Placas conmemorativas, espectáculos taurinos y bailes en honor de los textos constitucionales
Algunas de estas celebraciones y homenajes generaron polémica
En unos días conmemoraremos la
aprobación de la Constitución Española de 1978. A partir de la Constitución de
1812, en Morata se han levantado esculturas o placas conmemorativas para hacer
honor a las leyes fundamentales que han regido el país. Vamos a hacer un
repaso, a partir de textos publicados en los periódicos de la época, de algunos
de los actos que se organizaron en Morata en el siglo XIX para expresar el
respeto a distintos textos constitucionales aunque, como veremos, no siempre
estos homenajes lograron la unanimidad ni la adhesión de todos los estamentos
de la villa.
El 9 de agosto de 1821 el periódico
El Universal publicaba en sus páginas
una reseña sobre los actos que se celebraron en Morata para festejar la
reinstauración de la Constitución de 1812:
Morata
(Provincia de Madrid) 1º de agosto
La
colocación de la lápida de la Constitución en las casas consistoriales de esta
villa es en cierto modo uno de los actos de civismo que honrarán para siempre
la memoria de los ciudadanos. No habiendo fondo en los propios para costear los
gastos de esta fiesta, se abrió una suscripción voluntaria, a la cual se
prestaron gustosos no solo los vecinos, sino también otros varios sujetos de la
Corte que se hallaban aquí pasando la temporada de verano; los cuales
estuvieron tan prontos a este acto patriótico, que fueron los primeros a
inscribirse en la lista de contribuyentes. Por este medio logró el ayuntamiento
reunir la cantidad necesaria, y preparada la lápida se llevó a la iglesia
parroquial, en donde el 25 del pasado, día de esta función, se celebró una misa
solemne con tedeum. El párroco D. Serafín Pinto pronunció un enérgico discurso,
haciendo ver los muchos beneficios que había traído a la nación el
restablecimiento de la ley fundamental de la monarquía, y la necesidad de observarla
para conseguir la completa felicidad que nos promete. Concluida la función de la
iglesia, fue trasladada la lápida a las casas consistoriales, conduciéndola en
un carro triunfal, en el que colocaron dos niñas graciosamente vestidas,
representando la paz y la abundancia. El acompañamiento de los ciudadanos de
todas clases, la escolta de la milicia local de caballería e infantería, los
repetidos himnos patrióticos que se cantaban en medio de una música marcial,
las sinceras aclamaciones que por todas partes resonaban, las reiteradas salvas
de fusilería, y el adorno de la carrera, todo formaba un conjunto, que excitaba
a un mismo tiempo los sentimientos más puros de alegría y ternura, de amor a la
patria, de obediencia a las leyes, de profunda adhesión a las sabias
instituciones que nos rigen, y de la inalterable decisión de estos habitantes a
sostenerla. Colocada la lápida en el lugar que le estaba destinada, el alcalde
constitucional y el cura párroco hicieron la ceremonia de descubrirla, y al
punto fue universalmente saludada y aclamada con entusiasmados vivas a la Nación,
a la Constitución y al Rey constitucional. El secretario del ayuntamiento leyó,
a nombre de este, una alocución al pueblo, felicitándole, y felicitándose a sí
mismo por el acto memorable en que acabaron todos de ratificar sus juramentos
por la restauración de la Constitución política, consagrando en aquél símbolo
su firme resolución de defenderla. Por la noche hubo vistosos fuegos de artificio
y un baile general, al día siguiente una corrida de novillos, y la víspera de
la fiesta se anunció esta con un repique general de campanas y una iluminación
en todas las casa del pueblo. Para que no quedase nadie que no participase en
estos festejos patrióticos, y se coronasen con un acto altamente
constitucional, se repartió entre los pobres raciones de pan y carne.
Prímera página de la Constitución de 1812
En realidad, este homenaje a la Constitución respondía a una iniciativa del gobierno liberal que regía el país tras la reinstauración, gracias al levantamiento de Riego, del texto constitucional abolido en 1814 por el rey Fernando VII. En la fecha del homenaje España vive en pleno trienio liberal, que finalizaría en 1823 tras un nuevo golpe a la legalidad constitucional del rey felón, pero no en todos los pueblos se acogió con el entusiasmo que se hizo en Morata la reinstauración de La Pepa. En ese año, Juan Sánchez era el alcalde constitucional que se adhirió a la iniciativa del gobierno y a una Constitución que, no lo olvidemos, había puesto fin a los señoríos que menguaban la independencia municipal prácticamente desde la Edad Media. La Iglesia de Morata también se sumó, con su párroco Serafín de Pinto, a unos actos que, si hemos de hacer caso a la crónica, rompieron con la rutina diaria de los morateños nada menos que con tres días de fiesta.
Unos años después, en 1854, en pleno
periodo de lucha entre las ideas moderadas y progresistas, un acto de homenaje a
la Constitución de 1845 provocó un enfrentamiento verbal entre los partidarios
de una y otra tendencia política. La Constitución de 1845, que sustituyó a la
de 1837, puso fin, momentáneamente, entre otros logros de su antecesora, a la
elección popular de los alcaldes. Este era uno de los motivos por el que los
partidos progresistas se oponían al texto constitucional que se homenajeó con
la instalación de una placa en el Ayuntamiento de Morata en el año 1854. Y fue
en el periódico progresista de La Iberia
donde esta oposición se manifestó en forma de dura crítica al acto celebrado en
Morata en un suelto publicado 14 de septiembre:
Mucho ruido y pocas nueces
El
viernes pasado se inauguró en la plaza de Morata de Tajuña, en medio de salvas
e himnos patrióticos, una lápida de la Constitución. La tal lápida,
desmintiendo su etimología, es una tabla, fijada en un pie derecho junto al
tejado que cubre el balcón de la casa consistorial, embadurnada de azul oscuro,
y en la que los más menudos caracteres corresponden a la palabra constitución.
Nuestros lectores de Madrid podrán formar exacta idea de su aspecto por el que
presentan las muestras de las zapaterías de viejo, de las sastrerías de portal,
o de los más tronados despachos de leche de burras. ¿Si habrá sido el pintor
algún antiguo afiliado en el ejército carlista que, proponiéndose servir
ocultamente al oscurantismo, ha tratado de poner en ridículo insignias
peculiares al sistema liberal? Rogamos al ayuntamiento que, consultando a su
propio decoro y al de la población, haga desaparecer tan ignominioso aborto,
reemplazándolo por una placa digna de dicho nombre.
Que La Iberia publicara este texto no resulta extraño. Su director,
Ignacio Rojo había nacido en Morata –era hijo de un administrador del conde de
Altamira- y durante la segunda mitad del siglo XIX se mantuvo en primera línea
de la actividad política. Abogado de profesión, masón y editor de distintos
periódicos -además de ocupar cargos como senador o gobernador civil-, estaba al
tanto de la actualidad de su pueblo de nacimiento, por lo que es posible que
aprovechara la humildad de la placa
conmemorativa de la Constitución para criticar a sus rivales políticos,
acusándoles de ser en realidad favorables a los carlistas, tan activos siempre
a la hora de combatir cualquier avance progresista en España. Sea como fuere,
estos rivales no dudaron en defenderse de las críticas y unos días después, el
28 de septiembre, enviaron a La Iberia
una carta en la que atribuían a la pobreza de las arcas municipales la
imposibilidad de haber sido más espléndidos a la hora de elegir los materiales
de la placa conmemorativa. Ignacio Rojo, nobleza obliga, no dudo en publicarla:
Señor
director de La Iberia
Muy
señor mío: Estoy autorizado por el ayuntamiento de la villa de Morata de Tajuña
para contestar al suelto inserto en la gacetilla del número 76 de su apreciable
periódico que principia: Mucho ruido y pocas nueces, en el cual no solo se ridiculiza
la placa colocada en la plaza de la Constitución de la misma villa, sino que a
la vez se ponen en duda los ideales liberales del sujeto que la ha pintado.
Cierto
que no es de mármol de Carrara la lápida, como el ayuntamiento hubiera deseado,
sino de pino de la sierra de Cuenca, pintado lo mejor que se ha podido, y con
caracteres de cinco pulgadas, que pareció bastante para que los lea quien no
sea miope. La razón de no ser de la primera materia, es por no tener medios
para comprarla, y de seguro habría sido dado más señalada muestra de liberal el
crítico, si en vez de tomar la pluma para satirizar lo que es hijo de la
pobreza de un pueblo, hubiera sacado media docena de onzas del bolsillo para
reemplazar la lápida que tan mal le parece y compara con la muestra de
zapateros de viejo.
Por
lo demás, si ha pretendido poner en duda las ideas liberales de los individuos
del ayuntamiento, sepa que en esto no ceden a nadie, ni en buenos antecedentes
ni en menos lealtad y consecuencia de principios. En cuanto a la maliciosa
alusión que se hace del pintor, sólo diré que, lejos de haber servido en las
filas de D. Carlos, lo ha hecho de sargento de caballería, todo el tiempo de la
guerra civil en el ejército constitucional, y que en la actualidad es miliciano
nacional voluntario. Ruego a Ud., señor director, se sirva insertar estas
líneas en el número próximo de su estimado periódico, en contestación al suelto
explicado al principio, a lo que queda agradecido su atento servidor que besa
su mano
Juan
Rodríguez
Madrid,
25 de septiembre de 1854
La Constitución de 1869 también genera polémica en Morata
De todos los textos
constitucionales aprobados hasta entonces, la Constitución de 1869 fue la más
progresista y la que más rechazó causó en las filas conservadoras. Y en Morata
esta lucha entre progresistas y conservadores se manifestó también a la hora de
defender o apoyar la nueva Constitución. Ya en junio de 1869, el ayuntamiento
de la villa, regido por Pablo Fominaya Sánchez, organizó distintos actos para
homenajear a la Constitución. Estos actos, promovidos por el gobierno, fueron
generalizados en todo el país. Así lo publicaba El Imparcial en su edición del 6 de junio de 1869:
Por
acuerdo del Ayuntamiento popular de Morata de Tajuña, mañana se celebrará en
dicha villa de un modo digno la promulgación de la Constitución. Habrá
novillos, juegos artificiales, bailes, iluminación, música y salvas que harán
los voluntarios de la libertad, mandados por sus respectivos jefes.
De nuevo la celebración de festejos
taurinos, fuegos artificiales y bailes, como en 1821, centraron las
celebraciones a favor de una Constitución que, como se vería meses después, no
fue tan bien acogida por toda la población. De hecho, en esta ocasión la reseña
del periódico no indica que se organizaran actos en la iglesia de Morata. Una
carta, enviada el 14 de abril de 1870 por el párroco de Morata al periódico
católico y monárquico-conservador La
Esperanza, tal vez explica la ausencia de actos religiosos en las
celebraciones del mes de junio de 1869, y ponía de manifiesto, de forma
explícita, esta oposición:
Señor
juez de paz de esta villa:
En
vista del oficio de V.S. que acabamos de recibir, en el que se nos comunica
haber determinado, en virtud de órdenes superiores, señalar la hora de las once
de la mañana del corriente para que el clero de esta parroquia que tiene
derecho a percibir asignación del Estado se presente ante su autoridad a
prestar juramento a la Constitución democrática vigente, los que suscriben,
únicos individuos que componen el clero en esta villa, sienten verse en la
precisión de poner en conocimiento de V.S. que, sumisos siempre y dispuestos a
obedecer a las potestades constituidas, no pueden hacerlo en lo referente al
juramento indicado, por no permitírselo su conciencia, y aunque con ciertas
salvedades se lo consintiere, que no se lo consiente, no lo harían tampoco, por
no dar motivo de escándalo a un gran número de ilustres y sabios católicos
seglares, que negándose a prestar el citado juramento, se han desprendido
generosamente del polvo de la tierra, elevándose a una altura que les honra
sobremanera.
Dios
guarde a V. S. muchos años. Morata de Tajuña, 12 de abril de 1870. Félix Pérez,
cura párroco. Leonardo Fominaya, ecónomo beneficiado. Galo Salcedo, id., id.
Esta carta del párroco Félix Pérez,
en la que se negaba a jurar el texto constitucional, no era sino la expresión a
nivel local de la lucha de la jerarquía católica en España frente a una
Constitución que, era cierto, ponía fin a alguno de los privilegios de la
Iglesia en nuestro país. Frente a esta oposición, el gobierno entendió que,
puesto que muchos miembros del clero percibían sus emolumentos de los
presupuestos el Estado, era lógico que juraran su adhesión el ordenamiento
legal que permitía estos pagos. En marzo de 1870, el gobierno fijo un plazo de
un mes para que los eclesiásticos juraran la Constitución. Este decreto
gubernamental fue sin duda el que originó la carta del párroco morateño aunque
desconocemos si, a posteriori, la firmeza del gobierno forzó a Félix Pérez a
transigir con la ley y realizar un juramento que la Santa Sede ya había
autorizado.
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