jueves, 1 de julio de 2021

 

El cultivo de remolacha en la vega del Tajuña y la azucarera (III)

El trabajo infantil y femenino estaba asociado a determinadas labores del cultivo remolachero

Como veíamos la pasada semana, el cultivo de la remolacha era muy exigente con la calidad de las tierras donde se cultivaba y, además, también obligaba a los agricultores de la vega del Tajuña al empleo de abundante mano de obra. Desde la siembra a la recolección eran necesarios siete u ocho meses, según la temporada, para completar el ciclo vegetativo de la planta, lo que se traducía en numerosos jornales por hectárea. Según manifestaciones de los propios cultivadores, la remolacha podía dar trabajo continuado a más de 3.000 personas, bien agricultores- propietarios o jornaleros –sin contar con el trabajo asociado den la propia factoría de la Azucarera Madrileña o en los ferrocarriles. Tanta era la necesidad de mano de obra que, en determinadas labores eran las mujeres y los niños quienes atendían estos trabajos.



Guillermo Quintanilla, el ingeniero encargado de la producción remolachera en la fábrica de La Poveda, se refirió en no pocas ocasiones al trabajo infantil y a la presencia de niños/as en las labores de cultivo de la remolacha (y en tantos otras faenas del campo, añadimos nosotros). En sus trabajos y textos divulgativos, el autor de las Instrucciones para el cultivo de la remolacha azucarera en regadío, -obra de la que ya hablamos la pasada semana-, describía el trabajo de los niños en las labores y cultivo de la remolacha azucarera como algo asumido y con total normalidad. En sus textos, redactados en las primeras décadas del siglo XX, en ningún momento se cuestionaba, más bien al contrario, este trabajo infantil que, en determinadas labores, se prefería al de los propios adultos

Esta naturalidad al hablar del trabajo infantil, actualmente impensable, por fortuna, era tan habitual en esos años que incluso suponían un serio problema de absentismo escolar entre los niños/as de los pueblos de la vega del Tajuña durante muchas décadas.

José María Borras Llop ha estudiado en profundidad este problema en un trabajo incluido en una obra colectiva titulada El trabajo infantil en España, 1700-1950. La investigación a la que nos referimos, La actividad de niñas y niños en tierras de regadío (La vega del Tajuña a comienzos del siglo XX), se circunscribe exclusivamente al municipio de Orusco de Tajuña pero, por testimonios personales obtenidos, la situación respecto al trabajo infantil en la agricultura, y más concretamente en el cultivo remolachero, no sería mejor ni muy diferente en prácticamente ninguna localidad de la vega del Tajuña durante las primeras décadas del siglo XX.

La investigación de José María Borras Llop, en la que se utilizó como fuente fundamental el archivo municipal, hace referencia al trabajo infantil en la vega de Orusco, un espacio agrario de unas 200 hectáreas de extensión de las que normalmente, cuando se implantó el cultivo remolachero, se dedicaba una tercera parte, unas setenta hectáreas, a este cultivo. A cereal se destinaban (82 hectáreas) y a patatas/hortaliza, el resto (32 hectáreas).

Este tipo de rotación de cultivos en las parcelas responde a un patrón muy extendido en los municipios de la comarca de la vega del Tajuña y también a las recomendaciones de los ingenieros agrónomos de la propia empresa azucarera (En las cartillas de formación que se utilizaron se recomendaba rotar el cultivo de remolacha con cereal trigo/cebada y, en algunos casos, habas).

Para entender la participación sistemática de niños/as en las labores propias de la producción de remolacha hay que tener en cuenta dos aspectos asociados a este cultivo en esos años: el elevado número de jornales que exigía desde la siembra hasta la recolección y la poca, por no decir nula, mecanización de las tareas a realizar, debido a la reducida superficie media de las parcelas en toda la vega del Tajuña.

Respecto a este último aspecto, el minifundismo habitual en la comarca y en sus tierras de regadío, en un trabajo elaborado a primeros del siglo XX, Memoria que comprende los trabajos reunidos, trabajos practicados y proyecto de Ley formulados por la comisión para el estudio de la concentración parcelaria, encargado por la Dirección General de Agricultura, Industria y Comercio del Ministerio de Fomento de la época, ya se resaltaba este problema al responder a la primera pregunta planteada en un cuestionario que se envió a varias zonas agrícolas españolas: ¿Está en esa comarca excesivamente dividida la propiedad rústica y disgregada la correspondiente a un solo dueño? Textualmente, la respuesta a esta cuestión era la siguiente:

Para a dar una idea aproximada de la división de la propiedad rústica en esta zona, bastará consignar que el número de parcelas existentes viene a ser igual al número de hectáreas, y si se tiene en cuenta que una mitad de la superficie total está dedicada a montes y dehesas de gran extensión, resultará que el promedio de cada parcela no pasa de 50 áreas. Una tercera parte del número de parcelas no llegará a 20 áreas, la superficie correspondiente a cada propietario está sumamente disgregada y a gran distancia unas parcelas de otras (…).

Con estas características de las parcelas y también, todo hay que decirlo, la escasa capitalización de los agricultores que les impedía modernizar mínimamente sus explotaciones, resultaba casi obligado acudir al trabajo manual si se exceptúa el uso del arado romano y de vertedera, el más utilizado para alzar el terreno. Es cierto que, tras la guerra civil y ya en las últimos años del cultivo remolachero en la vega del Tajuña, la introducción del tractor mejoró notablemente las condiciones del cultivo aunque las labores manuales siguieron siendo mayoritarias en los trabajos de siembra, desmate o esmate y descolllado o esculado.

En la práctica, esto significaba que una hectárea de remolacha exigía no menos de 149 jornales. Ya en la década de los sesenta, cuando el cultivo de remolacha industrial estaba a punto de desaparecer en la comarca, la situación no había mejorado mucho y se dedicaban entre 100 y 120 jornales a la misma hectárea de cultivo, entre 20 y treinta jornales menos que a comienzos de siglo debido a la progresiva introducción del tractor en los trabajos de laboreo. Situación muy distinta al cultivo de trigo o cebada que en la década de los sesenta, en plena transición hacia la mecanización, no pasaban de 30 jornales/hectárea.

Aunque no es la primera ocasión que tratamos las tareas de tipo manual que exigía el cultivo de la remolacha, en lo que respecta al trabajo infantil y también de la mujer, reiteramos que los más habituales eran el desmatado, entresacado o aclareo, el escabillado o escardado, y el descoronamiento, descollamiento o esculado.

La primera de esas labores, el aclareo de las plantas, se realizaba al germinar el golpe de semillas que se sembraban a una distancia de entre 28 y 30 centímetros. Esta tarea, según testimonios recogidos en Morata, a veces se realizaba en dos ocasiones, retirando en ambas las plantas más pequeñas. En cualquier caso, se calculaba que el desmatado o aclarado hacia necesarios no menos de 20 o 25 jornales por hectárea.

En las Instrucciones para el cultivo de la remolacha azucarera en regadío que elaboró Guillermo Quintana, se afirma textualmente:

(…) las mujeres o niños que entresacan las plantas, para dejar una sola en cada grupo, dejan también labrada la tierra que la rodea; de este modo resulta removida y limpia de hierbas toda la tierra, al par que las plantas de remolacha quedan aisladas a la distancia prefijada (…).

También la escarda era tarea propia de niños/niñas o mujeres y requería entre dos y tres pasadas en el ciclo de cultivo de la remolacha. Sobre el trabajo infantil, los autores de Instrucciones para el cultivo… señalaban:

(…) Después del desmate, (…) conviene darle escardas y labores superficiales, que se consigue sean muy económicas con el uso de la azada de mano sistema Ylanet, completándola con la azadilla manejada por mujeres y chicos.


Vega del Jarama, mujeres esculando remolacha (Archivo regional de la Comunidad de Madrid, 1962)

Otra labor fundamental en la que también participaban niños y mujeres era el escollado o esculado. Este trabajo, consistente en retirar la tierra y las hojas de la raíz de la remolacha, era fundamental ya en los trabajos de recolección de la cosecha. La azucarera era muy exigente y no permitía que parte de las hojas llegaran a la factoría perjudicando el producto final y, por supuesto, la tierra debía ser retirada para no incurrir en penalizaciones en el precio que recibía el agricultor. En la tan citada Instrucciones de cultivo…, al referirse al descollado de la remolacha se afirma sin pudor: (…) El arranque [de la remolacha] lo realizan los hombres y la limpieza y descollado lo hacen las mujeres y los niños, cuyo trabajo resulta mucho más barato en esta operación, que no es de fuerza sino de habilidad (…).

Naturalmente, el empleo de menores en edad escolar en las tareas de cultivo de la remolacha industrial tenía un componente económico y, por supuesto, social. Los niños que trabajaban en estas labores podían hacerlo en explotaciones de sus progenitores, aportando así su esfuerzo a la economía familiar, pero también era habitual que los hijos de familias menos pudientes fueran a ganar el jornal a explotaciones ajenas a su núcleo familiar.

Borras Llops también cita los salarios que se pagaban en las distintas labores de cultivo de la remolacha en el año 1933. Según estos datos, una hectárea de remolacha necesitaba, como ya hemos visto, 149 jornales entre las tareas preparatorias de la tierra, abonado, siembra, entrecava, riego, aclareo, escarda, arranque y descoronado. Los jornales, según esta relación alcanzaban las 15 pesetas diarias para los hombres con una yunta, las siete pesetas para los hombres en la cava (riego y arranque a 8 pesetas), 3,50 pesetas para niños y mujeres en el aclareo y escarda, y 4 pesetas diarias para las mujeres en el descoronado. (Fuente: José Luis de la Loma, ingeniero agrónomo de la Sociedad General Azucarera, 1933).

Este último autor asignaba a los costes salariales el 51 por ciento del total de gastos de una hectárea consecuencia de la máxima exigencia en jornales del cultivo. La importancia de la remolacha y su extensión en la década de los treinta del pasado siglo explica, por lo tanto, las tasas de absentismo escolar de niños mayores de 10 años, e incluso menores, que aparecen en la investigación de Borras Llop, no solo en la época de recolección en diciembre sino también a partir de febrero-marzo con la siembra de la siguiente cosecha.

E insistimos que, según testimonios recogidos, esta realidad que el trabajo infantil en la localidad de Orusco es perfectamente extrapolable al resto de municipios de la vega del Tajuña y, por supuesto, a otros trabajos estacionales como la recolección de los olivos, la vendimia, la siega de cereales o los trabajos veraniegos en los cultivos de huerta. En el caso de la remolacha, estos trabajos infantiles y de la mujer sí que podían ser más notorios en tanto que la extensión de los cultivos de este tubérculo tuvo periodos de gran expansión durante los años en que estuvo activa la Azucarera Madrileña y a pesar de las crisis que, periódicamente, afectaron a la propia empresa. Entre ellas la que se desencadenó en 1913, de la que trataremos la próxima semana y que provocó el temor y la incertidumbre ente los agricultores de toda la comarca.



Fuentes y bibliografía:

  • Periódicos citados en el texto.

  • Álbum de La Poveda. 1900-200 La Poveda Centenario. Colección Archivo Municipal de Arganda.

  • La economía española y la articulación de su mercado (1890-1914): Los orígenes de la vía nacionalista del capitalismo español. Memoria presentada para optar al grado de doctor por Juan Martín Fernández. Facultad de CC Políticas y Sociología. Departamento de Economía Aplicada V. Madrid, 2002. 

    Memoria sobre el estado de la agricultura en la provincia de Madrid. Abela, Eduardo y Castro, Carlos A de. Estereotipia y Galvanoplastia de Aribau y Cia. Madrid. 1876.

  • Instrucciones para el cultivo de la remolacha azucarera en regadío. Quintanilla Guillermo. Hojas divulgativas. Ministerio de Agricultura. Madrid, 1932

  • Memoria sobre la remolacha azucarera. Estación Agronómica del instituto Agrícola de Alfonso XII. Ministerio de Fomento. Dirección General de Agricultura. Madrid, 1911.

  • El Ochocientos. De las profundidades a las altura. Tomo II. Manuel Silva Suárez, editor. Real Academia de Ingeniería. Institución Fernando El Católico. Prensa de la Universidad de Zaragoza. Zaragoza.

  • El trabajo infantil en España 1700-1950. Aprender trabajando. La actividad de niñas y niños en tierras de regadío. (La vega del Tajuña a comienzos del siglo XX). Borras Llop, José María. Universidad Complutense.

  • Memoria que comprende los trabajos reunidos, trabajos practicados y proyecto de Ley formulados por la comisión para el estudio de la concentración parcelaria. Dirección General de Agricultura, Industria y Comercio del Ministerio de Fomento. Imprenta de los hijos de M. G. Hernández. Madrid, 1908.

  • Archivo Regional de la Comunidad de Madrid.







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