viernes, 15 de octubre de 2021

El III marqués de Leganés, señor de Morata y Perales, y el cambio de dinastía en España

Reconocido defensor de la casa de Austria, se posicionó a favor del archiduque Carlos para suceder a Carlos II

Participó activamente en el conocido Motín de los gatos

En febrero de 1711 moría en las cercanías de París, el III marqués de Leganés. Diego Dávila Messía y Guzmán* también ostentaba el título de II marqués de Morata de la Vega y fue nieto del primer señor de Morata, Diego Messía Felípez de Guzmán. Después de ejercer como virrey en Cataluña y Valencia y como gobernador en Milán, fue un firme defensor de la Casa de Austria, algo que marcó su vida y hasta su muerte ocurrida en el castillo de Vicennes. En los años finales del reinado de Carlos II, fallecido sin descendencia, trabajó, sin éxito, para impedir el cambió de dinastía en la Corona española.


En los años de transición entre el siglo XVII y XVIII, la ausencia de un heredero directo de Carlos II** el que sería el último monarca de los Austria en España, desató una lucha feroz entre los aspirantes al trono español y sus distintos partidarios, integrantes todos ellos de las facciones que, alentadas por los países interesados en influir en el reino español, se formaron cuando ya era más que evidente que el monarca reinante moriría sin descendencia, como así fue finalmente.
En este tablero de ambiciones políticas, intereses cruzados de las potencias extranjeras y luchas partidistas, que confluyeron finalmente en la guerra de Sucesión,  el III marqués de Leganés se convirtió en destacado protagonista, actor determinante en la política palaciega y, finalmente, claro perdedor no sólo para él sino, incluso, para su propia familia.
Fueron unos años que cambiaron la historia de España y que para la persona que ostentara el marquesado de Morata de la Vega, a nivel personal y familiar, le supuso morir en una prisión extranjera, sin sucesión directa y con el patrimonio económico acumulado por sus antepasados en franco declive. Como colofón, todos los señoríos, privilegios y títulos acumulados por su abuelo pasaron a la Casa de Altamira, incluido el señorío de la villa de Morata. Fue el precio a pagar por mantenerse fiel  y leal a los Habsburgo en los últimos años de reinado de esta dinastía en España.
Lealtad, ante todo y contra todos del marqués de Leganés
Es cosa terrible querer exponerme a que desenvaine la espada contra la casa de Austria, a la cual debe la mía tantos beneficios. Esta declaración de fidelidad absoluta, de lealtad sin límites a una familia real, a una dinastía y a una forma de gobernar España, resume a la perfección la trayectoria vital y política  de quien fuera en vida el III marqués de Leganés, ultimo heredero directo del fundador del señorío de Morata.
Antes de pronunciar esas palabras, sinceras y sentidas como le reconocieron incluso sus enemigos, pronunciadas para justificar su negativa a jurar fidelidad al nuevo soberano español, Felipe V, llegado desde Francia como representante de la nueva dinastía reinante, los Borbones, Diego Dávila Messía y Guzmán trabajó con ahínco para defender la permanencia de los Habsburgo en el trono, patrocinó y promovió medidas para hacerlo posible y hasta no dudó en encabezar y manipular levantamientos y conspiraciones si con ello conseguía su objetivo declarado de que los Austrias, en la persona del archiduque Carlos, accediera a la sucesión de Carlos II, fallecido el 1 de noviembre de 1700.
La muerte del rey conocido con el sobrenombre de El Hechizado no por esperada dejó de dar paso a una de los periodos más convulsos de la monarquía en España. En los meses anteriores, incluso años, previos a la muerte de Carlos II, las potencias extranjeras, Inglaterra, Francia, Alemania y Austria no dejaron mover piezas, buscar aliados y crear las bases para que el heredero de la Corona española favoreciera los intereses, contrapuestos, huelga decirlo, de cada una de ellas. La elección, pactada, de José Fernando de Baviera, un heredero que, si bien no era del gusto de todos los países implicados, al menos era el que menos rechazos levantaba permitía, además mantener los equilibrios de poder en Europa, hizo parecer que se había solucionado un problema sucesorio. Sin embargo, la coyuntura histórica que no hizo sino empeorar cuando esta elección de compromiso se hizo inviable por la muerte prematura, en febrero de 1699, a la edad de siete años, del elegido como sucesor del rey español.
A partir de entonces, las opciones habían reducido a dos: Felipe de Anjou, nieto de Luis XIV, representaba los intereses de Francia; el archiduque Carlos, perteneciente a la casa de Austria, permitiría, de haber reinado, mantener la línea dinástica en España y una forma de gobernar que ofrecía, a grandes rasgos, más autonomía para los territorios peninsulares frente a al centralismo de los Borbones.
En este momento de la historia, el III marqués de Leganés, consciente de que había que encontrar un nuevo monarca y dispuesto a defender, con cualquier medio, la candidatura austriaca no dudo en poner todo su empeño en este propósito. Para ello, en una tradición muy española, se integró en uno de los dos grupos que trabajaron para defender los intereses de cada uno de estos aspirantes: los partidarios del archiduque Carlos y los que defendían la opción borbónica.
A favor de la primera opción participaban miembros de la alta nobleza como el duque del Infantado, el duque de Pastrana, el marqués de los Balbases o los condes de Siruela o Cifuentes, junto con los embajadores de Austria y, cómo no, la misma reina, Mariana de Neoburgo, la segunda esposa de Carlos II y firme defensora de su sobrino, el archiduque Carlos, como aspirante al trono. Por supuesto, en este grupo no podía faltar el III marqués de Leganés. De hecho, el poseedor del señorío de Morata, frente a otros nobles y destacados políticos que no siempre mantuvieron su firmeza en la defensa de los intereses de los Austrias, nunca mostró un atisbo de tibieza en su fervor austracista.
Y bien que lo demostró, no mucho después de la muerte del frustrado heredero al trono  José Fernando de Baviera. Nos encontramos en el mes de abril de 1699 y podemos decir que este fue el comienzo unos años sin un atisbo de tranquilidad en España: en 1700 murió Carlos II y, seguidamente, tras la lectura del testamento del monarca fallecido, se proclamó rey a Felipe de Anjou, ya como Felipe V. Después llegarían levantamientos territoriales y la culminación de la crisis institucional, política y social con la guerra de Sucesión.
Pero antes, los españoles asistieron a algunos episodios con participación directa de nuestro protagonista, el III marqués de Leganés, señor de la villa y II de Morata de la Vega. El primero de estos acontecimientos, aún en vida de Carlos II, fue el conocido como Motín de los gatos, un levantamiento popular manejado, en la sombra, por agentes extranjeros y la alta nobleza cuyos intereses iban más allá de las protestas y tumultos provocados por el alto precio del pan que, al fin, sería la excusa que sirvió de para levantar a las masas.
 
Grabado de las revuelta popular conocida como Motín de los gatos
 
El Motín de los gatos o de Oropesa
En los primeros meses de 1699 el territorio de la Corona española sufría uno de esos episodios que regularmente desestabilizaba las calles en las ciudades, y especial y singularmente, en la capital del reino. Una sucesión de malas cosechas de cereales desembocó en un alza indiscriminada del precio del pan, alimento imprescindible en la alimentación de las clases populares. Por si fuera poco, las tendencias inflacionistas provocadas por quienes tenían capacidad de controlar el flujo del mercado del trigo, elevaron el descontento social hasta provocar el levantamiento popular iniciado el 28 de abril. La ira de los más necesitados se centró, de inicio en el corregidor de Madrid, Francisco de Vargas, y pronto se extendió por la capital al grito de pan, pan queremos pan… ¡Viva el rey muera el mal gobierno!
Y fue el propio rey, que vivía sus últimos meses quien intentó calmar los ánimos de los amotinados y del movimiento popular y, efectivamente, medias de emergencia abarataron el precio  del pan, al menos por unas semanas, pero el motín sirvió también para acabar con la figura del valido real, el conde de Oropesa, presidente en una segunda etapa del Consejo de Castilla, acusado junto con su mujer de acaparador de trigo y de favorecer el encarecimiento el pan.
Oropesa, que ya había presidido el Consejo de Castilla en un periodo entre 1684 y 1691 era partidario, como el señor de Morata, de la opción austracista frente a los Borbones franceses. De no haberse producido el motín y su destierro de la corte, Oropesa  tal vez hubiera continuado influyendo en el monarca para que designara en su testamento al representante austriaco como sucesor de la Corona española. Sin embargo, la salida de Oropesa sustituido por el cardenal Manuel Arias, de marcada tendencia  borbónica, no hizo sino disminuir, como se vería meses después, las posibilidades del archiduque Carlos de acceder al trono español.
¿Qué papel jugó el marqués de Leganés en el Motín de los Gatos?
Junto con otros miembros destacados del partido austracista Diego Dávila Messía y Guzmán, que también era partidario de realizar profundos cambios en la administración de la Corona española, no dejó de conspirar para conseguir influir en el nombramiento del archiduque como continuador de la dinastía de la Casa de Austria al frente de la Corona española. Junto con otros destacados partidarios de los Habsburgo, como el almirante de Castilla, el conde de Melgar, parece que en los días previos al motín su palacio en el entorno de San Bernardo fue frecuentemente lugar de reunión de conspiradores que intentaron, incluso, favorecer un golpe militar que finalmente no se llevaría a cabo.
También está esta admitido que el señor de la villa de Morata trabajó junto a quien fuera corregidor madrileño, Francisco Ronquillo en poner las bases del motín civil. Para ello se sirvieron de pasquines anónimos, folletos, sátiras y bulos y rumores que acrecentaban el recelo de las clases populares frente a un gobierno de extranjeros, o mejor, de personajes influenciados por los intereses franceses, a los que, naturalmente, se les hacia también responsables de la carestía de la vida.
En el golpe militar, en el que se involucró Leganés, junto con el embajador austriaco Harrach y otros nobles austracistas, se pretendía también apartar del poder y del entorno del rey a los partidarios de Francia y obligar a Carlos II, a quien se habría trasladado obligado a El Escorial, a abrazar definitivamente la opción austriaca. Este golpe, nunca pasó de ser un simple proyecto que jamás se materializó, quizá por la tibieza del emperador austriaco, curiosamente remiso a apoyar a quienes defendían su causa dinástica.
En el otro proyecto conspirativo, pese a que el Motín de los gatos consiguió un cambio profundo en la estructura de poder que se aglutinaba en torno al rey Carlos II, el trabajo de Leganés no dio los frutos esperados por el conspirador. El marqués, que pretendía acceder al Consejo de Castilla para así influir directamente en el rey no consiguió su propósito y, decepcionado y desengañado, anunció al embajador austriaco Harrach su intención de dejar la corte y desplazarse a sus señoríos andaluces*** tras advertirle proféticamente que cuando caiga España en poder de los franceses, y ocurrirá pronto, sólo cabra atribuir a S.M. Imperial [El emperador austriaco Leopoldo I] la culpa.
El marques de Leganés, pese a su declarado partidismo a favor de los Habsburgo, contaba con el respeto de los franceses. Henry de  Harcourt, el poderoso e influyente embajador francés en la corte de Carlos II, le manifestó siempre su consideración y, junto con el mismo rey francés, Luis XIV, le catalogaba como una persona leal, sincera e inteligente. Otra vez, de nuevo, la lealtad de Diego Dávila Messía como divisa determinante de su comportamiento ante el mundo.  En una carta sin fecha, pero enviada al monarca francés en los días previos al Motín de los gatos, su embajador en la corte española decía del III marqués de Leganés y señor de Morata:
(…) Leganés agradeció mucho la carta de S. M. Imperial. Es realmente el único que da la cara por la causa austríaca. El Rey y la Reina se le muestran ahora muy propicios, pero no es seguro que continúen así, porque Leganés acostumbra hablar claro, sin temor a descontentarles.
En otra carta, remitida desde Madrid a la corte francesa, Harcourt informaba el 15 de mayo de 1699, tras el motín, que continuaban las reuniones de los proaustriacos en el palacio del marqués de Leganés. Sin embargo, pese a estas informaciones del embajador francés, la decepción por no ser nombrado consejero y tras descartar un nuevo empleo como embajador en Viena, Diego Dávila Messía y Guzmán optó por abandonar la corte. Esta decisión la confirma otro personaje muy bien informado en el Madrid de finales del siglo XVII, el embajador austriaco Harrach. En una carta que remitió al emperador Leopoldo I en agosto de 1699, le adelantaba la intención de Leganés de alejarse de Madrid:
(…) El Gobernador del Consejo de Castilla y el Confesor del Rey han comisionado a Leganés para que diga al Cardenal Portocarrero que están dispuestos a reanudar su campaña contra la camarilla de la Reina, para conseguir la instauración de un buen Gobierno; pero que si Su Eminencia no la inicia se retirarán a sus casas a fin de no compartir las responsabilidades de lo que está sucediendo (…).
En efecto, el pesimismo que se apoderó del III marqués de Leganés y sus augurios de que la causa austriaca había perdido la partida frente a la opción francesa, entre otras cosas por la indecisión de Leopoldo I,  no tardaron en cumplirse. Había pasado algo más de un año  desde que Diego Dávila Messía y Guzmán jugara sus bazas en el Motín de los gatos y en el frustrado golpe militar cuando la muerte de Carlos II, en noviembre de 1700, confirmó el cambio de dinastía y el desembarco de  los Borbones a España.
La llegada del nuevo rey, Felipe V, contra la que tanto había batallado y conspirado el marqués de Leganés, podría haber significado en otro personaje, menos tenaz en la defensa de sus ideales pero a la vez determinado a servir a su país, su inmediato ostracismo y alejamiento de todo cargo importante dependiente de la Corona como sucedió con tantos personajes de la época ligados a la causa austriaca. Pero no fue así. La próxima semana veremos como Diego Dávila Messía y Guzmán, aún tenía que jugar algunas bazas en los primeros años del reinado del primer Borbón en el trono español, antes de su caída definitiva y de su destierro final en Francia


*Diego Dávila Messía y Guzmán (Badajoz, 1648-Vicennes, 1711), III marqués de Leganés, también aparece en algunas biografías con el nombre de Diego Messía Felípez de Guzmán  y Dávila, denominación en la que coincidiría con su abuelo el I marqués de Leganés.
**Pese a casarse dos veces, Carlos II nunca pudo lograr descendencia debido a sus problemas físicos manifestados prácticamente desde el primer momento de su nacimiento. Sus dos esposas, extranjeras como era común para forjar alianzas, pertenecían a las dos dinastías que, con los años, lucharon por el trono español. La primera de ellas, María Luisa de Orleans, sobrina del rey francés Luis XIV, fue objeto de sátiras y burlas en forma de crueles coplillas que cantaban las clases populares cuando la deseada maternidad se retrasaba y no era capaz de engendrar un sucesor:
Parid bella flor de Lis,
que en fortuna tan extraña,
si parís, parís a España,
si no parís, a París.
La segunda mujer de El Hechizado, Mariana de Neoburgo, estaba ligada a la Casa de Austria a través de su hermana Leonor, casada con el emperador Leopoldo I. Su elección fue un intento a la desesperada de conseguir un heredero pues se consideraba que sus antecedentes familiares -especialmente los de su madre, que había tenido ¡20! Embarazos-, garantizaban su fertilidad, algo que no llegó a cumplirse por la impotencia de su marido.
***Recordemos que el III marques de Leganés había ganado al duque de Medina de las Torres el interminable pleito iniciado por su abuelo, el I marqués de Leganés, en el año 1655, para acceder a los títulos y privilegios del conde duque de Olivares, fallecido sin descendencia directa, en territorio andaluz. Esta victoria en los tribunales significó para la Casa de Leganés, hasta entonces limitada en sus posesiones a las tierras de ambas Castillas y con palacios destacados en Madrid y, por supuesto, en la villa de Morata, aumentar su riqueza territorial y señorial con los bienes que pertenecieron a  Gaspar de Guzmán y Pimentel en Andalucía. Pese a este incremento patrimonial, el III marqués de Leganés, moriría endeudado en su destierro y prisión en París.

Fuentes y bibliografía:
    • La derrota del partido austracista y los votos del Consejo de Estado de julio de 1700 ante la conflictiva sucesión de Carlos II. Rafael Cantero Bonilla. Director Antonio Álvarez-Ossorio Alvariño. Codirectora Marina Torres Arce. Curso 2016 / 2017.
    • Boletín de la Academia de la Historia. Tomo XCVIII. Cuaderno I. Enero-marzo de 1931. Documentos referentes a las postrimerías de la Casa de Austria en España.
    • Historia de las guerras civiles de España. Biblioteca de escritores aragoneses, Tomo  IV. López de Mendoza y Pons, conde de Robres. Imprenta del Hospicio Provincial. Zaragoza, 1862.
    • Instauración dinástica y reformismo administrativo: la implantación del sistema ministerial. María Victoria López-Cordón. Universidad Complutense de Madrid. Departamento de Historia Moderna. Ciudad Universitaria. 28040 Madrid.
    • La guerra de sucesión de España, 1700-1714. Alvareda Salvado, Joaquím. Crítica. Madrid, 1968.
    • Historia general de España desde los tiempos más remotos hasta nuestros días. Modesto Lafuente. Tomo VI. Parte III. Dominación de la Casa Borbón. (Libros VI, VII y VIII. Editado por Javier Martínez. Madrid, 1857-58.
    • Luis Manuel Fernández, Cardenal Portocarrero (1635-1709). Regente de España. Manuel Muñoz Rojo. Programa de Doctorado: Historia e Historia del Arte y Territorio. Director: Don José Manuel de Bernardo Ares. Codirector: Don Juan Antonio Sánchez Belén. Uned, 2017.


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