La
existencia de las casas-cueva en tantos lugares de la geografía
española resultó un poderoso y atractivo imán para escritores,
pintores y toda clase de artistas extranjeros. Washington Irving,
Richard Ford, Jean Charles Davillier o Gustavo Dore fueron solo
algunos de estos autores que dejaron impronta de su paso por barrios
como el Sacromonte granadino, referente para el mundo de estas
viviendas trogloditas. Aunque los barrios de viviendas-cueva del
valle del Tajuña nunca encontraron un escritor que diera a conocer
su existencia al mundo, sí que han aparecido frecuentemente en
publicaciones periódicas españolas. En la entrega de hoy, ofrecemos
una pequeña selección de algunas referencias de la prensa escrita a
los barrios de cuevas de la comarca.
La
aparición de los barrios de casas-cueva del valle del Tajuña no era
extraña en la prensa madrileña de principios del siglo XX. La
existencia de estas viviendas a escasas decenas de kilómetros de la
capital de España, de la Puerta del Sol como apuntaban en algunos de
estos textos, lejos de contemplarse, por ejemplo, como el pintoresco
barrio del Sacromonte granadino, tan atractivo para los autores
extranjeros, era más bien objeto de curiosidad y, en ocasiones, de
punto de interés por acontecimientos extremos como los daños
provocados por distintos fenómenos climatológicos en estas
rudimentarias viviendas.
Así sucedió en
más de una ocasión con motivo de la caída de fuertes tormentas, a
comienzos de siglo, que provocaron el hundimiento o inundación de
casas-cueva en algunas localidades de la comarca como Morata. En el
año 1902, por ejemplo, una fuerte tormenta desencadenada en la tarde
del 22 de julio provocó enormes
daños e inmensas pérdidas,
según publicaba el periódico La
Época
en su edición del día siguiente. En la noticia el periódico añadía
que (…) la
gran cantidad de agua que cayó inundó en poco tiempo las casas del
pueblo, cuevas habitables, plantíos y los esquilmos de la vega.
Mucho
más graves fueron las consecuencias de una tormenta que asoló el
término municipal de Morata el 3 de septiembre de 1906. Días
después, el 5 de septiembre, los periódicos madrileños se
ocuparon ampliamente de los daños que ocasionados en la localidad.
En el diario El Siglo Futuro
repasaban los efectos de una tormenta que se prolongó durante más
tres horas y que provocó que casas y bodegas-cueva resultaran
inundadas, que las calles se convirtieran en auténticos canales y
que se dieran por perdidas las cosechas en la vega y en los cultivos
de secano.
Periodistas
de
El Imparciall,
otro periódico que se ocupó igualmente de los efectos de la
tormenta en su edición del 6 de septiembre, visitaron Morata para
comprobar sobre el terreno las consecuencias de la lluvia torrencial
y, además de reiterar los daños que se habían relatado en otros
diarios, también se refirió a las consecuencias de la tormenta en
los barrios con casas-cueva. Tras describir el estado de un molino
aceitero derruido en las proximidades de la estación del Ferrocarril
del Tajuña, el periodista de El
Imparcial
escribía:
(…)
Unos pasos más arriba están las cuevas clásicas y características
viviendas de Morata, donde se albergan unos 300 obreros de los más
pobres. Algunas de estas habitaciones formadas en las hendiduras del
monte se han venido abajo, sepultando el mísero ajuar de sus
habitantes y algunos animales, pero sin producir afortunadamente
ninguna desgracia personal. De haber descargado la tormenta de noche,
durante el descanso de sus habitantes, las víctimas habrían sido
incalculables (…). (A. Rivero Aguilar, El Imparcial, 6 de
septiembre de 1906).
Unos
años después de que los periódicos se ocuparan de las tormentas de
verano y de cómo afectaron a las viviendas-cueva del municipio estas
construcciones volvieron a interesar a El
Sol, un diario madrileño
que el 14 de julio incluía en sus páginas una información titulada
Las
madrigueras del Tajuña (Visiones castellanas). Valentín
Laseca, el redactor del periódico aludía a lo que, en una
definición no muy afortunada, definía como madrigueras:
(…)
Después de pasar Arganda, llegamos, al fin, a Morata de Tajuña, y
ahora, lector, voy a hablarte de las madrigueras de los pueblos
enclavados en la ribera de este río. Los pueblos son Morata de
Tajuña, Perales, Tielmes y Carabaña. Poseen estos pueblos una
fértil vega de regadío; sus productos, son bien vendidos por su
proximidad a Madrid, y, sin embargo, estos ricos pueblos tienen
infinidad de vecinos que viven en madrigueras, como los topos. Son
gente que están en contacto diario con la capital de España, muchos
de ellos propietarios de fincas, vienen a vender sus carros de
hortalizas a Madrid, y después regresan al pueblo y se deslizan a su
cueva, arrastrando un buen talego de duros, producto de la venta de
sus mercancías.
Por
la noche, en la ladera del monte, se ven blanquear a ras de tierra
las chimeneas, como panteones de un cementerio, y junto a estas
chimeneas, hombres toscos de pueblo que lloran y parecen rezar en voz
queda. Son los enamorados que hablan con sus novias por las chimeneas
y lloran no por estar tristes, sino porque el humo irrita sus
párpados.
Yo
pido solemnemente que los ayuntamientos de estos pueblos abran una
información sobre este asunto, y que, después de construir casas
baratas, sean desalojadas estas madrigueras. Lo pido en nombre de
esos enamorados que lloran de noche a la luz de la luna en las bocas
de las chimeneas; en nombre de la higiene, y, además, porque en los
tiempos que corremos es necesario que los hombres piensen en elevados
ideales, y en esos elevados ideales no pueden pensar los hombres que,
como los topos, viven en madrigueras.
(El
Sol,
14 de julio de 1923).
La
localización de los barrios de viviendas-cueva en las proximidades
de la línea del Ferrocarril del Tajuña otorgaba gran visibilidad a
estas construcciones desde el propio ferrocarril. Una de estas
cuevas, situada en Perales de Tajuña, se hundió al paso del convoy
del tren en 1928, según una noticia encabezada con el titular Suceso
emocionante
publicada el 14 de mayo de 1928 en La
Nación:
Al
hundirse una vivienda mata a una niña he hiere gravemente a una
mujer y a su hijo. Hoy han ingresado en las salas quinta y novena del
Hospital Provincial una mujer y su hijo, heridos gravemente en
Perales de Tajuña (Madrid).
En
dicho pueblo habitaban desde hace dos años Teresa Espada Arcón, de
cincuenta y ocho años, con su hermano Antonio y sus hijos Pío, de
veinticuatro años; Felipe, de trece; Eulogio, de nueve, y Carmen, de
cuatro. Todos son naturales de Driedes (Guadalajara), variando su
residencia a Perales de Tajuña por haberles facilitado trabajo en el
campo.
Ocupaban
una de las varias viviendas que existen en los pueblos de la ribera
del Tajuña hechas en la profundidad de la montaña, viviendas o
cuevas que a veces tienen 14
metros de fondo y varias
habitaciones; verdaderas cuevas en las entrañas del monte. La que
ocupaba esta familia constaba sólo de cuatro piezas.
Próxima
a esas cuevas pasa la línea del ferrocarril, y, según nos
refirieron Felipe y su madre, serían las cinco de la madrugada
cuando, al pasar el tren, notaron una trepidación rara en el monte,
e inmediatamente se hundió, sepultando a Teresa y a sus hijos Carmen
y Felipe.
Horrorizados,
salieron al campo Antonio, Pío y Eulogio, que inmediatamente
volvieron a lo que fue vivienda, y ayudados de varios vecinos,
lograron desenterrar a la anciana
Teresa,
que tenía varias lesiones y una extensa herida en la cabeza; Felipe,
magullamiento general y fractura completa del fémur izquierdo.
La
niña Carmencita era cadáver. La gran masa de tierra había
aplastado la cabeza, presentaba otras lesiones, también mortales de
necesidad. Trasladados los heridos al pueblo, que está muy próximo,
fueron debidamente atendidos (…).
(La
Nación,
14 de mayo de 1928).
Paso del tren junto al Risco de las Cuevas en Perales de Tajuña
En
la relación de noticias e informaciones sobre las casas-cueva de la
Vega del Tajuña un reportaje del diario La
Voz, aparecido unas semanas
antes del inicio de la guerra civil, relacionaba las viviendas-cueva
con la existencia del cercano Risco
de las Cuevas y apuntaba
también el hecho de que muchas de la cuevas, alrededor de 100 según
el periódico, se habían construido en terrenos propiedad
de un marqués. Reproducimos
algunos de los párrafos del reportaje, firmado por Eduardo de
Ontañón y titulado A
40 kilómetros de Madrid un pueblo rupestre habitado:
Por
la carretera de Perales de Tajuña a Tielmes, en la provincia de
Madrid, hay uno de esos contrastes tan duros, tan gráficos y
representativos que tanto gustaban los poetas del siglo pasado, ojo
avizor tanto al progreso como a la ruina, y que por su sola
contemplación hubiera sido capaz de hacer entonar a cualquiera de
ellos una oda tan kilométrica como altisonante.
Se
trata nada menos que de un laderón de piedra yesera, paralelo a la
carretera, por el que asoman, escalonadas y difíciles, las cuevas de
todo un poblado rupestre, vacío y ruinoso desde cualquiera sabe qué
cantidad de años Y justamente debajo, a sus mismos pies, el tendido
de una vía férrea que aunque estrecha y sencilla, perteneciente a
ese trenecillo infantil del Tajuña, es lo bastante para producir
poemáticas reflexiones sobre el pasado y el futuro a cualquier
observador de mediana propensión al lirismo.
(…)
Pero me faltaba por ver el verdadero contraste de nuestros tiempos.
No el juego pseudoliterario de la caverna y el ferrocarril, sino el
aire triste y miserable del pueblo rupestre en nuestros días. Está
poco más allá, a la entrada de Tielmes.
Así
me lo anuncia otro hombre, que pasa por la carretera.
-¿Están
ustedes viendo las cuevas "de los moros"? Pues vean también
las de los cristianos ahí, en el pueblo, que en esas vive la gente y
todo...
Llegando
a Tielmes damos con ellas. Puede decirse que constituyen casi medio
pueblo.
-Unas
cien serán las habitadas...
Lo
mismo que las otras: abiertas en la piedra yesera del carro, pero con
la fachada que cubre su entrada, la chimenea que asoma a flor de
tierra y el aire triste de estar hechas para el uso actual. Algunas
tienen hasta sus ventanitas enrejadas, como casas formales; otras son
tan míseras, que ni la fachada han podido revestir, formándola
solamente grandes piedras superpuestas.
-¿Y
cómo se les ocurriría abrir aquí estas cuevas para vivir?
¿Tomarían modelo de las otras?—pregunto un poco al aire ante un
grupo de gentes que me rodean curiosas.
Y
un viejo muy viejo, acaso el patriarca de este poblado primitivo,
contesta por todos:
-Eso
y la necesidad, que hace ingeniárselas a cualquiera! Lo
que le diré a usted es
que esto va en aumento, pues cuando yo vine aquí, que ya ha llovido,
no había en el pueblo ni la mitad de cuevas que ahora...
Me
dice también que las mayores tienen hasta ocho habitaciones,
medianamente distribuidas, y que, en medio de todo, son un buen
resguardo.
-¡Algo
bueno "tién" que tener!, comenta conformado.
-¡Eso,
y que no hay casero I, le digo para animarle.
-¡Quía,
no, señor! ¡"Haile,haile"!...
Y
me explica; los terrenos son de un marqués, que no saben cómo se
llama, o de sus herederos, que tampoco están muy seguros, porque
ellos con quien se entienden es con representantes más o menos
cercanos. Y por ocuparlos han de pagar de dos a cinco pesetas al año
(…). (La
Voz,
3 de julio de 1936).
Para
finalizar este repaso a la presencia de las casas-cueva en la prensa
del siglo XX, incluimos una información publicada en el diario ABC
del 17 de junio. El contenido de la noticia se refiere a la
inauguración de una serie de viviendas sociales en Fuentidueña de
Tajo con las que se pretendía acabar con este tipo de
construcciones, una idea recurrente en todo el siglo pasado que pocas
veces llegó a materializarse en proyectos concretos:
Entrega
de viviendas sociales en Fuentidueña de Tajo
El
gobernador civil de Madrid, Don Jesús López Cancio, presidió en
Fuentidueña del Tajo la entrega de llaves de 50 viviendas sociales a
otras tantas familias de la localidad. Hasta ahora habitaban estas en
un barrio de cuevas cuya sustitución por hogares dignos se
completará con otro grupo de 150 viviendas, próximo a iniciarse,
informa CIFRA. (…) previamente a la entrega de llaves, el
gobernador civil recorrió la zona de cuevas, visitando varias de
ellas y comprobando la destrucción de las abandonadas por la
traslado al nuevo grupo. Al contestar a la salutación del alcalde,
el señor López Cancio aseguró que por el procedimiento de
cooperación allí iniciado se acabaría en un plazo inmediato con el
estigma social de las cuevas habitadas en las localidades de
Carabaña, Tielmes, Ciempozuelos, Titulcia y Fuentidueña de Tajo,
con lo que prácticamente se resolvería el problema en toda la
provincia. ((ABC,
17 de junio de 1972).
Fuentes
y bibliografía:
- Publicaciones y periódicos citados en el texto.