Diego Messía, señor de Morata desde 1632, ascendió socialmente gracias a su parentesco con el conde-duque de Olivares
Eligió Morata para construir un palacio que se convirtió en su segunda residencia
En 1632 Morata perdió su condición de villa de realengo. Las
dificultades económicas de la villa hicieron inviable para las arcas del
Concejo el pago de los créditos solicitados en 1574 para desmembrarse del
Arzobispado de Toledo. En realidad, habían pasado casi sesenta años desde que
el Concejo aprobó hipotecarse en 24.000 ducados para pagar a la Hacienda real y
solamente se habían amortizado 400 escasos ducados del principal del crédito.
Y, lo que era peor, el pago de los intereses ahogaban las cuentas municipales.
Ante esta situación, los responsables de la villa solo encontraron una salida
viable: revertir la situación y regresar a la condición jurídica de villa de
señorío. En este momento histórico, las necesidades del Concejo de Morata
coincidieron con el deseo de un destacado miembro de la nobleza, el marqués de
Leganés, de ampliar su influencia señorial en el entorno geográfico de Madrid,
la capital de la monarquía católica de Felipe IV. Así es como se produjo la llegada
del marqués de Leganés, Diego Messía de Guzmán, a su nuevo señorío de Morata. Diego Messía eligió Morata como segunda
residencia y aquí se hizo con un
extenso patrimonio. En esta primera aproximación a su figura, esbozamos su
biografía en esta entrega que antecede a otros retratos biográficos de
todos los miembros de la nobleza que ostentaron el señorío de Morata hasta su
abolición en el primer tercio del siglo XIX.
El marqués de Leganés pintado por Rubens
Diego Messía de Guzmán, I marqués de Leganés, pertenecía a una familia
de la pequeña nobleza castellana. Cuarto hijo de los marqueses de Uceda, Diego
Messía Ovando y Leonor de Guzmán y Ribera, su trayectoria vital estuvo condicionada por su parentesco directo con uno de los
personajes más influyentes de la primera mitad de siglo XVII español: el conde
duque de Olivares. De no ser por esa cercanía a Gaspar de Guzmán, su
todopoderoso primo, sería difícil de entender el ascenso social, económico y
militar del marqués de Leganés, pero, aún así, hay que reconocer que Diego
Messía tampoco responde al arquetipo de noble que solo asciende gracias a sus
contactos en la corte y en los consejos de la monarquía; de ahí que tan cierto
es que el nepotismo del conde duque le ayudó en su ascenso social como que su
labor diplomática y militar también fue un elemento fundamental en su
importancia como personaje destacado de la monarquía de Felipe IV en la primera
mitad del siglo XVI.
Su papel como elemento influyente en la corte de Felipe IV se inició
cuando ni siquiera reinaba el penúltimo monarca de los austrias. Diego Messía,
que había nacido en 1584 y que se
desplazó a Flandes junto a su madre a comienzos del siglo XVI en el séquito de
la infanta Isabel, hija de Felipe II, se dedicó desde muy joven a la milicia.
Participa en numerosos episodios bélicos, entre ellos la batalla de las Dunas
donde su actitud decidida le sirve para salvar la vida nada menos que al
archiduque Alberto, suceso que siempre recordará el futuro marqués para
destacar sus servicios a la Corona. También interviene en el sitio de Ostende
en 1603, donde conocería a otro personaje muy influyente en su trayectoria
vital, Ambrosio de Spínola, que en años posteriores se convertiría en su suegro.
Su carrera militar continúa en Flandes donde alcanza el cargo de capitán en
1605. Escenarios como la batalla de Grol o Frisia sirven a Diego Messía para
ampliar su prestigio y asumir también labores diplomáticas en Bruselas, lo que
le lleva a viajar a Milán, otro destino fundamental de su biografía.
En 1617 ya es maestre de campo y en meses posteriores se desplaza con
frecuencia Madrid para negociar en nombre del archiduque. Participa también en
la campaña del Palatinado, en 1620, dirigiendo a los tercios y al año siguiente
se desplaza a Madrid en calidad de enviado de la infanta Isabel ante su sobrino
Felipe IV
Valimiento del conde duque y el ascenso del marqués de Leganés
Con el conde duque ya en su papel de responsable máximo de la política
de Felipe IV, Diego Messia regresa a Bruselas pero ya también como hombre
perteneciente al círculo de Gaspar de Guzmán. Interviene en las batallas de
Juliers, que supone uno de sus momentos más destacados como militar al derrotar
al poderoso ejército sueco, es nombrado general de artillería y en 1625 está
presente en la toma de Breda, junto a su futuro suegro, lo que le valdrá
aparecer en el cuadro de Las Lanzas,
de Velázquez. En años posteriores, ya como gobernador de Milán, y con el marquesado de Leganés concedido por el rey, participa
victoriosamente en numerosas batallas -Po, Fontana, Anón y Gatinara, Ponzón,
Monferrato y Turín, entre otros logros- lo que le vale la concesión del título
de grande de España -unos años antes había obtenido para su primogénito el
condado de Morata de la Vega-. Su buena estrella se tuerce con la derrota de
sus tropas en Casal, lo que le vale el reproche de su acomodado primo, siempre
alérgico al campo de batalla, que le obliga a regresar a España con el dolor de
la derrota y su prestigio minusvalorado en la corte.
En 1637, el marqués pide permiso real para administrar su patrimonio en el que ya se incluyen sus bienes en Morata (Sección Nobleza del Archivo Histórico Nacional, BAENA,C.255,D.193-195)
Por estos años, 1640, fallece su primera mujer, y el Marqués de Leganés
emparenta, gracias a su nuevo matrimonio con Juana Rojas y Córdoba, con otra
poderosa rama de la nobleza española. Como capitán general de Cataluña
Leganés vive uno de sus momentos más difíciles en su larga carrera militar y en
su trayectoria personal. Fallece su hijo menor y en 1642 sufre una dolorosa
derrota en la batalla de Lérida. A partir de aquí, cae en desgracia ante Felipe IV, situación
que empeora con la destitución de su primo el conde duque. Confinado en Ocaña y
alejado de la corte, ni siquiera se le permite residir en su palacio de Morata
como solicita al rey, aunque finalmente se le da permiso para trasladarse a
esta villa en septiembre de 1643. Diego Messía tiene que hacer frente a los
cargos de los que se le acusan y responde con un extenso memorial en el que
defiende su trayectoria al servicio de la Corona. Concretamente son 43 los
cargos que se presentan contra su persona y que recibe en su palacio morateño
en febrero de 1644.
Pese a la gravedad de los cargos, el marqués de Leganés consigue ser
rehabilitado y su figura y prestigio militar resurgen de nuevo, casualmente en
Lérida. La ciudad que le valió unos años antes su caída es ahora el lugar en el
que se apoya para recuperar el aprecio del monarca. Diego Messía derrotó, en
1645, al prestigioso general francés D´Harcourt. De nuevo en la cúspide del
ejército español, se traslada de frente y acude a intentar, sin conseguirlo,
sofocar el levantamiento portugués en la batalla de Olivenza. Paralelamente, el
marqués de Leganés, ya de avanzada edad y enfermo, ve como otro de sus hijos
fallece en el campo de batalla y asiste a numeroso pleitos para acceder a
nuevos señoríos, singularmente el de Poza y el de San Lucar, antigua posesión
de su primo el conde duque. Este último pleito, que se alargará prácticamente
hasta finales del siglo XVII, cuando su nieto el III marqués de Leganés logre
una sentencia favorable, aumentará su patrimonio menguado en los últimos años
de su vida a pesar de ser nombrado por el rey presidente del Consejo de Italia.
En 1655, en el mes de febrero, murió el viejo general y diplomático y,
como era su deseo, fue enterrado en el convento de San Basilio, levantado
gracias a las aportaciones económicas del propio marqués de Leganés y donde se
celebraron más de siete mil misas cantadas en su memoria. Durante su vida, de
constante ascenso social pero con altibajos en la corte de Felipe IV, se hizo
con un inmenso patrimonio, del que nos ocuparemos en próximas entregas.
Entonces nos interesaremos
fundamentalmente por su presencia en Morata, tanto en su faceta de
poseedor del señorío de la villa, y el control del concejo gracias a sus cargos
y a sus extensas propiedades –fincas rústicas, molinos de aceite, molino
harinero, batán, posadas, pozos de nieve, …-, como en su otra faceta destacada
de coleccionista de arte. Gracias a este afán de coleccionista compulsivo de
pinturas y otras obras de arte, el marqués de Leganés convirtió su palacio
morateño en una especie de pinacoteca espectacular en la que atesoró parte de la producción –la otra se exhibía en
su palacio madrileño- de los
mejores pintores de la época.
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