martes, 2 de octubre de 2018

Ignacio Rojo Arias, un morateño testigo y protagonista de la historia (VII)

La desunión entre las fuerzas políticas que habían propiciado la llegada al trono de España de Amadeo I, junto a la situación social y política provocada por la guerra de Cuba y la tercera guerra carlista, llevaron al país a una crisis que desembocó en la renuncia del monarca. Con la abdicación, las diferencias entre los partidos que sostenían al Gobierno estallaron entre los partidarios de la República y los favorables a la Monarquía. Desde el Partido Radical, en el que se integraba Rojo Arias, apostaban por la realización de un referéndum para consultar al país la forma de Gobierno. Finalmente se impuso la fórmula de constituir una Asamblea Nacional, integrada por los miembros del Congreso y del Senado, que el 11 de febrero de 1873 proclamó la República por una amplia mayoría de 258 votos contra 32. Tras el final del periodo republicano, Rojo Arias dejaría por unos años el Parlamento durante los primeros años de la Restauración.



Como miembro del Senado, Rojo Arias fue miembro de la Asamblea Nacional que votó por la I República. Miembro del Partido Radical de Ruiz Zorrilla, presidente del Consejo de Ministros en el momento de la renuncia de Amadeo I, el senador por la provincia de Valladolid –había accedido al cargo tras ser elegido en las elecciones censitarias de septiembre de 1872- participó activamente en el trabajo parlamentario que siguió a la proclamación de la República.
Ignacio Rojo fue nombrado miembro del grupo de senadores que acompañó a Amadeo I en su salida de España y también participó en la comisión encargada de redactar el mensaje de despedida al rey. Días después, en el mismo mes de febrero de 1872, intervino en los debates sobre la amnistía y sobre la abolición de la esclavitud en las colonias.
La amnistía, una vez aprobada la ley correspondiente, se aplicó a los implicados en las insurrecciones republicanas previas a la abdicación del rey y también a los condenados por lo que, en esos años, se conocía como delitos de imprenta y que afectaban, como es lógico, a multitud de periodistas implicados en la lucha ideológica que se planteó desde el primer momento del triunfo de La Gloriosa.
La abolición de la esclavitud, por su parte, planteaba un debate moral que contaba con el favor de la práctica totalidad de los partidos. Pero había un problema que dificultaba la aprobación de una ley que contaba con un amplio consenso: en el caso de Cuba, en opinión de varios diputados, no podía liberarse a los esclavos en un periodo de guerra como el que se vivía en la isla caribeña. Rojo Arias, miembro de la comisión, así lo expresó en la sesión del 21 de febrero, cuando recordó que la abolición se limitaba a Puerto Rico y añadió frente a los diputados contrarios a la medida:
¿Qué argumentos se han empleado en contra de la abolición inmediata de la esclavitud en Puerto Rico? (…) Pues ya lo habéis oído, se han invocado razones de intereses materiales, se han invocado los perjuicios que se pueden seguir al comercio de Castilla (…), se han invocado, por último razones de conveniencia. De interés material, que está por bajo de las razones morales, y que nos tienen ante nuestros propios ojos, como ante los ojos de Europa, deprimidos por conservar ese borrón en el año 1873. (…). [Finalmente, la esclavitud se abolió en Puerto Rico el 22 de marzo de 1873. En la isla de Cuba, debido a la guerra, se abolió el 7 de octubre de 1886].

Sesión de proclamación de la I República en el Congreso de los Diputados

Asuntos como la abolición de la pena de muerte, aprobada bajo el mandato de Nicolás Salmerón, aunque Castelar la recuperó posteriormente, también fueron parte del trabajo parlamentario de Rojo Arias mientras permaneció en el Senado y hasta que se celebraron las elecciones constituyentes, convocadas para el mes de mayo de 1873. En estas elecciones, convocadas ya por la República, el político morateño no obtuvo acta de diputado y, por primera vez desde que se iniciara el movimiento revolucionario en 1868, quedaba fuera del Parlamento.
Rojo Arias retoma su trabajo como periodista: La Bandera Española
Desde La Gloriosa habían pasado casi cinco años y Rojo Arias, en ese tiempo, había vivido intensamente la vida política, siempre defendiendo las ideas liberales, progresistas y de izquierda moderada. Como político había ocupado escaños de diputado por Ciudad Real y Celanova y de senador por Valladolid, además de otros cargos como gobernador civil de las provincias de Cádiz y Madrid.
Tras las elecciones constituyentes de mayo, por primera vez, Ignacio Rojo no tenía representación parlamentaria ni ocupaba un cargo en la administración. Pero esto no significaba que abandonara la política, una actividad que con mayor o menor dedicación, siempre ocupó una parte muy importante, sino la que más, de su biografía. Destacado militante del Partido Radical, Rojo Arias dedicaría los meses y años siguientes a sus otras dos pasiones: el periodismo y la abogacía.
Su vuelta a periodismo se materializó el 15 de septiembre de 1873 cuando se publicó el primer número de un nuevo periódico, La Bandera Española. Rojo Arias, desde la década de los sesenta, había desarrollado su carrera periodística, sobre todo en La Iberia, periódico liberal progresista que no había sido muy benevolente con su antiguo redactor con motivo de su labor como diputado y gobernador de Madrid en el periodo la monarquía de Amadeo I. Ahora, Rojo Arias disponía de su propio periódico, puesto que él mismo aparecía como propietario y, además, también ejercía como director.
En un periodo en el que la prensa estaba ampliamente mediatizada por los múltiples partidos políticos, aunque también empezaba a surgir y obtener el favor de los lectores un tipo de periódico profesional que representaban cabeceras como El Imparcial o La Correspondencia de España, La Bandera Española optó por el primer modelo y se convirtió en órgano oficial del Partido Radical presidido por un político, Cristino Martos, que había ocupado distintos cargos como presidente de la Diputación de Madrid, ministro de Estado, presidente del Congreso de los Diputados y ministro de Gracia y Justicia durante la I República entre enero y mayo de 1874.
El nuevo periódico, que nunca pasaría de una pequeña tirada, salía cada día a la calle con cuatro páginas en las que se distribuían las notas oficiales de La Gaceta, los artículos de opinión y comentarios políticos, las noticias y sueltos de actualidad, el inevitable y popular folletín por capítulos y la escasa publicidad que ayudaba a sufragar los gastos. Este formato, de cuatro páginas, era el más habitual en esos años y pocos periódicos superaban por entonces esa extensión con la excepción de La Correspondencia de España, diario que ya entonces alcanzó una muy estimable tirada que le colocaba como el más vendido, y rentable, de todos los periódicos editados en España en los años de la República y también en los primeros años de la Restauración.
Pese a su modestia, La Bandera Española no dejó de ejercer un periodismo militante y combatiente –lo que le costaría no pocos problemas legales a su propietario y director, como veremos- en defensa de su ideario favorable al liberalismo y contrario al republicanismo federal, el cantonalismo y, por supuesto, a las ideas conservadoras y a las más extremistas que representaban los carlistas. Desde un liberalismo progresista, el periódico de Rojo Arias se manifiesta heredero de la Constitución de Cádiz y de La Gloriosa, defensor de la unidad nacional frente al federalismo republicano y decididamente opuesto a la monarquía borbónica. Aunque el concepto de centro político era extraño a esa época, el periódico de Rojo y sus ideas, radicales, no hubieran desentonado con esa etiqueta en el espectro político de esos años, lo que no impedía que, formalmente, sus páginas estuvieran impregnadas de un periodismo apasionado y muy ideologizado, algo por otra parte muy común en casi todos diarios en esos años de fuertes contrastes políticos.
Desde estos presupuestos ideológicos que impregnaban su línea editorial, La Bandera Española también fue el medio de difusión del Partido Republicano Democrático, una formación que unía a radicales y republicanos moderados en el complejo panorama de partidos de la I República española. Rojo Arias, era uno de los políticos firmantes del manifiesto fundacional del partido del 13 de noviembre de 1873:
(…) Salvemos entre todos la patria, que a todos interesa; salvemos con la República la obra de Septiembre, que es interés supremo para cuantos no han perdido la fe en la idea democrática; y unos y otros, y todos juntos, calmando nuestras discordias, apaciguando nuestros odios, aprovechando la tristísima experiencia de lo pasado, recomendemos a la nación española la paz y el trabajo (…).
(…Asegurar la .existencia hoy amenazada de nuestra España, y en ella el orden social y el derecho democrático, son nuestras más ardientes aspiraciones, y no hay sacrificio que nuestro partido no esté dispuesto a consumar en aras de la patria (…).
Como órgano político de los radicales, La Bandera Española no fue ajena ni dejó de participar en las habituales polémicas ideológicas que enfrentaban a los distintos diarios en la época de la I República. Como órganos de expresión de corrientes políticas, la mayoría de los periódicos protagonizaron auténticas batallas verbales y enfrentamientos entre sí. Por no faltar, en este ambiente de guerra ideológica entre periódicos y periodistas, no faltaron ni los duelos a pistola. Aunque los duelos fueron abolidos en la legislación española desde 1870, Domingo Blanco, Felipe Ducazcal, Antonio Santonja, Leopoldo Romeo o Andrés Romeo fueron sólo algunos de las decenas de periodistas que fehacientemente consta que participaron en estos duelos entre compañeros de profesión.
Rojo Arias nunca fue protagonista de uno de estos duelos entre colegas pero el periodismo que practicaba La Bandera Española, nada conformista, era propenso a favorecer las polémicas entre colegas. De todas las que protagonizó el periódico de Rojo Arias en esos años, que fueron muchas, sin duda fueron los enfrentamientos dialécticos con La Iberia, los que más se prodigaron en esos meses de la I República y previos a la restauración borbónica. Aunque ideológicamente La Iberia y La Bandera Española no estaban muy alejados, la tendencia radical del periódico de Rojo Arias –y de Cristino Martos y su Partido Republicano Democrático como político más cercano- chocaba con el liberalismo más conservador representado por La Iberia y por el propio Sagasta y el Partido Constitucionalista.
Un buen ejemplo de estas polémicas entre el periódico de Sagasta y el de Rojo Arias es la que mantuvieron ambos periódicos en agosto de 1874. En ese mes, La Iberia, publicaba el siguiente texto acusando de calumnias a La Bandera Española:
El órgano del señor Rojo Arias, siguiendo su habitual costumbre de atacar calumniosa y traidoramente al señor Sagasta, al partido constitucional y a nosotros, publicó ayer un líbelo infamatorio con el único y exclusivo objeto de producir escándalo. Y aunque sus tiros se vuelven contra quien los asesta, porque en el escrito aludido se retrata fiel y cumplidamente el patrono de aquella publicación, no podemos prescindir de exclamar con Iriarte: "Que el grado de la ofensa tanto asciende, cuanto es más vil aquel que ofende”. (La Iberia, 1 de Agosto de 1874).
Como consecuencia de estos enfrentamientos entre los antiguos aliados no faltaron las multas administrativas amparadas en las leyes de imprenta vigentes. También en agosto de 1874, La Bandera Española fue multada con 1.000 pesetas, cantidad nada despreciable por entonces, por publicar un artículo titulado El periódico libelo. Rojo Arias, en su defensa, reconoció que el texto iba dirigido contra La Iberia y el propio Práxedes Mateo Sagasta, pero no contra el orden público, ni contra nada que afecte a la guerra, al crédito o a los intereses de la nación; por tanto no se halla comprendido en aquellos asuntos vedados a la prensa por la circular del mismo Sr. Sagasta y por el decreto que posteriormente se ha dado sobre la materia. (El día 30 de agosto de 1874, El Imparcial, informaba de que Rojo Arias había pagado los 12.000 reales de multas acumuladas por La Bandera Española y anunciaba que el lunes seguirá publicándose nuestro colega).
Rojo Arias, a prisión
Los enfrentamientos dialecticos entre periódicos enfrentados por motivos ideológicos o las multas administrativas eran, como hemos visto, materia común en estos meses y a nadie sorprendían. Mucho menos, a Ignacio Rojo Arias. El político, periodista y abogado morateño, que ya había sufrido un serio encuentro con la ley años antes por su enfrentamiento con el gobernador civil de Ciudad Real y por un artículo publicado en ¡La Iberia!, lo que le valió en 1862 una condena por injurias y calumnias y 27 meses de cárcel, que no cumplió gracias a que su recurso fue aceptado y declarado inocente (ver I entrega de la biografía de Rojo Arias), afrontó, en noviembre de 1874, otro problema legal que le costaría, ahora sí, ingresar en prisión.
Curiosamente, la orden de entrada en prisiones militares de Ignacio Rojo Arias no fue provocada por un artículo escrito por él mismo. En esta ocasión Rojo Arias se limitó a reproducir en su periódico un suelto, sobre las milicias provinciales, publicado inicialmente en La Prensa, un periódico ministerial [favorable al Gobierno] que, paradójicamente, era de ideología liberal y partidario de Sagasta, con el que tanto se había enfrentado La Bandera Española.
Como consecuencia de una denuncia de origen militar, tanto Ignacio Rojo como Joaquín Bañón, director de La Prensa, fueron detenidos en las sedes de sus periódicos, en la mañana del 16 de noviembre, y recluidos en las prisiones militares de San Francisco.
La detención de los dos periodistas por parte de la jurisdicción militar provocó, inmediatamente, la reacción del Gobierno presidido por Sagasta. El mismo día de la detención, Sagasta se reunió con el gobernador civil de Madrid y el capitán general del distrito para analizar una situación embarazosa para un gobierno del que formaban parte numerosos hombres de prensa, entre ellos el propio presidente.
Según avanzaban las horas los movimientos para que se pusiera en libertad a los periodistas detenidos se multiplicaron. Ahora, no sólo se pedía la liberación de Rojo Arias y Joaquín Bañón sino que también se exigía la salida de prisión de otro periodista, Bartolomé Santamaría, director de La Igualdad. En todos los casos, la protesta generalizada de la práctica totalidad de los periódicos contra la detención de los periodistas, se basaba en la aplicación de la jurisdicción militar a los delitos relacionados con la prensa y la apertura de consejos de guerra a los acusados en prisión.
Mientras se mantuvo du estancia en prisión Rojo Arias dirigió una emotiva carta a sus compañeros de redacción:
Queridos amigos míos: Debo tanta gratitud a nuestros compañeros en la prensa, a mi partido, entusiasta siempre por las ideas y siempre generoso en premiar los servicios, siquiera sean pequeños, como los míos, que le prestan sus hombres; a mis amigos particulares; al infinito número de personas, sin distinción de matices políticos, que ayer visitaron durante todas las horas reglamentarías el pabellón que en esta casa ocupé, a Vds., en fin que en mí forzada ausencia saben llenar con tal comedimiento, con tanta dignidad y tanto tino esa difícil tarea que conmigo comparten desde que fundé LA BANDERA ESPAÑOLA, que no quiero retrasar ni un instante el enviar á todos este público testimonio de mi sincera y eterna gratitud.
No puedo formarme juicio exacto juicio del sesgo que, por la intervención del gobierno, se dará en definitiva al proceso militar a que estoy sometido, y por el cual fui desde el primer instante constituido en prisión; pero sea el que fuere, lo espero tranquilo en mi conciencia, y me mantendré en mi puesto sin soberbia, pero con dignidad.
Reciban Vds. otra vez las seguridades de mi entrañable amistad.- I. Rojo Arias.
Habían pasado pocas horas desde que Rojo escribiera esta carta cuando el Gobierno propuso al presidente Serrano la promulgación del siguiente decreto:
En atención a las consideraciones expuestas por el Presidente del Consejo de Ministros, y de acuerdo con este, vengo en decretar lo siguiente:
Artículo 1º Se otorga amplia y general amnistía por todos los delitos y faltas cometidos desde el 3 de enero último hasta la fecha por los periódicos que se publican en la actualidad. (…) (Gaceta de Madrid, 19 de noviembre de 1874).
En aplicación de la amnistía, los tres periodistas fueron puestos en libertad. Rojo Arias, aunque en prisión por unas horas, había eludido otra vez una condena severa por sus trabajos periodísticos.
Unos meses después de producirse este incidente que llevó a Rojo Arias a la cárcel por unas horas la vida política española daría un nuevo giro radical. El 29 de diciembre de 1874, tras el levantamiento del general Martínez Campos en Sagunto, la primera experiencia republicana en España llegó a su fin. En los 23 meses en que estuvo vigente la I República pasaron por la presidencia 8 gobiernos, cinco correspondientes a la República federal y tres a la conocida como República unitaria, algunos tan efímeros como el primero, presidido por Estanislao Figueras, autor de una lapidaria frase, dirigida a sus compañeros del Consejo de Ministros: Señores, ya no aguanto más. Voy a serles franco: estoy hasta los cojones de todos nosotros.
La I República hubo de afrontar golpes de Estado, insurrecciones carlistas –la tercera guerra carlista ocupó todo el periodo republicano- y la revuelta cantonal. Finalmente, el 29 de diciembre de 1874 se produjo el pronunciamiento en Sagunto del general Martínez Campos, al que se sumaron otros militares y el capitán general de Madrid, Fernando Primo de Rivera, que al día siguiente, 30 de diciembre, aceptó el pronunciamiento y en definitiva, la restauración borbónica.
Pese al cambio de régimen, el periódico de Rojo Arias, La Bandera Española, siguió su andadura durante los primeros meses de la Restauración, pero siempre limitado en su trayectoria por su precaria situación económica. Su propietario, como no podía ser menos, continuó con su carrera política y profesional pero, al menos durante los primeros años del reinado de Alfonso XII, fuera del Parlamento y, desde 1880, desligado del antiguo Partido Radical, transformado por Ruiz Zorrilla en una nueva formación, el Partido Republicano Progresista.


Fuentes y bibliografía:
  • Archivo del Senado. Leg. 389. Nº 4 (2).
  • Archivo del Senado. Leg. 389. Nº 4 (3).
  • Oratoria y periodismo en la España del siglo XIX. Seoane, María Cruz. Editorial Castalia. Madrid, 1977.
  • Periódicos y publicaciones citados en el texto.
  • Diario de Sesiones de las Cortes Constituyentes. Dieron comienzo el día 11 de febrero de 1869 y terminaron el 2 de enero de 1871. Tomo XV. Índice y resumen. Imprenta de J. A. García, Corredera Baja de S. Pablo, 27. Madrid, 1871.
  • Sumario 306/1870 sobre el atentado contra el general Prim.
  • España trágica. (Episodios Nacionales, quinta serie, número 42) Pérez Galdós, Benito. Alianza editorial. Madrid, 2009.
  • Las primeras cámaras de la regencia. Datos electorales, estadísticos y biográficos. Sánchez Ortiz Modesto y Berastegui, Fermín. Imprenta de Enrique Rubiños. Madrid, 1886.
  • El periódico liberal La Bandera Española, un concepto nuevo de nacionalismo español. Orella Martínez, José Luis. Aportes: Revista de Historia Contemporánea. Año nº 19.Nº 54. 2004.



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