, que compensarán
con usura, el aumento de gastos y ofrecerán ganancias donde hoy
resultan pérdidas. Si al expedir las frutas se envuelven en papel,
las de primera clase, darán producto y crédito en donde hoy solo se
ve desaliento que, llega hasta arrancar los árboles. Y no se diga
que es mas fácil escribir que hacer, ni que la localidad no tiene
condiciones para hacer lo que aconsejamos: para demostrarlo no hay
mas que hacer que examinar el mercado de Madrid y se verá que de
sitios más lejanos y
produciendo con más
gastos, se traen frutos que se venden a mejor precio con un poco más
de cuidado en los medios indicados.
Fuentes
y bibliografía:
- Tratado del cultivo de los árboles frutales en España y modo de mejorarlo. Hidalgo Tablada, José de. Librería de los Sres. Viuda e hijos de don José Cuesta, editores. Segunda edición, corregida y aumentada con nuevos datos. Madrid, 1871.
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