martes, 7 de noviembre de 2017

Esteban Páez, un jesuita morateño en América (Epílogo)


Con la muerte de Esteban Páez en 1617 no se extinguió la presencia de personas con el mismo apellido en la Compañía de Jesús. Lo cierto es que el apellido Páez fue muy común, no solo en Morata, sino también en otros municipios cercanos como Loeches o Olmeda de las Fuentes. Este último municipio fue el lugar de nacimiento de Pedro Páez, -primo, o sobrino, de Esteban Páez-, y descubridor de las fuentes del Nilo Azul.

Al menos desde el siglo XVI el apellido Páez fue muy frecuente en Morata hasta que a finales del siglo XVIII dejan de aparecer personas con este apellido en los documentos históricos. Jesús Antonio de la Torre Briceño, en su libro sobre la historia de Morata, documenta varios miembros de la familia Páez que ocuparon la alcaldía por el estado de los hijosdalgo:
Alcaldes pertenecientes a la familia Páez en Morata:
Pedro Sánchez Páez (1574-75)
Pedro Páez (1577)
Francisco Páez de Almazán (1598)
Rodrigo Sánchez Páez (1600)
Pedro Sánchez Páez (1602)
Francisco Páez de Almazán (1607)
Roque Páez de Almazán (1609 y 1617)
Damián Páez (1618)
Esteban Páez (1627)
Agustín Páez (1636 y 1641)
Roque Páez de Almazán (1636, 1641 y 1643)
Diego Páez (1648)
Roque Páez (1648)
Francisco Sánchez Páez (1649)
Esteban Páez (1656)
Rodrigo Sánchez Páez (1662)
Juan Páez (1664)
Esteban Páez (1671)
Rodrigo Sánchez Páez (1674)
Agustín Páez (1677)
Juan Páez Prior (1679, 1683, 1689, 1692, 1701, 1705 y 1706). Seguramente serían dos personas con los mismos apellidos.
Joseph Páez (1709, 1720 y 1721)
Juan Páez (1717)
Felipe Páez de Almazán (1721, 1726, 1732 y 1733)
Roque Páez (1729)
Francisco Páez Xaramillo (1735)
Bernardino Páez Fominaya (1748)
Juan Páez Xaramillo (1753 y 1766)
Manuel de Almazán Páez (1755)
Joseph Páez Xaramillo (1758, 1761, 1765 y 1769)
Desde Pedro Sánchez Páez, alcalde en los años 1574 y 1575, hasta Joseph Páez Xaramillo, alcalde en los años 1758, 1761, 1765 y 1769 (en la Edad Moderna los alcaldes eran elegidos por periodos de un año) fueron nada menos que 30 personas con el apellido Páez las que ocuparon la alcaldía de Morata por el estado de los hijosdalgo. Este hecho confirma la pertenencia a la pequeña nobleza del apellido Páez, tal como se recoge en algunas biografías del miembro más conocido de esta extensa familia: Pedro Páez, también jesuita como Esteban y primer europeo en llegar a las fuentes del Nilo Azul.
Pedro Páez un aventurero en la Compañía de Jesús
Antoine Bouba, en su tesis doctoral sobre el África negra en los libros de viajes españoles de los siglos XVI y XVII, se refiere a la familia de Pedro Páez como perteneciente a la aristocracia rural y al analizar su educación cita a otro estudioso de la vida del jesuita español, George Bishop, quien afirmo que:
(…) recibió [Pedro Páez] la tradicional educación de un caballero: estudió a los clásicos, aprendió matemáticas, ciencias, bellas artes y danza, y fue instruido en las artes guerreras, el manejo de la espada, la equitación, el empleo del arco y, no menos importante, la forma de comportarse como hidalgo.
Bouba apunta también que Pedro Páez estudió durante su juventud en Alcalá de Henares, en el colegio de San Ildefonso de la ciudad complutense, y en la localidad conquense de Belmonte, donde los jesuitas tenían un colegio en el que estudió filosofía el futuro descubridor de las fuentes del Nilo.
Pedro Páez –Olmeda de las Fuentes 1564, Gorgora, Etiopía 1622- como tantos otros miembros de la pequeña nobleza –entre ellos su pariente y también jesuita Esteban Páez- vio en la carrera religiosa una salida vital como miembro de una extensa familia integrada por dos hermanos y dos hermanas además de él mismo. 
Pedro Páez, jesuita y primo, o sobrino, de Esteban Páez, descubridor de las fuentes del Nilo Azul
 
No es difícil aventurar que la pertenencía de Esteban Páez a la Compañía de Jesús debió de influir para que Pedro ingresara en la orden a los 18 años para empezar su formación y sumarse así a lo que Antoine Bouba define como (…) el viento espiritual que soplaba sobre la Europa de su tiempo, un viento provocado por Ignacio de Loyola desde 1524 con la fundación de la Compañía de Jesús.
En otra reseña biográfica del padre Pedro Páez, escrita por el también jesuita Bartolomé Alcázar y reseñada en la revista Razón y Fe se aportan más datos sobre el jesuita:
El P. Pedro Páez Xaramillo fue recibido en la Compañía de Jesús en nuestra Casa de Probación de Villarejo de Fuentes, a 18 de Junio de 1584. Era hijo de padres nobles (que se llamaron Juan Páez Xaramillo y Doña Elvira Campuzano), y nació en la villa de La Olmeda (en este Arzobispado de Toledo), que dista dos leguas de Jesús del Monte, tres de Alcalá y cuatro de la villa de Morata, patria del P. Esteban Páez, primo hermano suyo.
Sobre la relación familiar entre Esteban Páez, el jesuita natural de Morata, y Pedro Páez, quince años menor que su primo o tío, Javier Reverte, autor de una excelente y entretenida biografía del descubridor de las fuentes del Nilo, indica que:
Su vocación religiosa [de Pedro Páez] despertó muy pronto, tal vez influido por un pariente suyo –unas crónicas le citan como tío y otras como primo- que ejercía como provincial de la Compañía de Jesús en México cuando Páez era un adolescente y que más tarde alcanzó el mismo cargo en Perú.
Javier Reverte, en el libro citado Dios, el diablo y la aventura, traza una entretenida y documentada biografía del jesuita para el que reivindica el honor de haber sido el primer europeo en descubrir las fuentes del Nilo Azul en el año 1618, pese a que la historiografía nunca ha adjudicado al religioso este honor. De hecho, oficialmente son los exploradores ingleses Richard Francis Burton y Jhon Hanning Speke quienes descubrieron las fuentes del Nilo en 1858, más 200 años después de que Pedro Páez.
En el libro de Reverte se analiza la labor de Pedro Páez como misionero y también como aventurero pues no, en vano, además de su prolongada estancia en Etiopía (que le sirvió para escribir una de las primeras historias de este país africano), Pedro Páez también ejerció de misionero en La India y vivió algunos episodios muy duros como los años que pasó prisionero en Yemen (siete largos años) antes de llegar definitivamente a Etiopía, donde consiguió revitalizar las misiones jesuitas y convertir al catolicismo al emperador Za Dengel.
Estas experiencias vitales extremas forjaron el carácter del jesuita español que, según Javier Reverte:
(…) atesoró todas las virtudes de la orden: espiritualidad, valor, disciplina, amor al viaje y la aventura, curiosidad científica, enormes dotes intelectuales y pedagógicas, y férrea determinación por cumplir tareas que se había impuesto.




Fuentes y bibliografía
  • Historia de la villa de Morata de Tajuña-Torre Briceño, Jesús Antonio-Ayuntamiento de Morata de Tajuña, 1999.
  • África negra en los libros de viajes españoles de los siglos XVI y XVII. Bouba Kidakou, Antoine. Departamento de Literatura Española y Teoria de la Literatura de la Facultad de Filología de la Uned. Tesis doctoral. Madrid, 2006.
  • Dios, el diablo y la aventura-La historia de Pedro Páez, el español que descubrió el Nilo Azul. Reverte, Javier. Plaza y Janes, Madrid, 2001.
  • Razón y Fe-Tomo XV-Mayo Agosto de 1906-Madrid, 1906.

miércoles, 1 de noviembre de 2017

Esteban Páez, un jesuita morateño en América (IV)


Nombramiento de Páez como provincial del Perú

En total, desde su llegada a Perú en 1599, fueron algo más de tres años de intenso trabajo –su labor como visitador de la orden finalizó en noviembre de 1602- en los que Esteban Páez conoció en profundidad la realidad de la orden de los jesuitas en América del Sur, con la excepción del territorio ocupado por la provincia de Brasil.
En estos tres años Esteban Páez hubo de adoptar decisiones complicadas y dolorosas a nivel personal para mejorar los trabajos de evangelización de la Compañía de Jesús en las tierras que le habían encomendado supervisar desde la sede central de los jesuitas en Roma. En relación con las medidas que tomó para rectificar la trayectoria de algunas misiones, Esteban Páez recibió el apoyo directo del general de la Compañía de Jesús, el padre Aquaviva. El 26 de agosto de 1601, Aquaviva dirige por carta estas palabras al jesuita morateño:
(…) Confieso a V. R. [vuestra reverencia] que me cabe harta parte del sentimiento que en sus cartas muestra por los descuidos que halla. Dios perdone a los superiores, por cuya negligencia temo que suceden gran parte de estos excesos. Bien creo que V. R. habrá encargado, como ve que es necesario, el cuidado de los súbditos y el recato en emplearlos, pues no todos se pueden poner en todas ocasiones. V. R. purgue la provincia de lo que le pareciere que no está bien; pues aunque esos Padres, con piedad cristiana, sientan lo contrario, es cierto que cualquiera de ellos que se hallara en el oficio de V. R. hiciera lo que más conveniente fuera para el bien de la provincia (…).
Como se aprecia en el texto, Esteban Páez cuenta con la total aprobación del máximo responsable de los jesuitas en su toma de decisiones, aunque estas fueran duras y difíciles de adoptar para el bun gobierno de los jesuitas en la provincia bajo su cargo. En otra carta del general jesuita, éste ordena a Páez que destituya al padre Martínez, por una falta que no se explicita en el texto pero que, por su gravedad, provocó su expulsión. Aquaviva justifica estas medidas e indica en otra carta remitida a Esteban Páez que:
(…) Deseo que V. R. se persuada que el haber podado y limpiado tanto esa provincia los PP. Visitador y Provincial ha sido caso tan forzoso, que, según he visto, no lo podían dejar de hacer sin faltar a la obligación de sus oficios (…).
En el año 1604, una vez finalizada la encomienda que le había encargado el padre general de los jesuitas de acudir a Perú como visitador de la orden, Esteban Páez asumió una nueva responsabilidad al ser designado provincial en el Perú, en sustitución del padre Rodrigo de Cabredo, quien le había acompañado en su misión como visitador de la provincia. Antes de su nombramiento como provincial del Perú, Páez asumió de nuevo su función docente como rector del colegio de San Pablo en Quito.
Tras su ascenso al puesto de provincial, en el que influyo la propuesta y la recomendación de su antecesor, padre Cabredo, Esteban Páez ejerció esta función de gobierno hasta el año 1609. Durante ella profundizó su trabajo tanto en el norte de la provincia, Nueva Granada y Quito, como en el sur de tan extenso territorio, lo que le animó finalmente a proponer su división y la creación de nuevas provincias en Chile, Paraguay y Tucumán (Argentina). Su trabajo como visitador le ayudó a conocer en profundidad las necesidades de la orden de los jesuitas y de la población en lo que hoy conocemos como América el Sur.
El 15 de agosto de 1606, en la congregación provincial convocada por el Esteban Páez, se acuerda remitir la siguiente petición al general de la orden, en el sentido de simplificar el gobierno de la provincia del Perú con la creación de nuevas provincias:
(…) Pide la Congregación que la Viceprovincia del Nuevo Reino creada el año pasado de 1605 dependiente de la Provincia del Perú, se gobierne de aquí en adelante por su propio Provincial, porque de ningún modo casi puede ser gobernada por el Provincial del Perú, a causa de la grande distancia y de la dificilísima comunicación que hay entre estas dos regiones. Pide también que se le devuelva el colegio de Quito, separado asimismo el año pasado y atribuido al Nuevo Reino, porque puede ser más fácilmente gobernado por el Provincial del Perú.
Una vez asumió el cargo Esteban Páez, a instancias del general de la orden, padre Aquaviva, se determinó que quien fuera secretario del jesuita morateño durante su recorrido como visitador por la provincia del Perú, el padre Torres Bollo, fundara las nuevas provincias jesuitas del Nuevo Reino, Tucumán, Paraguay y Chile.
Tras la reorganización de la provincia del Perú y la reducción de su extenso territorio, Esteban Páez consideró necesario visitar de nuevo los colegios, casas y residencias adscritos a su mandato y la provincia del Perú, ahora más reducida. Páez trabajó intensamente en la creación de un noviciado que sustituyera al Cercado y en 1610, cuando ya había abandonado el provincialato y había sido sustituido en el cargo por el padre Juan Sebastián de la Parra, fue inaugurado el colegio de San Antonio, un proyecto en el que había trabajado el morateño desde el año 1605.
El nombramiento del padre de la Parra como provincial del Perú en sustitución de Esteban Páez se decidió en junio de 1608. Tras su sustitución, que le llegó cuando ya contaba con la avanzada edad de 59 años, el padre Páez permaneció como consultor en el Colegio Máximo de San Pablo de Lima hasta su muerte el 5 de noviembre de 1617. 
Colegio Máximo de San Pablo, en Lima, donde falleció Esteban Páez en 1617
 
La obra Catalogo de jesuitas insignes fallecidos en Perú, publicada en Sevilla en 1633 y cuyo texto en referencia al padre Páez se reproducía en la Revista Andina en 1996 se glosaba la vida del jesuita morateño:
En el Colegio de San Pablo de Lima acabo felizmente el Padre Esteban Páez natural de la villa de Morata, en el Arzobispado de Toledo, Visitador, y Provincial de la Provincia del Perú, hombre de singulares talentos, letras, prudencia, y santidad, llamado vulgarmente el Ángel por sus Angelicales costumbres e inocente vida. Fue devosimo de la santísima Virgen. Todos los sábados, y vísperas de sus fiestas ayunaba a pan y agua, recibió de ella extraordinarios favores. En la Compañía siempre guardó un mismo estilo de vida muy perfecta. Alcangloriosas victorias de sí mismo, con actos heroicos de mortificación y humildad. Celebrando un día por una difunta se vio visiblemente el alma que subía a la gloria. Tuvo siempre en su gobierno un corazón manso, pacífico, con entereza y eficacia grande en lo que emprendía, puntualísimo en la observancia religiosa, hombre de mucha oración, de tan extremada caridad, que curaba las llagas de sus hermanos enfermos por sus mismas manos, siempre encendido en el divino amor, deseoso de unirse con Dios. Sintiose con extremo su muerte, que fue a los 67 años ele edad y 50 de Compañía. Hubo revelación, de que le había dado el Señor el premio de su santa vida, con aventajado lugar en el cielo entre los santos Patriarcas.
Durante su vida, dedicada casi en su totalidad a la Compañía de Jesús, Esteban Páez, escribió la obra Vida de Mari Díaz, redactada cuando era rector del colegio de Caravaca, así como las Cartas Annuas de la Provincia del Perú, conservadas en el archivo Nacional de Lima y las Cartas Annuas de México, conservadas en la biblioteca del colegio romano de la Compañía de Jesús. Sobre su vida escribió el pare Annello Oliva una pequeña biografía incluida en el capítulo VII del libro II sobre los Varones ilustres de la Compañía de Jesús. El padre Barrasa también escribió sobre Esteban Páez en la Historia de la Provincia peruana de la Compañía de Jesús.



Fuentes y bibliografía
  • Jesuitas del Perú. Torres Saldamando, Enrique. Imprenta Liberal. Lima, 1882.
  • Historia de la compañía de Jesús. Astraín, Antonio. Tomo IV (1581-1615). Revista Razón y Fe. Madrid, 1913.
  • Historia de la provincia del Paraguay de la Compañía de Jesús. Del Techo, Nicolás. Tomo I. Librería y casa editorial de A. de Uribe y Compañía. Madrid, 1897.
  • Historia general de la Compañía de Jesús en la provincia del Perú. Mateos, F. Consejo General de Investigaciones Científicas. Instituto González Fernández de Oviedo. Madrid, 1944.
  • Catálogo de Jesuitas insignes fallecidos en el Perú. Vargas-Hidalgo, Rafael. Artículos, notas y documentos. Revista Andina. Madrid, 1996.

miércoles, 25 de octubre de 2017

Esteban Páez, un jesuita morateño en América (III)


Visitador de la provincia del Perú

La labor de Esteban Páez como padre provincial de la compañía de Jesús en México se extendió por espacio de cinco años. En 1599 el general de la orden, padre Aquaviva, encomendó al jesuita morateño la misión de recorrer como visitador la provincia del Perú, la más extensa de la orden. Junto a su secretario, el padre Juan Juárez, Esteban Páez inició el viaje a su nuevo destino y el 31 de julio de 1599 llegaba a Lima.
La temprana muerte de su secretario, acaecida a los pocos meses de su llegada a Perú, obligó a Esteban Páez a designar a Diego de Torres Bollo para este cargo. El padre Torres, junto con el provincial del Perú, padre Rodrigo de Cabredo, y el propio Páez iniciaron en el mes de octubre el recorrido por las numerosas casas y colegios que la orden poseía en la extensa provincia americana.

Su designación como visitador de la extensa provincia del Perú marcó la existencia del jesuita morateño durante el resto de su vida. Esteban Páez, en el año 1599 había cumplido ya 50 años en los que, tras su formación en filosofía y teología había desempeñado importantes cargos en la Compañía de Jesús. Como ya hemos visto, hasta esta encrucijada vital de los cincuenta años, una edad muy avanzada para la época, Esteban Páez ejerció la docencia en Nápoles y en Caravaca de la Cruz, recorrió el reino de Portugal para trabajar en la aceptación de Felipe II como nuevo rey de Portugal y se convirtió en visitador y provincial de la provincia de México. Tras un corto periodo de tiempo en el que de vuelta a España ejerció como rector de la casa de profesos de los Jesuitas en la provincia de Toledo, la más importante de España, Esteban Páez regresó a América, a la provincia de México, desde donde partiría a su destino definitivo en Perú.
El padre Páez comenzó su trabajo como visitador de las misiones jesuitas del Perú en octubre de 1599. Aunque no consta el itinerario que siguió en su recorrido por la extensa provincia peruana, sí que está documentado que tras visitar todas las casas y misiones jesuitas en Perú Esteban Páez se desplazó a las lejanas misiones de Tucumán y Paraguay, (puede afirmarse que Páez fue el primer visitador jesuita de estas tierras).
Iglesia de los jesuitas en Cusco
 
La llegada de Esteban Páez a Tucumán debió de producirse en torno al mes de diciembre de 1600 o de enero de 1601. En esta ciudad Páez comprobó que los misioneros jesuitas estaban diseminados por esta basta región, lo que dificultaba su labor misionera. Ante esta situación, el padre Páez decidió que los padres jesuitas centralizaran su trabajo desde las misiones de Santiago del Estero y Córdoba. En las cartas envidas a Roma se indica que Páez determinó que:
(…) Dejó en todas orden el P. Visitador de que todos los nuestros que están en las misiones se recogiesen a los dos puestos de Santiago del Estero y de Córdoba, y de allí saliesen a sus misiones a los demás puestos (…).
Esta decisión se adoptó por parte de Páez y el provincial, padre Cabredo, tras comprobar el primero con preocupación la débil estructura con la que contaban los jesuitas en estas tierras, lo que les colocaba en una situación de aislamiento, a miles de kilómetros del centro rector de la provincia en Lima.
En la visita de Esteban Páez a Paraguay, tras su recorrido por Tucumán, ordenó que se reunieran en la ciudad de Salta todos los padres pertenecientes a la orden. La situación en este territorio era muy similar a Tucumán: los jesuitas carecían de residencias fijas y estaban desconectados del superior provincial debido al alejamiento geográfico y a la distancia con Lima, más de setecientas leguas, según los textos de la época.
Esta realidad, empujó al padre Páez y al provincial Cabredo a proponer que los jesuitas de Paraguay fueran adscritos a la provincia de Brasil, más cercana que la sede limeña. Finalmente, sin embargo, se determinó por parte del general de la orden crear una nueva provincia independiente en este territorio y en el año 1608 el padre Torres Bollo asumió el cargo de primer provincial de los jesuitas en Paraguay.
Tras regresar a Lima Esteban Páez, el visitador de los jesuitas acudió al colegio de Quito, preludio de su viaje a Chile. La ciudad de Quito, la más septentrional de la provincia, se inició el 7 de julio de 1601 y, justo al cabo de un mes de viaje, Esteban Páez llegó a su destino. El propio Páez en una carta dirigida a la sede romana explicaba sus impresiones y señalaba que estaba muy satisfecho del modo de proceder y del espíritu religioso de los 22 jesuitas –diez sacerdotes y doce hermanos- que componían el colegio de Quito.
La visita a Chile la inicia el padre Esteban Páez en el puerto del Callao el 14 de febrero de 1602 en una travesía que se extendió durante treinta y tres días de navegación. Al llegar a la ciudad de Santiago el morateño queda sorprendido por lo que califica como un valle magnífico que en cielo y en suelo es como un paraíso, y la mejor tierra y la más abundante y saludable que hay por acá.
En cuanto al objeto principal de su visita a Chile, el padre Páez adelanta el motivo de su viaje a Santiago:
Según me escriben –anota Esteban Páez- está muy necesitado el colegio de consuelo y de visita, no obstante que le había enviado rector nuevo, y como nunca han visto provincial ni otro superior los que en él viven, paréceles que están olvidados y como miembros cortados, y así es necesario que el P. Provincial o yo le visitemos (…).
Posteriormente, remitió a sus superiores su opinión sobre la buena labor de los jesuitas de la que subrayó:
(…) Los nuestros están en el colegio muy recibidos y estimados y hacen notable provecho, así en los españoles como en los naturales y negros, pues se han aplicado muy de veras a saber su lengua, y acuden con particular fervor al bien de las almas en todo género de ministerios, habiendo entablado muy buenas congregaciones de estudiantes y seculares (…).
El visitador abunda en su buena opinión sobre sus hermanos jesuitas en Chile y resalta, de nuevo, la bondad de su trabajo:
En lo espiritual tengo contento de la gente de aquel colegio, porque a una mano son todos muy siervos de Dios y verdaderos hijos de la Compañía. Verdad es que como están tan a trasmano, y en tanto tiempo no han sido visitados y de reducida les alcanzan las aflicciones del reino, han vivido algunos de ellos con desconsuelo. Pero esto se ha mejorado de dos años a esta parte con el nuevo rector, que es el P. Juan de Frías, que como entró de refresco acertó a alentar a los súbditos (…).


Fuentes y bibliografía
  • Jesuitas del Perú. Torres Saldamando, Enrique. Imprenta Liberal. Lima, 1882.
  • Historia de la compañía de Jesús. Astraín, Antonio. Tomo IV (1581-1615). Revista Razón y Fe. Madrid, 1913.
  • Historia de la provincia del Paraguay de la Compañía de Jesús. Del Techo, Nicolás. Tomo I. Librería y casa editorial de A. de Uribe y Compañía. Madrid, 1897.

miércoles, 18 de octubre de 2017

Esteban Páez, un jesuita morateño en América (II)


Páez, nombrado provincial en México


En el post de la pasada semana veíamos como el padre jesuita Esteban Páez, después de formarse en teología en Alcalá de Henares y en Roma, ejerció como catedrático en el colegio de la orden en Nápoles antes de volver a España y desplazarse a Portugal para influir en la aceptación de Felipe II como nuevo rey de los portugueses. Cumplida esta misión, el morateño Esteban Páez fue nombrado rector del colegio jesuita de Caravaca de la Cruz donde ejerció su cátedra antes de ser nombrado secretario de Diego de Avellaneda, jesuita designado por sus superiores visitador de la provincia de México. Estamos en el año 1893 y Esteban Páez viaja así al que sería su destino definitivo, Nueva España, donde desarrollaría su intensa labor evangélica y pedagógica durante más de veinte años.



El propio Esteban Páez cuenta las vicisitudes del viaje a México en carta al general de la Compañía de Jesús:

Dionos, dice, nuestro Señor, muy feliz navegación (aunque se temía trabajosa) por medio de las oraciones de vuestra paternidad y de toda la Compañía, especialmente de esta provincia y de la de España, en que se señaló bien la de Andalucía, como más cercana al punto, y que tanta experiencia tiene del riesgo que se corre en estas navegaciones tan tardías; porque entre otras cosas que los padres y hermanos de aquella provincia con su mucha caridad ofrecieron por el buen suceso de nuestro viaje, fueron un mil setecientas y cinco misas, dos mil setecientos y catorce rosarios, y mil ochocientas y veintiséis disciplinas.

Al llegar a México Esteban Páez detecta la escasez de miembros de la orden que están destinados en esta provincia. Para advertir de este problema, Páez escribe al padre Aquaviva, general de la orden y residente en Roma, al que señala que hay poca gente para tanto trabajo como se ha tomado, de donde resulta que los sujetos andan oprimidos por el peso y algo acongojados. Como ejemplo de esta situación Esteban Páez se fija en el colegio de Guadalajara donde sólo contaban con el rector y dos sacerdotes uno maestro de humanidades, que no podía acudir a otra cosa, y el otro, que es lengua, tenía harto que hacer en dar recado a los indios, y el pobre rector había de llevar el peso de los sermones a españoles, pláticas, confesiones, negocios, cumplimientos, acudir a lo temporal y al gobierno de casa, y ser ministro y aun todos los oficios, porque un Padre que le ayudaba en las confesiones había más de medio año que era ido a una misión de más de ciento treinta leguas de allí... De aquí provenía el andar todos ahogados, cansados y desconsolados, y el rector no podía atender a su oficio ni tenía un momento de tiempo para tratar con Nuestro Señor y grangear un poco de espíritu para pegarlo a sus súbditos, y así andan ellos con él y él con ellos amargos y desabridos (…).
Misión jesuita de Nuestra Señora de Loreto en Baja California (Mexico)


La función de Esteban Páez como secretario del padre Avellaneda fue tan corta en el tiempo que, a los pocos meses de llegar a México, el jesuita morateño fue nombrado en enero de 1594 nuevo provincial de esta provincia (El cargo de provincial en la Compañía de Jesús tenía como función primordial organizar y dirigir las tareas misionales de la orden en la provincia bajo su mando) .

La queja al general jesuita padre Aquaviva sobre la escasez de medios humanos en Mexico, adonde la orden había llegado en 1572, fue determinante para que Páez recibiera el refuerzo de varios jesuitas, 37 nuevos misioneros, reclutados en España y en Italia y que fueron enviados a Nueva España.

Con estos nuevos apoyos inicio Esteban Páez su trabajo como máximo responsable de la orden en México y se dispuso a desarrollar su labor evangelizadora y también el trabajo de los jesuitas como encargados de la educación en las tierras colonizadas por España. El nuevo provincial de México comprendió muy pronto la necesidad de que los padres de la orden recién llegados a Nueva España se implicaran en la cultura indígena para que su trabajo fuera más provechoso. El también jesuita padre Juan Cigarondo destaca entre otras iniciativas de Esteban Páez su orden de que los nuevos padres llegados desde España e Italia a México aprendieran la lengua de los indígenas para mejorar su trabajo evangelizador.

Sobre este trabajo evangelizador escribía el jesuita morateño a la sede central de la orden y, dirigiéndose al general Aquaviva, le describe algunas de sus visitas a las misiones:

Una legua antes de San Luis salieron a recibirme muchos indios chichimecas a caballo, con sus espadas ceñidas a la española, y otros, asimismo, con sus arcos y flechas que causaban horror. A la puerta de la iglesia nos esperaba el resto del pueblo, muy en orden: los hombres a un lado y las mujeres a otro. Después de una breve oración hice que se preguntaran el catecismo unos a otros, y en este género los chichimequillos de la escuela o seminario nos fueron de mucha recreación, porque se preguntaban y se respondían con mucha presteza, no sólo las preguntas ordinarias de la doctrina, sino el ayudar a Misa y lo que se responde a los bautismos solemnes, lo cual decían con tanta distinción y buena pronunciación como si hubieran estudiado latín algunos años. Al día siguiente dije Misa, oficiándola los mismos indios en canto llano con tanta destreza, que los españoles no lo harían mejor. Con esto se van domesticando y aficionando a la virtud, y con su ejemplo otros infieles de la misma nación, grandes salteadores y homicidas, van saliendo a poblado (…).













Fuentes y bibliografía

  • Historia de la Compañía de Jesús, asistencia de España- Astrain, Antonio. Tomo V. Aquaviva (segunda Parte) 1581-1615. Revista Razón y Fe. Madrid, 1913.
  • Jesuitas del Perú. Torres Saldamando, Enrique. Imprenta Liberal. Lima, 1882.
  • Historia de la villa de Morata de Tajuña-Torre Briceño, Jesús Antonio-Ayuntamiento de Morata de Tajuña, 1999.
  • Sobre el teatro humanístico-escolar del Ultramar hispánico. Alonso Asenjo, Julio. Universitat de Valencia

miércoles, 11 de octubre de 2017

Esteban Páez, un jesuita morateño en América (I)



Esteban Páez, nacido en Morata en 1549, desarrolló durante su carrera eclesiástica como miembro de los jesuitas importantes cargos en la organización de esta orden religiosa. Después de estudiar Teología y Artes en la Universidad de Alcalá, y de completar su formación religiosa en el colegio de los jesuitas de Roma, ejerció como máxima autoridad de la orden fundada por san Ignacio de Loyola la en las provincias americanas de Méjico y en Perú, donde murió en 1617.

Esteban Páez pertenecía a una familia de origen hidalgo asentada en Morata y en otras poblaciones cercanas desde el siglo XV y hasta el siglo XVIII. Varios miembros de esta familia ejercieron como alcaldes por el estado de la nobleza en Morata: Pedro Sánchez Páez (1574-1575), Francisco Páez (1607), Pedro Sánchez Páez (1602) o Roque Páez (1609) ocuparon este cargo en los siglos XVI y XVII. En el siglo XVIII, Joseph Páez Jaramillo (1761) y Juan Páez (1766) fueron los últimos miembros de esta familia de hidalgos, a la que perteneció Esteban Páez, que ocuparon la alcaldía de Morata.
Como miembro de una de las familias más poderosas de la villa, Esteban Páez estudió Teología y Artes en la Universidad de Alcalá de Henares donde fue discípulo del padre Alonso Deza y donde ejercía como catedrático y doctor en Teología otro morateño: Francisco Sánchez Paz. Tras ingresar a los 17 años en la Universidad Complutense, Esteban Páez destacó en sus estudios y eso le permitió trasladarse a Roma para completar su formación religiosa y humanística en el Colegio Romano que creara el fundador de los Jesuitas, Ignacio de Loyola.
Enrique Torres, historiador de la Compañía de Jesús en América, se refiere en estos términos a este centro de formación de los jesuitas al que fue enviado Esteban Páez tras su formación inicial en Alcalá de Henares para completar sus estudios teológicos:
El Colegio Romano se había fundado con el objeto de formar en él a aquellos sujetos de la Compañía que, además de una aventajada inteligencia, poseían fortaleza de espíritu, carácter enérgico y otras cualidades especiales que hacían juzgarles con aptitudes de ejercer con provecho los empleos y dignidades mas elevados de la orden. El cultivo esmerado de la inteligencia y el estudio de la ciencia de gobierno era el constante ejercicio de los estudiantes de Roma.
Para que todas las Provincias disfrutaran de las ventajas que esa educación ofrecía, se mandaba anualmente de cada uno de ellos a ese colegio dos de los mas meritorios estudiantes, en los cuales los Superiores hubiesen notado que se reunían los requisitos convenientes para llenar el fin de aquella creación. El P. Páez fue uno de los favorecidos, en su oportunidad, por su Provincia de Castilla.

Reproducción de un documento manuscrito firmado por el jesuita Esteban Páez

Por este elitista colegio también pasó un pariente muy cercano de Esteban Páez, el también jesuita Pedro Páez, natural del pueblo de Olmeda de las Fuentes, y que pasó a la historia como primer europeo que llegó a las fuentes de el Nilo. En la Revista Razón y Fe, editada por los jesuitas, se indica que Pedro Páez, hijo de Juan Páez Xaramillo y Elvira Campuzano era primo hermano de Esteban Páez. Pedro Páez, que inició sus estudios con los jesuitas en 1584, en la casa de probación de Villarejo de Fuentes, sin duda recibió la influencia de su primo morateño , tal como indica en su tesis doctoral Antoine Bouba (África negra en los libros de viaje españoles de los siglos XVI y XVII):
Quizás estudió [Pedro Páez] durante sus primeros años en Alcalá de Henares, a lo mejor en el Colegio de San Ildefonso, como piensan unos autores como Bishop y Reverte. Consta también en el Diccionario histórico de la Compañía de Jesús que Páez estudió filosofía en Belmonte (Cuenca).287 Pedro Páez tenía dos hermanos (Juan y Gaspar), y dos hermanas (Ana María e Isabel).288 No tenemos constancia de otros detalles sobre la vida de su familia, pero queda cierto que el joven aristócrata recibió la influencia de un familiar suyo que se llamaba Esteban Páez. Éste era provincial de la Compañía de Jesús en Méjico y, como los demás muchachos de su clase social, el joven Pedro no resistió al viento espiritual que soplaba sobre la Europa de su tiempo, un viento provocado por Ignacio de Loyola desde 1524 con la fundación de la Compañía de Jesús.

Tras realizar la conocida como tercera probación –el tercer año de examen y prueba religiosa que constituye el final de la extensa formación de los religiosos jesuitas-, Esteban Páez pasó a ejercer la cátedra de Teología en un colegio jesuita de Nápoles. En esta ciudad italiana ejerció durante cuatro años y, ya en 1580, pasó a España por deseo expreso del general de la Compañía, Everardo Mercuriano, para cumplir una importante misión, trabajar a favor de que el rey Felipe II fuera admitido como nuevo monarca en Portugal. Junto con el también jesuita padre Luis Guzmán visitó los colegios de Portugal y su misión resulto exitosa: gracias a la influencia de los jesuitas Felipe II fue admitido y reconocido como rey de Portugal.
De nuevo en España, Esteban Páez continuó con su labor de docente como rector del colegio jesuita de Caravaca de la Cruz. De este centro pasó a ejercer, en 1589, como secretario del padre provincial de Toledo Gonzalo Dávila. Pasaría cuatro años en un cargo que le llevó, en 1593, a viajar a Méjico, ahora como secretario del visitador de esta provincia jesuita, el padre Diego de Avellaneda. Este viaje a América sería fundamental en la biografía de Esteban Páez que ya desarrollaría toda su extensa labor evangélica y docente en el continente americano.


Fuentes y bibliografía
  • Jesuitas del Perú. Torres Saldamando, Enrique. Imprenta Liberal. Lima, 1882.
  • Africa negra en los libros de viajes españoles de los siglos XVI y XVII. Bouba Kidakou, Antoine. Departamento de Literatura Española y Teoría de la Literatura. Facultad de Filología. Universidad Nacional de Educación a Distancia. Madrid, 2006.
  • Revista Razón y Fe. Tomo XV. Mayo-Agosto 1906-Madrid, 1906
  • Historia de la villa de Morata de Tajuña-Torre Briceño, Jesús Antonio-Ayuntamiento de Morata de Tajuña, 1999.

miércoles, 4 de octubre de 2017

El pasado de la civilización romana en Morata (III)


Las lápidas funerarias localizadas en Morata

Las inscripciones en latín halladas en sendas lápidas encontradas en el término municipal constituyen la mejor referencia a la influencia de la civilización romana en Morata. Estas inscripciones y estas lápidas, lamentablemente desaparecidas pero de las que existen numerosas referencias documentales, han sido motivo de estudio para los especialistas en epigrafía latina y, al mismo tiempo, sirven para confirmar que, en un determinado momento histórico, en el término municipal se asentaron familias que aprovecharon la fertilidad de la vega del Tajuña para sus explotaciones agrícolas.

Uno de los especialistas en epigrafía latina que han estudiado las inscripciones latinas encontradas en Morata es el Leonard Curchin, profesor emérito de la Universidad de Waterloo (Ontario, Canadá). En un artículo publicado en 1995, The forgotten inscriptions of Morata de Tajuña (Las inscripciones olvidadas de Morata de Tajuña), Curchin destaca la abundancia de lápidas de origen romano en el entorno de la ciudad de Complutum y más en concreto, en los municipios vecinos de Titulcia, Perales de Tajuña, Arganda del Rey y Chinchón. En todos ellos se han descubierto lápidas con inscripciones latinas procedentes del periodo romano.
La influencia de Complutum (Alcala de Henares) en todo su entorno geográfico y muy particularmente en el territorio más próximo al trazado de la vía o calzada romana que comunicaba Mérida con Zaragoza (Ver post de la semana anterior), también es destacada por otros investigadores especializados en epigrafía romana. María del Mar Royo Martínez, en un artículo publicado en la revista Espacio, Tiempo y Forma (Onomástica y sociedad en la epigrafía latina antigua de la Comunidad Autónoma de Madrid), incide en esta idea cuando afirma que Complutum fue el enclave más romanizado de la región, como lo demuestra el elevado número de epígrafes hallados en la ciudad y fue aquí donde convivieron gentes de diversa extracción social, desde esclavos hasta plenos ciudadanos romanos vinculados a las élites de la ciudad.
Los hallazgos tanto arqueológicos como epigráficos en Complutum y en sus inmediaciones, -continúa María del Mar Royo Martínez- sugieren además que a finales del siglo I d.C. y especialmente a lo largo del siglo II d.C. se desarrolló un intenso poblamiento tanto en la propia ciudad como en sus alrededores por todos sus frentes. En dirección oeste y suroeste, hemos visto numerosos testimonios epigráficos en localidades tales como Torrejón de Ardoz, San Fernando de Henares o Barajas; al norte, en Meco, Valdeavero, Alalpardo, Valdeolmos o Talamanca del Jarama; y en dirección sur en puntos como Torres de la Alameda, Valtierra, Morata de Tajuña, Carabaña, o Chinchón.
El texto de las inscripciones latinas encontradas en Morata
El contenido textual de las lápidas latinas encontradas en Morata ha llegado hasta nosotros gracias a las referencias a las mismas que se realizaron en las respuestas a las Relaciones Topográficas de la villa de Morata (siglo XVI). Estos textos han sido reproducidos en varias publicaciones. Cean Bermúdez en el siglo XIX y el citado Leonard Curchin y otros investigadores en el siglo XX los han e incluso los han traducido al castellano desde el latín original. Así sucede en una publicación de la Comunidad Autónoma de Madrid (Inscripciones Latinas de la Comunidad de Madrid (Siglos I–VIII) de María Ruiz Trapero).
1ª inscripción
[------]
et Minicius [---]
heredes [ex test (amento) f (aciendum) c (uraverunt) vel.
Los herederos [de Miniciuus] se ocuparon de hacerlo por testamento.
Esta interpretación de la inscripción latina y la frase et Minicius heredes se corresponde, según Leonard Curchí,n con una fórmula tipo de las inscripciones funerarias romanas. El profesor canadiense señala también que el gentilicio Minicius está muy arraigado en la península ibérica y cita concretamente otra inscripción de un tal Minicius Chestus localizada en la localidad toledana de Carmena.

2ª inscripción
D (es) [M (anibus) s (acrum)?]
Licinia [---]
[------]
Consagrado a los Dioses Manes. Licinia
Respecto a esta segunda inscripción Curchin también hace referencia a la abundancia del gentilicio Licinia en la península ibérica y, más concretamente, en lo que hoy es la Comunidad Autónoma de Madrid. Este gentilicio parece en epigrafías latinas con referencias a Licinius Iulianus, Licinus Festus o Licinia Quieta.
De hecho, muy cerca de Morata, en la vecina localidad de Titulcia, está documentada la presencia de una familia con este gentilicio de Licinia dedicada a la alfarería y a la elaboración de cerámica. También se cita el descubrimiento de una pieza de cerámica (Un pondus o pieza de telar romano) en la que se puede leer LICINI, lo que indicaría que habría sido elaborado por un miembro de esta familia de origen romano.
El doctor Mexia, párroco de la iglesia de Morata en el siglo XVI y autor de la respuesta a las Relaciones topográficas que ha permitido conocer el texto de las dos inscripciones epigráficas se refiere a las piedras labradas con molduras, y otras escritas con letras góticas en lengua latina y respecto a la consagrada a Licinia apunta a que debía ser el nombre de la dicha ciudad. Naturalmente, esta es una interpretación muy libre del párroco morateño al referirse al antiguo nombre de Morata como Licinia, al igual que su afirmación de que las letras estaban escritas en caracteres góticos. Leonard Curchin, sobre esta última afirmación, señala que Mexía no era un experto en epigrafía latina y pudo confundir la apariencia del texto que, en cualquier caso, todos los especialistas aseguran que pertenece al gentilicio de una familia romana, Licinia, inscrito en una lápida funeraria (en Alcala de Henares, Complutum, también se han documentado otras dos lápidas con la inscripción Licinia).
En este sentido, el carácter funerario de las dos inscripciones localizadas en Morata, es característico y muy propio de la civilización romana. María del Mar Royo, en su artículo sobre los Testimonios escritos sobre la muerte en el Madrid romano: las inscripciones funerarias del Museo Arqueológico Regional de Madrid, señala que el recuerdo y el culto a los difuntos fue por tanto un elemento fuertemente arraigado entre los romanos. Cualquier individuo, incluso los esclavos, tenían en principio derecho a disponer de un monumento funerario y a dejar constancia en el mismo tanto de su nombre, su edad, e incluso de su propia imagen (…). 
 Reproducción gráfica del pondus encontrado en Titulcia atribuido a la familia Licinia (Fuente: Titulcia en época romana: una visión de conjunto-Zona Arqueológica 20-Vol 1)
Localización de las lápidas
Si hacemos caso a los detalles apuntados por el párroco morateño en el siglo XVI, todo apunta a que las lápidas donde aparecían las inscripciones habrían aparecido en un antiguo enterramiento localizado en las proximidades de Heza, un paraje que, no es extraño, está muy próximo al yacimiento arqueológico de origen romano localizado en las labores de prospección arqueológica del término municipal de Morata al que nos referíamos en el capítulo II de esta serie.
Heza –y Villaverde- fueron dos núcleos de población, dos pequeñas aldeas situadas entre Morata y Chinchón que estuvieron pobladas hasta la Alta Edad Media. Situadas en las proximidades de la vega y muy próximas al cauce del río, cuando el cura Mexía se refiere a Heza ya eran despoblados de los que sólo se conservaba el nombre con el que se identificaban estos parajes (Actualmente aún aparecen referencias a la vega de Villaverde y a Heza y Valdeza).
La existencia de los yacimientos arqueológicos de origen romano confirma, por tanto, que, en este periodo histórico, en estos parajes de Heza, o Valdeza, se levantaría alguna villae romana de la que procederían las lápidas funerarias con las inscripciones latinas de las que habló el doctor Mexia:
(…) en un despoblado que se llaman Heza, término de la villa de Chinchón, hay tras ruinas y señales de otro castillo casi de la misma amanera, y toda la tierra intermedia el valle abajo, a la falda de los montes que están hacia septentrión está todo lleno de cimientos y de cascotes de tejas, y se han hallado algunas piedras labradas con molduras, y otras escritas con letras góticas, romanas en lengua latina, y una de ellas está puesta en la torre de la dicha villa, en la cual está puesta una D romana en la parte alta, y luego escrito un verso que dice Licinia, y lo demás no se puede leer, y en el edificio bajo de la dicha torre hay otras muchas piedras con señales que han sido trabadas con plomo, por lo cual y según la fama que hay la dicha piedra que dice “Licinia.
Que estas piedras o lápidas acabaran formando parte de los muros de la iglesia de Morata, como afirma Antonio Canto en su libro sobre la provincia de Madrid resulta comprensible. La costumbre de aprovechar los restos de otras construcciones para levantar nuevos edificios habría permitido que las antiguas lápidas funerarias romanas, una vez abandonados los antiguos poblamientos de origen romano y medieval. pasaran a formar parte de la antigua torre de la iglesia de Morata. Esta permaneció en pie hasta la guerra civil y fue sustituida por el actual campanario sin que, lamentablemente, sea ya posible conocer adónde fueron a parar las antiguas lápidas romanas.




Fuentes y bibliografía
  • Onomástica y sociedad en la epigrafía latina antigua de la Comunidad Autónoma de Madrid (Onomastics and Society in the ancient Latin Epigraphy of Madrid Autonomous Region). Royo Martínez, María del Mar. Revista Espacio, Tiempo y Forma, Serie II, Historia Antigua, t. 23, 2010, págs. 369-394.
  • Inscripciones Latinas de la Comunidad de Madrid (Siglos I–VIII). María Ruiz Trapero. Comunidad de Madrid. Consejería de educación. Madrid, 2001.
  • Testimonios escritos sobre la muerte en el Madrid romano: las inscripciones funerarias del Museo Arqueológico regional de la Comunidad de Madri8d.Royo Martínez, María del Mar. Unversidad Complutense de Madrid.
  • The Forgotten Inscriptions of Morata de Tajuña (Las inscripciones olvidadas de Morata de Tajuña). Curchin, Leonard. Ateneo. Serie Nuova-Vol LXXXIII. Fascicolo II. Universita de Pavia. Como Edizioni New Press, 1995.
  • Guía de la Provincia de Madrid. Canto Téllez, Antonio. Diputación Provincial de Madrid. Madrid, 1958.