miércoles, 28 de octubre de 2015

Francisco Barranco, un morateño cerrajero real


Este artesano forjó la rejería de la Puerta de Hierro y de la escalera del Palacio de Aranjuez

En el siglo XVIII el pintor italiano Santiago Bonavia trabajó en las obras de los palacios reales para los dos primeros monarcas españoles de la casa de los Borbones: Felipe V y Fernando VI. Junto a este artista italiano un cerrajero nacido en Morata, Francisco Barranco, dio forma a espectaculares obras de cerrajería: la barandilla de hierro de la escalera principal del Palacio de Aranjuez y el enrejado de la Puerta de Hierro de Madrid. 
Francisco Barranco es el protagonista de El cerrajero del rey, una novela histórica de María José Rubio, editada en 2012, que narra la trayectoria de este artista de la forja nacido en Morata. La novela, ciertamente interesante y muy bien ambientada en el Madrid del siglo XVIII, nos muestra como Francisco Barranco, un personaje que existió realmente como la mayoría de los que aparecen en el texto, ascendió desde los escalones más bajos de su oficio artesano hasta convertirse en cerrajero del rey.
Los apellidos Barranco y Salado en Morata
En la novela se aportan algunos datos, pocos, sobre el nacimiento y la vida de Francisco Barranco en Morata. Su nombre completo fue Francisco Barranco Salado y el de sus padres Phelipe Barranco y Teresa Salado. Por si os decidís a leer la novela, no voy a ofrecer más datos de los que aparecen en ella, sólo que, al parecer, el padre de Francisco, que trabajaba con el conde de Altamira, murió en un episodio relacionado con la guerra de Sucesión y que Teresa hubo de buscar  nuevas formas de vida que forzaron a madre e hijo a emigrar fuera de Morata.
Contamos con el Catastro de Ensenada para rastrear los apellidos de Francisco hacia la mitad del siglo XVIII en Morata. Y efectivamente, tanto su primer apellido, Barranco, como el segundo, Salado, aparecen en los censos de la época. Concretamente, con el apellido Barranco aparecen María Barranco, vecina de Madrid y propietaria de una casa en la calle Real de Arganda, y Manuel Barranco, viudo, sin propiedades registradas en la villa. En cuanto al apellido Salado, el de su madre, en Morata están avecindados Feliciano Salado, con una casa en la calle Cristo de la Sala; Manuel Salado, con casa frente a la ermita de Nuestra Señora de la Antigua; Miguel Salado, también con una casa en la calle Real, y Jerónimo Salado, propietario de la cuarta parte de una casa en la calle que sube a la Concepción (actual calle Moreríal). Pero el registro que realmente nos interesa es en el que aparece Francisco Barranco –recordemos que en el catastro lo habitual es que anote un solo apellido-, como propietario de una casa en la calle que sube de la Real al Pozo de la Nieve (actual calle de Juan Carlos I). Además, Francisco Barranco también aparece como propietario de unas tierras en el llano de Morata, en los parajes de El Pico del Águila y Los Rosales, y lo que es más importante, en el catastro se le identifica en el momento de su redacción, en torno a 1751, como vecino de Madrid, precisamente la ciudad donde vivió el cerrajero hasta su muerte en 1759. También existe constancia de que su hijo, José Barranco y Flores trabajó como cerrajero de Cámara de Carlos III.
Las obras más emblemáticas de Francisco Barranco
El trabajo como forjador y cerrajero de Francisco Barranco está ligado a la presencia en España del pintor Jacome [Santiago] Bonavia. Distintas vicisitudes propiciaron que el italiano, más allá de su profesión inicial de pintor, realizara trabajos arquitectónicos para los dos primeros borbones que reinaron en España. De su estancia en nuestro país han quedado sus trabajos y las distintas obras de remodelación realizadas en el Palacio Real de Madrid, el Palacio de la Granja de San Ildefonso o el Palacio Real de Aranjuez. En todos estos proyectos le acompañó Francisco Barranco como el encargado de modelar  y forjar el hierro que daría forma a sus diseños.

Escalera del Palacio Real de Aranjuez

La remodelación del Palacio Real de Aranjuez es impulsada por Felipe V a partir de 1741. En documentos de la época Bonavia relata cómo encargó a Francisco Barranco las rejas del Palacio de Aranjuez o cómo el cerrajero procedía en febrero de 1746 a confeccionar los tableros para elaborar en ellos las barandas y los tiros de  la escalera (Archivo General de Palacio Cª 14163 1 de enero de 1745). La balaustrada en hierro forjado, de estilo rococó, es de lo más destacado de la obra. Con Bonavia, Francisco Barranco también colaboró en distintas obras de rejería de los jardines de Aranjuez.

Puerta de Hierro, en Madrid
La Puerta de Hierro fue un proyecto Fernando VI quien ordenó su construcción a partir de un proyecto de Francisco Nagle al que dio forma en su parte de rejería Francisco Barranco. Esta puerta, que en su origen estaba integrada en la cerca que protegía el cazadero real de El Pardo, se empezó a construir en 1751 y posteriores remodelaciones, derribos y cambios urbanísticos la han alejado de su primitiva función.

miércoles, 21 de octubre de 2015

Pedro González de Mendoza, II señor de Morata


En 1366 Pedro I donó el señorío que pasó a una de las familias más poderosas del reino

En 1366, exactamente dieciséis años después de que Alfonso XI vendiera a Fernán Pérez Portocarrero el señorío de Morata, Pedro I revierte esta situación y dona el señorío a uno de sus consejeros más cercanos, Pero [Pedro] González de Mendoza. La muerte sin sucesión de Portocarrero propició este cambió en la titularidad del señorío que, por unos años, pasó a depender de una de las familias más poderosas de Castilla, los Mendoza.

En la transcripción del documento de donación, fechado en Toledo el 6 de abril de 1366, el rey Pedro I justifica esta donación del lugar de Morata –que aún no había logrado la categoría de villa- a Pedro González de Mendoza. El documento de la donación es transcripción del texto publicado en el Boletín de la Real Academia de la Historia, tomado, a su vez, de la colección Salazar.
Pedro el Cruel hace donación a Pedro González de Mendoza del lugar de Morata con todos sus términos y derechos, según lo tenía Fernán Pérez Portocarrero.
(Toledo, 6 de abril de 1366).
*Sepan quantos esta carta vieren commo yo don Pedro por la gracia de Dios rey de Castiella, de Toledo, de Leon, de Gallisia, de Sevilla, de Cordova, de Murcia, de Jahen, del Algarbe, de Algesira e Señor de Molina por faser bien e merçet a nos Pero Gonçales de Mendoça mió vasallo  por muchos e muy grandes serviçios que me avedes fecho e façedes de cada dia, e porque valades mas e seades mas onrrado, e vos e los que del vuestro linaje venieren, ayades con que me servir a mi e a los reyes que de mi venieren en Castiella e en Leon  donos en donación por juro de heredat para siempre jamas a vos e a los que del vuestro linaje venieren el lugar de Morata con todos sus términos segunt que mejor e mas conplidamente lo avia Ferrand Peres Portocarrero, el qual lugar tengo por bien de vos faser mercet del a vos el dicho Pero Gonçales de Mendoça, que le ayades con montes e términos e prados e pastos e aguas, corrientes e non corrientes e con todos los otros derechos que le pertenezcan e pertenescer deven en qualquier manera por qualquier rason. El qual lugar con todo lo que dicho es vos do en donación para vender e enpennar e dar e trocar e canbiar e enajenar e para faser dello e en ello todo lo que quisieredes asy commo de lo vuestro messmo, saluvo ge lo non podades vender ni enajenar en omme de orden nin de religion, nin de fuera del mió señorío sin mió mandado. Et do vos con la yantar que yo he de aver e con la martiniega e fumadera e asemilas e fonsado e fonsadera e con todos los otros pechos e derechos que yo y he de aver en el dicho lugar Morata e pertenesce al señorio dende y con la justicia çevil e criminal.
Otrossy que fagades guerra e pas del dicho lugar por mi mandado, e otrossy que ende que yo llegare al dicho lugar Morata yrado o pagado, de noche o de dia, con pocos o con muchos que me acoxgades en el  dicho lugar en la fortaleza que agora esta fecha e se fasiere de aqui adelante, a mi e a los reyes que después de mi vernan en Castiella e en Leon e retengo para mi e para los dichos reyes en el dicho lugar, monedas e servicios e alcavalas e tercias e minas de oro e de plata e salinas e otro qualquier metal que sea mió sy lo a. Et do vos men gurades la justicia que yo que la mande faser e conplir. Et por esta mi carta mando a los conçeios e a los alcaldes e a los alguasiles e otros oficiales qualesquier lugar Morata e de sus términos que agora y son e seran daqui adelante e qualesquier o qualesquier dellos que esta mi carta vieren o el traslado del la signado de escrivano publico, que reciban e ayan por señor  a vos el dicho Pero Gonçales de Mendoça e a los que después de uso venieren que cunplan e obedescan vuestras cartas e vuestro mandado assy commo de su señor e vos recudan e fagan recodir con todas las rentas e pechos e derechos del dicho logar segund que mejor e mas conplidamente recodieron al dicho Ferrant Peres e a los otros que por mi la ovieron fasta aqui. Et los unos nin los otros non fagades ende al por ninguna manera, so pena de la mi merçet e de los cuerpos e de quanto avedes (i) y de vos por qualquier e qualesquier de vos por quien fincare de lo assy faser e conplir mando al omme que esta mi carta mostrare o el treslado della signado commo dicho es, que les enplasen que parescan ante mi do quier que yo sea en el dia que los enplasare quinse dias so la dicha pena a desir por qual rason non cunplen mió mandado. Et de commo esta mi carta les fuere mostrada e la conplieren mando so la dicha pena a qualquier escrivano publico que para esto fuere llamado que de ende al que la mostrare testimonio signado con su signo porque yo sepa commo cunplen mió mandado. Et desto vos mande dar esta mi carta sellada con mió sello en plomo colgado. La carta leyda dargela.
Dada en Toledo seys dias de abril, era de mil e quatroçientos e quatro año.
Yo el Rey (autógrafo)
*Se ha conservado la transcripción literal de la carta de donación.
**En realidad se trata del año 1366, debido a que en esa época existía una diferencia de 38 años en el calendario cristiano
La carta de donación, además de en la colección Salazar de la RAH, Ac. Hist. Colección Salazar. M. 19, fol. 51 v., se conservaba también en el Archivo Zabálburu. Colección Miró, núm. 33. Original en pergamino, 0,42 X 0,23.
Las condiciones de la donación
En la carta de donación se regulan las condiciones que asumía y los derechos que adquiría en Morata Pedro González de Mendoza. Estos derechos del nuevo señor se corresponden con los que disfrutó en su corta posesión del señorío de Morata Fernán Pérez Portocarrero:
Yantar: tributo que se pagaba al principio en especie, y posteriormente en dinero, al rey o al poseedor del señorío, cuando permanecían en el territorio señorial, aunque terminó por convertirse en un impuesto fijo
Martiniega: tributo de carácter territorial, especie de contribución, que se pagaba por San Martín.
Fumadera: tributo que debían abonar los vecinos que residían en cada lugar o villa.
Acémilas: tributo relacionado con la necesidad de mulas en las campañas guerreras a cuyo mantenimiento se suponía que debían contribuir los vecinos. Con el tiempo se modificó y paso a ser un impuesto anual.
Fonsado: en teoría era un tributo referente a la conservación de los fosos de los castillos que en Morata, al no haber fortaleza, no se pagaría.
Fonsadera: tributo por el que los vecinos debían participar económicamente en los gastos de la guerra bien en especie, como soldado o, lo más común, con una contribución económica.
Justicia civil y criminal: derecho a percibir las penas impuestas a los vecinos por la justicia señorial.
En la carta de donación y respecto a los derechos señoriales Pedro I incluye, por último, unos indeterminados otros pechos y derechos que yo y he de aver en el dicho lugar Morata.
En la percepción de estos ingresos, que en definitiva significaban una importante carga impositiva para los vecinos, estaba el interés de las familias nobles por ostentar la titularidad de señoríos en las villas y lugares, lo que les reportaba además de beneficios económicos el prestigio social; en el lado contrario, lógicamente, los  lugareños que se veían acosados por unos impuestos señoriales a los que había que unir, como muy bien recoge el texto de donación del lugar de Morata, las cargas de carácter real, y que Pedro I señala como monedas, e servicios e alcabalas e tercias e minas de oro e plata e salinas e qualquier metal que sea mio sy lo a. Finalmente, los campesinos tenían que hacer frente a los impuestos que percibía la iglesia, fundamentalmente a través de los diezmos.

Pedro González de Mendoza
Pedro González de Mendoza era hijo de Gonzalo Yáñez de Mendoza y de Juana de Orozco, una familia procedente de Álava que llegó a conseguir un importante dominio territorial primero en la zona de Guadalajara y, posteriormente, gracias a los tradicionales enlaces con otras familias influyentes en la corte, en amplios territorios de la Corona de Castilla, donde ostentaron la titularidad de señoríos tan importantes como Buitrago o Hita y, especialmente, Manzanares El Real. A esta familia pertenecieron entre otros personajes el cardenal Mendoza, arzobispo de Toledo y con el mismo nombre, Pedro González de Mendoza, que quién ostento el señorío de Morata, o el marqués de Santillana.
Quien durante unos años ostentó el señorío morateño nació en Guadalajara, donde como hemos visto se inició el ascenso familiar, en torno a 1340. Su cercanía al monarca de turno le facilitó su nombramiento para distintos cargos, siempre al lado del monarca. Fue guarda mayor de Pedro I y con este rey tuvo un papel destacado en la denominada Guerra de los Pedros que enfrentó a al rey castellano con su homónimo aragonés Pedro IV. Posteriormente, durante la guerra civil entre Pedro I y su hermanastro Enrique de Trastámara, cambió de bando –en 1366, después de recibir la donación de Morata- y el nuevo rey, ya Enrique II, le nombró ayo del futuro monarca Juan I quien, una vez en el trono, le ascendió a mayordomo mayor y capitán general del ejército real. Su cercanía al monarca le permitió ejercer como regente durante las ausencias del rey al que acompañó en la que sería su última aventura guerrera, la batalla de Albujarrota, que quedaría ya ligada por siempre a la trayectoria vital de Pedro González de Mendoza. En esta batalla, que tuvo lugar en territorio portugués, González de Mendoza, según cuentan las crónicas, presto su último servicio al monarca al prestarle su caballo para que huyera de una muerte segura que los enemigos portugueses le causaron al señor de Morata.


Pedro  González de Mendoza cede su caballo al rey en la batalla de Albujarrota
Antes de convertirse en el mártir de Albujarrota, Pedro González de Mendoza amplió notablemente el patrimonio familiar, no solo por sus servicios a la corona y a los distintos monarcas con los que guerreó, sino también por una muy  premeditada política de alianzas familiares con sus distintos matrimonios. Pedro González de Mendoza casó en primeras nupcias con María Fernández Pecha, hermana de Pedro Fernández Pecha, fundador de la orden jerónima. Esta familia también era originaria de Guadalajara y, curiosamente, tenía instituido un mayorazgo en Morata. De este matrimonio no hubo descendencia. Posteriormente Pedro González de Mendoza se casó con Aldonza de Ayala, con quien tuvo 8 hijos, cuatro hijas y cuatro hijos. Uno de estos hijos, Diego Hurtado de Mendoza, sería el heredero de la mayor parte del patrimonio familiar. Otra de sus hijas, con el tiempo sería la bisabuela del rey Fernando el Católico.
En el testamento, redactado dos años antes de su muerte, Pedro González de Mendoza no cita el señorío de Morata ni tampoco que este fuera asignado a alguno de sus descendientes. Lo que sí esta contrastado es que unos años después, concretamente en 1893, Morata pasaría al señorío temporal del arzobispado de Toledo, merced a una Real Carta de Enrique III por la que, junto a Valdemoro dejaba de ser lugar de señorío civil. En menos de 50 años Morata había pasado por dos señores, Fernán Pérez Portocarrero y Pedro González de Mendoza, sin que en ningún momento los vecinos tuvieran ningún poder de intervenir en estas decisiones reales que condicionaban su día a día.

miércoles, 14 de octubre de 2015

Fernán Pérez Portocarrero, primer señor de Morata


Alfonso XI le vendió el señorío en 1350 junto con las villas Valdemoro y Pinto

En el siglo XIX, con la Constitución de Cádiz los señoríos quedan abolidos en España. Morata, desde el siglo XIV conoció prácticamente todas las situaciones jurisdiccionales posibles. Fue lugar de realengo, de señorío civil y de señorío eclesiástico. En estos siglos, su jurisdicción fue vendida y donada a representantes de la nobleza, pasó a la jurisdicción eclesiástica, y de ahí, con la compra de los vecinos, volvió a la jurisdicción real por unas décadas, antes de pasar de nuevo a ser villa de señorío en poder del marqués de Leganés. Este vaivén jurídico, en el que los vecinos poco tenían que decir, sometidos como estaban a las decisiones reales, se inició en el siglo XIV con la venta de la villa a Fernán Pérez Portocarrero y a su mujer Marina Alonso.

Nos situamos en el año 1350 y en el sitio de Gibraltar. Alfonso XI intenta lo que él y sus antepasados han intentado en tantas ocasiones: dominar la plaza fuerte que controla el paso del Estrecho y fundamental para avanzar en la reconquista del territorio dominado por los musulmanes. Desde 1279 Alfonso X había intentado la conquista del castillo gibraltareño y su caserío, y su sucesor, Alfonso XI, desde 1333 había desplazado en cinco ocasiones a su ejército a la comarca para conquistar las plazas de Tarifa y Algeciras e insistir en la conquista de la estratégica roca.
En esta situación es cuando se produce la venta de Morata a Fernán Pérez Portocarrero, puesto que de una venta y no de una donación se trataba. El documento original en el que se refleja la venta real ha desaparecido pero sí que se conserva una copia, realizada en el siglo XVI, con el contenido del mismo:
 Fernan Pérez Portocarrero y Marina Alonso su mujer los quales compraron del Rey don Alfonso XI estando sobre Gibraltar por 180000 maravedíes el lugar de Pinto, termino de Madrid, y Valdemoro y Morata en término de Segovia. Y el rey vendió estos dichos lugares para ayuda de sus grandes gastos y en el sitio sobre Gibraltar y en 1388 se hizo la venta y dio licencia para que de los lugares hiciesen mayorazgo.
Venta de Morata en un documento de la Col. Salazar y Castro, MS. D-10, fols. 249-50; MS. M-49, fols. 79v.-81 rev. RAH (Madrid)

Venta para financiar la guerra
La creación de un señorío en una villa o lugar casi siempre tenía un origen económico. El rey, poseedor por definición de todo el territorio, necesita dinero y acude a la venta de jurisdicciones para solventar sus apuros económicos cuando la recaudación de impuestos no es suficiente para equilibrar las arcas reales. Y esa era la situación a mediados del siglo XIV. Alfonso XI, un rey guerrero, había llevado al reino a la bancarrota con sus campañas militares pero eso no menguó el afán bélico que le caracterizó, literalmente, hasta el mismo día de su muerte, a consecuencia de la peste negra y que tuvo lugar en marzo de 1350, pocas semanas después de vender el lugar de Morata.
Tal como se indica en el documento de la Real Academia de la Historia, Pérez Portocarrero, perteneciente a una familia noble de orígenes norteños, pagó por la adquisición de las tres villas la cantidad de 180.000 maravedíes. Naturalmente, al pagar esta cantidad Portocarrero perseguía un interés económico y de prestigio. Para hacernos una idea de lo que significaban en esa época 180.000 maravedíes la podemos comparar con el preció de un elemento básico en la alimentación de la época: el trigo. Por esos años, un caíz de trigo (12 fanegas, equivalentes a 532 kilos) tenía un valor de 18 maravedíes, es decir, el precio de la venta de las tres villas equivalía a 10.000 caíces o, lo que es lo mismo, 5.320.000 kilos de trigo. Si comparamos el precio de la venta con lo que se pagaba por el material militar, que al fin y al cabo  es lo que necesitaba Alfonso XI para culminar la conquista de Gibraltar, en esos años una galera española se valoraba en 9.000 maravedíes, con lo que el precio que pago Fernán Pérez Portocarrero le habría servido al monarca para fletar 20 galeras.
Relato de uno de los servicios de Fernán Pérez como merino mayor de Castilla

Fernán Pérez Portocarrero pertenecía a una familia muy ligada a la corona de Castilla. Su padre, Martín Fernández Portocarrero, se crió junto al rey Alfonso XI, que le tenía como uno de sus consejeros más influyentes, y esta relación le allanó su camino en la corte y el progreso social. Fue nombrado merino mayor de Castilla, un cargo que le convertía en una especie de juez para resolver conflictos en los territorios castellanos, pero que también llevaba asociadas funciones administrativas y militares. Esta función militar aparece en las crónicas del reinado de Alfonso XI, como cuando en 1334 el rey le envía a reducir a unos malhechores cerca de Segovia con motivo de un viaje del rey:
 (…) salió [el rey] de Valladolid para ir a Segovia, e supo en el camino que estaban en Fresno de Cantaespina unos malhechores, et envió allá a Fernán Pérez de Portocarrero, su merino mayor en Castilla. Et el merino fue y cercó el lugar, et ayuntó a los concejos de las comarcas, et controló por la fuerza, et tomó a los malhechores, et derribó la cerca del lugar (Crónica de Alfonso el onceno-Francisco Cerda, Madrid, 1787).
Esta cercanía al rey le procuró el prestigio y la posibilidad de ascender económicamente lo que, a su vez, le permitió hacer el importante desembolso monetario para adquirir las villas y lugares de Morata, Valdemoro y Pinto, donde al parecer construyó la torre en la que siglos después permaneció presa la princesa de Éboli por orden de Felipe II.
Tras participar en el sitio y conquista de Gibraltar, Fernán Pérez continúo ligado a la monarquía castellana. El sucesor de Alfonso XI, Pedro I, también le otorgó favores con su nombramiento como guarda mayor, cargo que ejerció entre los años 1355 y 1356. Entre otras funciones, el guarda mayor era el responsable de la seguridad del rey y de su familia, tanto en la corte como en los desplazamientos reales.
Las condiciones de la venta
Del documento que reproducimos de la RAH, aparte del precio de venta, poca información se deduce sobre los derechos que adquirió  Portocarrero al convertirse en señor de Pinto, Valdemoro y Morata. Gracias a un documento posterior, por el que Pedro I, sucesor de Alfonso XI, cedió el señorío de Morata a un miembro de la poderosa familia Mendoza, sabemos las condiciones de la adquisición de Morata por parte de Fernán Pérez Portocarrero:
(…) donaçion por juro de heredat para siempre jamás a vos e a los que del vuestro (…) que le ayades con montes e términos e prados e pastos e aguas, corrientes e non corrientes e con todos los otros derechos que le pertenezcan de en cualquier manera por cualquier razon. El cual lugar con todo lo que dicho es uso do en donaçion para uender e enpennar e dar e trocar e cambiar e enajenar e para faser dello e en ello todo lo que quisieredes asy conmmo de los vuestro messmo, salvo que lo non podades vender ni enajenar en omne de orden nin de religión nin de fuera del mio señorio sin mio mandarlo. Et do uso con la yantar que yo he de auer e con la martiniega e fumadera e acemilas e fonsado e fonsadera e con todos los otros pechos e derechos que yo y he d auer en el dicho lugar de Morata e pertenesce al señorio dende y con la justicia çevil e criminal.
En este texto, escrito en castellano antiguo se detalla que el señorío de Morata tenía el derecho a cobrar algunos impuestos como la fumadera, la martiniega o la fonsadera, y también la administración de la justicia civil y criminal, merced a la donación por juro de heredad, un contrato que permitía la transmisión a los hijos, siempre con el permiso real, y algo que no se pudo producir ya que en el matrimonio de Portocarrero con Marina Alfonso no hubo descendencia, por lo que el señorío de Morata no tardaría en cambiar de manos, aunque esa es ya otra historia.



miércoles, 7 de octubre de 2015

Buscadores de tesoros, ¿timo o superstición?


La Inquisición condenó en el siglo XVII a un fraile dominico por realizar prácticas heréticas en la búsqueda de un inexistente tesoro en una cueva de Morata

Unas décadas antes sí que se encontró un cántaro con monedas de plata en la vega

Buscar y encontrar tesoros. Una fantasía recurrente a la que muchos han dedicado esfuerzos con resultados muy diferentes. En unos casos, la superstición, cuando no el engaño, han guiado los pasos de muchos buscadores  de tesoros con resultados decepcionantes y hasta trágicos. En otros, la simple casualidad ha hecho aflorar tesoros escondidos Dios sabe por quién y para qué. Hace más de 300 años, ¿unos iluminados? creyeron o hicieron creer que en una cueva de Morata se ocultaban fabulosos tesoros de joyas, oro y dinero. Y unos años antes, Ambrosio de Morales publicó en un libro el hallazgo, este sí real, de un tesoro de monedas medievales oculto en la vega de Morata. Esta es la historia de los tesoros de Morata.
En el siglo XVII, entre los años 1630 y 1632, la Inquisición de Toledo condenó a Fray Francisco Montes de Gayangos, y a varios cómplices, por el delito de supersticiones y por sacar tesoros. Supuestamente, claro, uno de estos tesoros se encontraba en Morata, en el paraje conocido como Cerro del caballo, en una cueva que fue escenario de los rituales que escenificaron los condenados. Un caso extraño en el que no se sabe qué influyó más, la superstición religiosa, supuestos tratos con el demonio, la simple y llana ignorancia o, quizás, algo tan nuestro como la picaresca de algunos que, tal vez, no dudaron en aprovecharse de la inocencia y la avaricia de los incautos que creían y financiaban sus fantasías. Estos son los ingredientes de un proceso inquisitorial en el que su principal protagonista pagó con una condena a 6 años de galeras, 10 años de destierro del distrito y la suspensión perpetua de sus hábitos. 
 Portada del legajo que contiene el proceso a Frai Francisco Montes y la sentencia
El protagonista principal de este proceso inquisitorial fue un religioso dominico, natural de Valladolid y de 39 años de edad cuando fue juzgado, que involucró en sus delirios y supersticiones a varios sujetos implicados en la utópica búsqueda de supuestos tesoros ocultos. En esa época, primer tercio del siglo XVII, no faltaban embaucadores ni iluminados más o menos convencidos de la existencia de estas riquezas ocultas que algunos atribuían a la huída precipitada de los moriscos, producida unas décadas antes a consecuencia del decreto de expulsión emitido por Felipe III.
Francisco Montes era uno de estos iluminados, pero del expediente de la Inquisición difícilmente se puede deducir si era sincero en su creencia de que era posible encontrar tesoros con sus invocaciones y realmente estaba convencido de sus delirios o, simplemente, se trataba de un embaucador de la época en busca de víctimas que, guiadas por su ambición, cayeran en un simple y vulgar timo. Esta posibilidad de que algunos protagonistas de este suceso no pasaran del papel de pícaros son las palabras que el acusado, Francisco Montes, atribuye a otro de los implicados, Agustín Verdugo, cabecilla al parecer del grupo. Según Montes, todo lo que Agustín Verdugo, también condenado por la Inquisición, decía y organizaba era un embuste para cogerle los dineros a Miguel Pérez, criado de la reina y también condenado que, tal como se deduce del expediente, fue quien financió las andanzas del extraño grupo de buscadores de tesoros. En otro momento, Montes reconoce ante sus interrogadores que vivió, comió y durmió durante varios días en la casa de Miguel Pérez. Y además añade que Verdugo defendía sus rituales para buscar tesoros, aunque, al mismo tiempo reconocía que, algunas cosas hacía para llevar cuatro reales a casa.
Todas estas confesiones aparecen en  el expediente del proceso incoado a Francisco Montes de Gayangos que se conserva en el Archivo Histórico Nacional, sección Inquisición, Leg. 92, expediente 1. Es un legajo extenso, con 196 folios, en el que aparece reflejada la denuncia, pero también los interrogatorios a los testigos y al acusado, los escritos del defensor  y los inquisidores, el paso por la sala de tormentos del fraile dominico y, finalmente, la sentencia. Naturalmente, el objetivo de este texto no es transcribir la totalidad del expediente ni analizar el papel de la Inquisición en esos años;  más bien se trata de reflejar un momento histórico, del primer tercio del siglo XVII, en el que, casualmente, los implicados en el proceso se movieron por escenarios de Morata que nos son cercanos.
Los implicados en la herejía
Según se deduce del expediente inquisitorial, los implicados principales en este caso de herejía y de pactos con los demonios para sacar tesoros son, aparte del fraile dominico, el también citado Agustín Verdugo, Felipe Briones y Miguel Pérez, todos ellos, a su vez procesados por la Inquisición por los mismos delitos que Francisco Montes, pero cada uno en un procedimiento distinto
¿Cómo llegó este grupo variopinto a unir sus esfuerzos, que sabían que les podría traer problemas con la Inquisición, y qué les llevó a realizar todo tipo de extrañas ceremonias y rituales con el objeto de encontrar un fabuloso tesoro escondido en una cueva de Morata? Uno de los inquisidores, Dionisio Portocarrero, indica al comienzo del expediente que ya había oído hablar a otro reo, en Sevilla, de este supuesto tesoro:
Y por la mención que en la dicha delación se hace del tesoro de Morata me acuerdo que estando en la Inquisición de Sevilla hizo ante mí una larga declaración un clérigo que allí estuvo preso por astrólogo judiciario que parece convendría ver ahora con esta para acabar de una vez con el embeleso que ha dado ocasión a tantas supersticiones ( …).
Hay otras menciones al tesoro de Morata en el desarrollo del expediente de la Inquisición, concretamente en las acusaciones del fiscal del Santo Oficio:
Y la misma injuria e irreverencia izo este reo a las cosas sagradas y pertenecientes al dicho oficio de la misa pues para sacar un tesoro que decían había en la villa de Morata previnieron este reo y sus cómplices dos albas benditas con las que se decían misas (…). Para sacar el dicho tesoro de Morata demás de lo referido en el capitulo precedente tenían prevenido y aposta hicieron dos vestidos de raso blanco (…) los cuales habían de vestir los que habían de sacar dicho tesoro (…).
En el expediente se añade:
Y porque habiendo ido uno de los dichos cómplices de este reo a la dicha villa de Morata a reconocer el lugar donde estaba dicho tesoro y a saber  de los demonios que lo guardaban si eran suficientes los dichos pentáculos, para sacarlos sabidas las condiciones con que lo guardaban, y si para haber de cumplir con ello era necesario hacer nuevos instrumentos o ceremonias y que era el tesoro que guardaban, habiéndolo dichos demonios respondido que el tesoro que guardaban eran unos jaeces, mucho oro, plata, moneda y barras, muchas por las piedras preciosas y otras cosas, que todo valdría dos millones y medio de maravedíes, y que para sacarlo era menester derramar sangre humana sobre el dicho lugar.
Pese a estas afirmaciones, lo cierto es que en el expediente no queda claro de quién parte la idea de buscar el tesoro. Sí que queda claro que el implicado, Francisco Montes, es uno de los cabecillas del grupo y que es él y Agustín Verdugo quienes dirigen al resto en todo el ceremonial previo al traslado a Morata para buscar el tesoro. Que el fraile tratara de involucrar como máximo cabecilla a Verdugo puede responder a la realidad, o ser una simple estrategia de defensa para aminorar la pena, algo que a lo largo del expediente queda patente que es el principal objetivo de Francisco Montes. Lo que si es evidente es que estos dos acusados, junto a Felipe Briones, fueron quienes implicaron a Miguel Pérez, lego en las artes mágicas que decían conocer sus cómplices pero que, por las declaraciones del propio Montes, fue el auténtico pagano de todos los gastos que originaron sus socios, que hasta desplazarse a Morata llevaron a efecto numerosas y delirantes ceremonias previas.
De hecho, antes de este viaje a Morata, el grupo prueba en distintos lugares de Madrid la búsqueda de riquezas ocultas  con el más que previsible resultado de no encontrar ningún tesoro. Pozuelo de Aravaca, Carabanchel o las cercanías de la ermita de San Isidro, junto al río Manzanares, son los escenarios que ven como esta estrafalaria cuadrilla realiza sus conjuros para encontrar unos tesoros a lo que se ve tan esquivos que nunca en estas andanzas por Madrid y sus alrededores encontraron tesoro alguno.
Ceremoniales satánicos
En todo el expediente del juicio a Francisco Montes los inquisidores tratan de desentrañar los ceremoniales que realizaron los implicados, y especialmente el dominico, para conseguir localizar los lugares secretos donde se hallaban los tesoros. Es en estos interrogatorios en los que Francisco Montes, en todo momento, intenta desmontar la acusación de haber realizado pactos con el diablo y de oficiar misas sacrílegas, consciente de que ambas acusaciones son las más graves y las que peores consecuencias penales le pueden acarrear.
Montes sí que admite otras actividades y la posesión de libros prohibidos, como el titulado La Clavícula de Salomón, que supuestamente detallaban los ceremoniales necesarios para obtener el permiso y la colaboración de los demonios en la búsqueda de las riquezas escondidas. El dominico, en efecto, reconoce haber participado en estos rituales y en los interrogatorios se describen con todo lujo de detalles las extrañas ceremonias realizadas y los instrumentos que utilizaron en las mismas: utilización de pergaminos de piel de animales vírgenes con los que realizar los llamados pentáculos,  en los que a su vez se escribían con sangre de cuervo los caracteres mágicos; sacrificio de animales como pollos y gansos que se servían en vajillas de color negro; azadones en los que se inscribían extrañas frases, túnicas y velas de determinados colores; ofrendas de polvo de oro, incienso y mirra en los ceremoniales, y en fin, misas sacrílegas y lo que en el proceso los inquisidores denominan convite, el acto supremo para lograr el favor de los demonios.
En todos los interrogatorios Francisco Montes niega reiteradamente haber participado en estos convites y, también de modo recurrente, responsabiliza a Agustín Verdugo de ser el verdadero maestro del grupo y propietario de los libros prohibidos que guiaban sus actividades. Aunque reconoce que conocía el carácter prohibido de estos libros y también que las ceremonias en las que se le acusa haber de participado constituían una herejía contra su fe católica, siempre quiere dejar claro que nunca ofreció su alma al diablo, que no participó en los convites y que desconocía que se hubieran utilizado sesos para elaborar los polvos rituales que se ofrecían a los demonios.
Esta reiteración en su negativa a reconocer durante los sucesivos interrogatorios la celebración de las misas sacrílegas y el resto de actividades heréticas provocó que los inquisidores recurrieran a su última baza. Pocas semanas antes de finalizar el proceso determinan que el reo, que por esos días debido a su mala salud se encontraba ingresado en el hospital de la Misericordia de Toledo, pase por la cámara de tormentos para obtener de él la confesión que deseaban. El relato de esta parte del proceso inquisitorial resulta especialmente duro:
Fuele dicho que ya sabe como muchas y diversas veces ha sido amonestado dijese  enteramente verdad de todo lo que hubiere hecho, o dicho, o visto hacer o decir a otras personas, con ofensa a Dios nuestro Señor, y contra su santa fe católica. Parece que calla y encubre muchas cosas, especialmente que pretendiendo sacar tesoros hizo para ello, para que se hiciesen muchas cosas supersticiosas, (…).
En el acta se explicitan esos actos que Montes teme reconocer y que son el objetivo de los inquisidores: elaboración de pentáculos, consagraciones heréticas, ofrendas a los demonios de su alma y de oro, incienso y mirra y la tétrica utilización de entrañas de cadáveres de criaturas para elaboración de polvos rituales. Los inquisidores ante la falta de reconocimiento del reo de sus pecados más graves acuerdan que:
Le debemos condenar y condenamos que sea puesto a cuestión del tormento (…) en el cual mandamos esté y se persevere tanto tiempo cuanto a nos bien visto fuere, para que en el diga la verdad de lo que está testificado y avisado, con protestación que le haremos que si en dicho tormento muriese o fuese lisiado, o se le hiciere efusión de sangre o mutilación de miembros sea su culpa y cargo y no a la nuestra, por no haber querido decir la verdad (…).
Una vez en la cámara de tormentos Francisco Montes admite, ahora sí, ante la vista de los aparatos de tortura que cuando dijo la misa en San Isidro puso bajo la sábana todos los pentáculos, y también el cuchillo, la vela, la pluma de ganso y el hisopo. Era el reconocimiento hasta entonces negado de haber oficiado la misa sacrílega y además, añade que dijo una misa y dijera nueve como el arte lo mandaba, si no temiera que el ermitaño y su mujer lo vieran, y que no lo dijo antes por no haberse acordado. 
Esta admisión de culpa bajo tormento, no impidió que los inquisidores siguieran requiriendo que admitiera el resto de los graves cargos:
Se le dijo que dijera la verdad, por no seguir el tormento, y dijo que la verdad ya la tiene declarada.
Fue mandado proseguir al verdugo y  estando desnudo, dijo que el convite no vio ni ha hecho, ni ofrecimiento de almas. Fue mandado el verdugo proseguir en el tormento, y dijo el verdugo que no se debía proseguir por estar muy llagado [el reo] y se mandó suspender por ahora el dicho tormento, y cesó la diligencia que se inició a las nueve y media y cesó a las diez y media.
No hay noticia en el expediente de que se realizaran más sesiones de tortura, pero los inquisidores ya tenían una de las confesiones que buscaban: el oficio por parte del acusado de misas sacrílegas.
La búsqueda del tesoro en Morata
La tortura de Francisco Montes fue el penúltimo acto que aparece reflejado en el expediente antes de reiterar por su parte que había dicho todo lo que tenía que decir y de que los inquisidores emitieran la sentencia.
Pero antes, uno de los 16 testigos, del que se desconoce el nombre -siguiendo una de las peculiares prácticas procesales de la Inquisición, ajenas a cualquier concepción moderna del Derecho- que prestó declaración ante el tribunal hizo relación de cómo se desplazó a Morata el grupo de visionarios a buscar el que creían fabuloso tesoro, valorado en más de dos millones y medio de maravedíes, una auténtica fortuna para la época.
 Declaración de Montes donde relata la estancia en la cueva del supuesto tesoro
Es gracias a la declaración del testigo número 13 cuando podemos seguir qué hicieron los procesados al llegar a Morata en una fecha indeterminada pero en torno a 1628 o 1629. Preguntado Francisco Montes por esta declaración del testigo:
Dijo que es verdad lo que en este capítulo se refiere de que en compañía de Miguel Pérez (…) y del licenciado Francisco de la Fuente y de otros dos, Diego y Miguel, arrieros de Morata, todos tres de dicho lugar, fue Don Agustín Verdugo al Cerro del Caballo, donde decían estaba el tesoro, y quitándose el sombrero, capa y espada, entró dentro de la cueva donde estaba con una vela que Diego el arriero llevaba consigo, y habiendo estado el dicho Don Agustín en la cueva por espacio de un rato, que no se acuerda cuanto sería, que llamó a este y entró con sus hábitos de religioso que iba con ellos, y dijo a este el dicho Don Agustín que le ayudase, y estuvo leyendo en unos papeles que con él llevaba, que imagina era papel cartapacio que tenía suyo, y previno a este que cuando le apretase el dedo respondiera amén, y el dicho don Agustín quemó en dicha cueva un poco de espliego a la llama de una vela que era de cera amarilla y de la sacristía de Morata, y luego salieron fuera este y don Agustín, y se vinieron en casa del clérigo donde cenaron y durmieron todos, y por todo el camino vino muy contento diciendo que aquello estaba muy seguro y que con brevedad sacaría el tesoro, y este y los demás estaban muy contentos.
Naturalmente, el tesoro inexistente nunca apareció tras esta visita a la cueva en la que aparece la presencia del licenciado Fuentes. El papel de Francisco Fuentes, clérigo en Morata, que aparece citado en varias ocasiones en el expediente, resulta ciertamente confuso y tampoco parece que llegara a ser procesado por la Inquisición.
En otro apartado del proceso, concretamente en sus alegaciones al escrito de acusación del fiscal en el séptimo capitulo, el fraile dominico cita de nuevo al licenciado Fuentes:
Niega lo contenido en dicho capítulo porque si sucedió lo que dice en Morata fue dos años antes que este conociere a Don Agustín Verdugo ni a los demás, porque un clérigo de Morata que se llama licenciado Fuentes se lo dijo a este y le enseñó dos como túnicas de lienzo blanco llenas de caracteres y dijo que las había hecho de aquella suerte don Agustín Verdugo, y por saber este que en La clavícula se decía que no había de haber caracteres en las albas o túnicas este como las había visto se lo dijo a dicho don Agustín y se persuadió y que todo lo que decía y trataba era embeleso, y así se lo dijo muchas veces a todos los demás y sobre esto reñía con don Agustín.
Parece evidente que el tal licenciado Fuentes, -quien por cierto, no aparece en la relación de eclesiásticos de Morata en esa época- alguna participación tuvo en la acciones, en las idas y venidas de los buscadores de tesoros. De la declaración de Montes se deduce que conocía al clérigo Fuentes, pero una vez más el dominico reniega de Verdugo, le señala como inductor y reitera que todo lo tratado en el proceso era embeleso y engaño, calificativos que en más de una ocasión usa en sus declaraciones ante los inquisidores a quienes también señaló que reñía habitualmente con D. Agustín.
Pese a todos sus intentos de defensa, Montes no se libró de la condena de la Inquisición y fue condenado, como ya se ha señalado, a salir en auto de fe en modo de penitente, abjurar de levi, suspendido a perpetuidad del ejercicio de sus ordenes, desterrado del distrito de Toledo durante diez años y, seguramente, lo que más temían los reos, cuatro años en las galeras del rey que posteriormente fueron ampliados a seis. 
¿Engaño o superstición?, tal vez una mezcla de ambas que a la postre, al mezclarse con la religión y la rigidez de la Inquisición, tuvo como consecuencia una dura sentencia para Francisco Montes que quizá, en otro momento histórico, no hubiera pasado de ser un simple y vulgar timador.
Un tesoro real en las riberas del Tajuña
Si Francisco Montes de Gayangos buscó inútilmente un tesoro en una cueva de Morata, unas décadas antes,  junto a la ribera del Tajuña, sí que afloró un verdadero tesoro en forma de monedas de plata. Gracias a Ambrosio de Morales, cronista oficial del reino de Castilla y profesor de Retórica en la Universidad de Alcalá de Henares, conocemos hoy la existencia de este tesoro en forma de monedas de plata acuñadas durante el reinado de Alfonso VI, conquistador en el  año 1085 de la ciudad de Toledo.
Ambrosio de Morales dio noticia del hallazgo en un libro publicado en 1575 y, aunque detalla el contenido del tesoro, no ofrece la fecha exacta de cuando se encontraron las monedas. Esta es la descripción que hace Morales, en su libro Las antigüedades de las ciudades de España, que van nombradas en la crónica con las averiguaciones de sus sitios y nombres antiguos:
También estos años se han hallado cerca de la villa de Morata en la ribera del río Tajuña muchas monedas de plata en un cántaro, y las más dellas tienen de la una parte una cruz, y dicen las letras al derredor ANFVS. REX. De la otra parte están en medio dos estrellas y dos círculos pequeños que parecen letras O.O. puestos en cruz. Las letras de fuera dicen TOLETVM. El Anfus es abreviatura del nombre Alfonsus, como también dicen los catalanes Namfos por Alonso. Y en el Monesterio de Sahagún en una sepultura de un hijo del Conde Don Peranzulez Anfus le llama el epitafio latino, por decir Alfonsus. Y así parece esta moneda del Rey Don Alonso que ganó a Toledo. Las estrellas y círculos en cruz del reverso se puede creer fuesen armas de la ciudad de Toledo. Aunque no hay otra conjetura más de ver cómo están en medio de la moneda, y al derredor el nombre de la ciudad. Y sean armas de la ciudad o cualquier otra cosa, yo no entiendo qué signifiquen. Otras monedas de aquellas tenían un rostro con el mismo nombre ANFVS. REX. Y en el reverso de una cruz pequeña con letras al derredor TOLETA. Que dice todo Alfonso Rey Toledano, y con eso muestran bien ser del Rey Don Alonso el que ganó aquella ciudad“.
 
Libro donde se publicó el hallazgo de las monedas en la vega de Morata
En el contenido del texto únicamente se refiere a la ribera del Tajuña, cerca de la villa de Morata como lugar de localización del cántaro con las monedas de plata, sin especificar la cantidad ni quién ni cómo encontró el tesoro. A este respecto, hay un paraje en la vega de Morata que era conocido como El Tesoro y que está situado en el entorno de la carretera de la Valdelaguna, a la izquierda. Que fuera este lugar del hallazgo, es difícil de asegurar pero tampoco sería extraño que los vecinos de Morata, enterados del tesoro encontrado en su vega decidieran adjudicar esa denominación a las parcelas próximas al lugar.
Años después de la descripción realizada por Ambrosio Morales del tesoro de Morata, otro erudito, Pedro de Cantos Benítez, se hacía eco de lo publicado por Morales dos siglos antes, en una publicación editada en Madrid, en 1763, con el título de Escrutinio de maravedises, y monedas de oro antiguas, valor, reducción, y cambio a las monedas corrientes. En este texto se recoge lo fundamental de lo publicado por Morales:
Ninguno de los Reyes de la restauración tuvo el poder, y disposición de labrar Moneda, como Don Alonso el Sexto. Este Príncipe ganó a Toledo en el año de 1085, con lo que extendió, pobló, y enriqueció su Reyno, y facilitó las conquistas de los que restaban. Después que ganó a Toledo se reconoce que labró las Monedas, que se hallaron en un Cántaro en tiempo de Ambrosio de Morales, a las riberas del Río Tajuña, junto a Morata. Este Maestro de la Historia, en quien sobresalió la verdad y la ingenuidad, nos dice sencillamente, que eran de plata, y que las más de ellas tenían por un lado una Cruz, y a el rededor decía Toletum. Otras de las mismas Monedas tenían por la cara un rostro con el mismo nombre de Anfus. Rex y por el reverso una Cruz pequeña, y a el rededor decia Toleta. 2. Entiende por Anfus á Alfonso, porque assí se explica en varias Escrituras; y por el Toleto atribuye, con probabilidad, estas Monedas a el Sexto, porque fue el que la ganó, y el que perseveró, y puso en ella su assiento. Supone, que vio las Monedas de plata, que refiere, pero no dice si vió todas las que se hallaron en el Cántaro; si hubo entre ellas alguna de oro; ni de las de plata dice el tamaño, peso, o si eran mayores las unas, que las otra, cuyas circunstancias sirvieran mucho para conocer mejor, y explicar los Sueldos, los Maravedís de oro, y plata, que descubren después los Documentos, que se dirán.
Es decir, tampoco hay noticia en este texto de la cantidad de monedas, autor del hallazgo ni tampoco las circunstancias del mismo. Sí que reitera que fue Alfonso VI conquistador de Toledo y repoblador del entorno de la ciudad quien acuñó las monedas que, en esto caso sí, formaban parte de un auténtico tesoro, tangible y real a diferencia del que Francisco Montes y sus compañeros buscaron inútilmente y que tan duras consecuencias tuvo para las vidas de todos los implicados en su utópica quimera.